Hoy me he vuelto a levantar, un día más, en Hammond, Indiana. A orillas del lago Michigan y a 20 minutos de Chicago, la nieve ha cubierto todo. Literalmente todo. He tenido que desenterrar mi coche con pico para el hielo y pala.
Mientras esperaba a que se calentase el motor, me he bebido de un trago el zumo de naranja, que si no, como diría mi madre, “se le van las vitaminas”. Y claro, con tanto frío, un resfriado tenía que caer. Menos mal que en la aduana no me quitaron el Bisolgrip. Entre estornudo y estornudo, he arrancado y al girar la esquina me he encontrado una pared de un metro de nieve. Indiana anda mal de reservas de sal, así que las máquinas quitanieves trabajan exclusivamente en las 4 calles principales. Buenos días, lunes.
Bueno, como diría mi padre, todo tiene solución menos la muerte. Así que marcha atrás, he conseguido salir de mi calle, y he puesto rumbo al trabajo. Mi primera clase es a las 9 y media. Enseño español en la universidad Purdue Calumet. Al llegar al aula, 5 alumnos esperanzados y tiritando me han suplicado que cancelase la clase. Por seguir con el refranero español, no hay mal que por bien no venga. Nos vemos en la próxima sesión y a disfrutar del día. Al menos tendré tiempo para hablar con la familia por Skype. Con esto de las 7 horas de diferencia, que si es tu tarde es mi mañana y mi madrugada es tu mediodía, al final mi cumpleaños esta vez duró 31 horas.
Al irme a dormir, pienso es toda esta locura en la que me he metido de lleno, y soy feliz. Es una gozada ver a los niños deslizarse colina abajo con sus trineos. Ver nevar así es algo mágico (y nuevo) para esta extremeña. Y, aunque alguna vez que otra hay que parar, es impresionante como la ciudad se ha adaptado a este tiempo polar. Todo funciona, excepto en condiciones extremas. El hecho de que haga -15 grados centígrados no significa que no se pueda ir a un buen restaurante a comer, al gimnasio, a tomar una cerveza o a hacer la compra. La ciudad sigue su ritmo, frenética.
Lo que más me gusta de este invierno es volver a casa, y más si es por Navidad. Para mí, casa es Badajoz, y Badajoz a 1 grado ya está revolucionado. Y me encanta. Me encanta mi ciudad, su Puente Viejo, su alcazaba (en la que NADIE celebra fiestas), me encanta que el río no se hiele y los patos sigan nadando. Me encanta bajar la avenida Carolina Coronado cuando las luces están encendidas. Pero lo que más me gusta es ese mediodía de domingo, cuando ha salido el sol, y el parque y las terrazas de los bares están llenos de vida.