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Sara Jiménez

Una extremeña en Indiana

Aeropuertos y cervezas.

5 de Marzo del 2014. A un día de volar a España por vacaciones, me dispongo a revisar mi maleta. Creo que lo llevo todo. El I-20, el pasaporte, la carta de la universidad, el I-94, el W-2, el antiguo I-20, no vaya a ser que se pongan quisquillosos en los controles, mi visado, la carta de empleo… Sí, lo llevo todo.

Recuerdo cuando volé a Europa con un americano, hace ya algunos meses. Él también se aseguró de llevar todo lo necesario. Vamos, su pasaporte. Porque, y no pretendo herir la sensibilidad de nadie, mucho 11-S y mucha seguridad, pero los americanos entran en Europa como Pedro por su casa.

No me molestan las largas colas, quitarme los zapatos y agarrarme el pantalón cuando paso por el arco de seguridad. Entiendo que miren y remiren todos mis documentos, y que se aseguren de que soy quien digo ser. Lo que me molesta es que los países Europeos, o al menos la mayoría, se hayan plegado una vez más a Estados Unidos y no pidan más que un simple pasaporte para cruzar sus fronteras. La reciprocidad queda lejos, y de nuevo, ellos tienen las puertas abiertas a todo tipo de posibilidades en cualquier país, mientras que el españolito de turno necesita meses de papeleo para trabajar en la tierra de las oportunidades. Más concretamente, y tras mucho enchufe, me ha costado 6 meses de escanear papeles y mandar cartas urgentes el poder trabajar allí, por un tiempo limitado, claro está. Donde quedaron los tiempos donde Jack zarpaba en el Titanic con nada más que su billete.

Una vez me preguntaron que si me sentía Europea. Que si pertenecer a Europa significaba algo para mí. Y la verdad es que la pregunta me entró por un oído y se quedó rebotando en mi cabeza por un tiempo. Tras mucho pensar, llegue a la conclusión de que no. Europa era más una institución que una comunidad para mí. Pero al tener mi primera experiencia real fuera de sus fronteras, cambie de opinión. Europa es una comunidad, y en general, se comporta como tal. Europa es la unión de decenas de países, y es una realidad. En muchos aspectos, no funciona bien, pero, ¿quién puede culpar a quién? A ver quién es el guapo que se pone a coordinar y a trabajar con 50 países diferentes. Lo mismo una madre puede. Pero las personas normales no.

Y sin embargo, qué bonito es cogerse un vuelo low-cost de Ryanair, pagar un pastón por tu maleta de 10 kilos, aguantar mil anuncios de cigarrillos electrónicos durante todo el vuelo y llegar a tu país de destino sin necesitar más que tu DNI. Es mágico. Un país completamente distinto, una lengua diferente, una cultura inspiradora y, por supuesto, cerveza y comida que nunca habíamos probado. Que para algo somos españoles.

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Me llamo Sara Jiménez Ferrera y soy una pacense de 23 años. A los 18 me mude a Cáceres, donde estudié el Grado en Estudios Ingleses en la Facultad de Filosofía y Letras. A los 21 me trasladé a Nottingham, en las tierras medias inglesas, para acabar mi carrera. Tras mucha agua y poco sol, finalmente en diciembre del 2013 me mudé a Estados Unidos (Hammond, Indiana) para hacer el Máster en Inglés en Purdue University Calumet. Me encanta viajar, cocinar, el cine, la nieve y por supuesto, leer.

Sobre el autor

Me llamo Sara Jiménez Ferrera y soy una pacense de 23 años. A los 18 me mude a Cáceres, donde estudié el Grado en Estudios Ingleses en la Facultad de Filosofía y Letras. A los 21 me trasladé a Nottingham, en las tierras medias inglesas, para acabar mi carrera. Tras mucha agua y poco sol, finalmente en diciembre del 2013 me mudé a Estados Unidos (Hammond, Indiana) para hacer el Máster en Inglés en Purdue University Calumet. Me encanta viajar, cocinar, el cine, la nieve y por supuesto, leer.


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