Fragmento del Diario de una Controller Financiera en Malawi
Mi última aventura, en la que volví a recibir ayuda divina, fue un viaje improvisado en una ‘matola‘ (un minubús para transporte público). Había salido pitando de la comida que la Cónsul de Malawi organizaba todos los años en su casa, y había aquedado en el centro de la ciudad, donde me recogería Sister Please, la madre superiora, con el fin de hacer el viaje juntas, lo que resultaba mucho más ameno. Ella había viajado el fin de semana a ver a algunos familiares a un pueblecito del sur.
El caso es que “los imprevistos de África” siempre pueden cambiar las cosas. Y en este caso, Sister Please me había pedido por mensaje de móvil que me quedase en Lilongwe un día más y la esperase, pero a mí me llegó el texto con unas siete horas de retraso. Me había despedido ya de todos los españoles que había en la comida, quedando para un segundo encuentro más adelante. Mi decisión estaba tomada, tenía que trabajar el domingo, y no iba a ceder a ninguna tentación, ni siquiera a aquella que me viniese de una santa, como lo era la madre superiora, Sister Please.
Me dispuse a tomar un medio de transporte, y enseguida me di cuentade que sólo me quedaba la opción del Minibus-matola.
Rápidamente realicé un cambio de aspecto: saqué mi pantalón de baile de la mochila, viajo con él siempre, y me lo puse debajo del vestido japonés que llevé a la comida de la cónsul, que es mi vestido de las grandes ocasiones. Lleva conmigo casi 20 años, y ha visitado tantos sitios y conoce tanto como yo. ¿Cómo no iba a llevar ese exotismo a la comida de nuestra cónsul en Malawi? Debajo de él me siento estupenda. En cuestión de segundos mi look cambió, y las rajitas a los dos lados en las piernas quedaron disimuladas por mis viejos pantalones de baile. Me hice un moño alto, y me apresuré a entrar en la estación de autobuses.
Por supuesto, la estación de Lilongwe nada tiene de estación, si nuestro concepto de estación es el de Europa. Es una enorme explanada sin asfaltar, como el 95% de Lilongwe, llena de gente, con pequeños puestos en el suelo, de ropa, calzado, comida, y mucha basura por todos los lados, y sin orden aparente, con gran número de autobuses, minibuses y taxis.
No obstante, nada más aparecer la ‘Mzungu‘ (término con el que se refieren los locales a los europeos), se apresuraron cientos de conductores a querer llevarme a todos los destinos de Malawi y países colindantes y, mientras amable, y menos amablemente, iba diciendo “Zikomo, Nkhotakota”, me rescató un policía que me dejó en la zona de “destino Nkhotakota”.
Yo siempre trato de llegar a los sitios por mis propios medios, porque ¿y si el próximo día no hay policía? Pero saber a dónde dirigirse en medio de un caos como el de la estación es una fantasía. Prácticamente hay que saberlo por pura genética malawaiana ya que los carteles informativos brillan por su ausencia.
Divisé un par de Matolas con mejor aspecto y me puse a negociar: precio y tiempo. Las condiciones, ya ni las pregunto, porque todos te dicen que van directas y sin parar (eso no me lo creeré nunca más en Malawi)- Que una matola vaya directamente al destino sin deternerse es imposible ya que prácticamente paran cada 5 minutos a recoger a alguien, o a preguntar a todo el que anda por la carretera: se paran hasta en los sacos de maíz.
En esta ocasión tampoco se me dio bien negociar el precio porque todas valían lo mismo, y no pude bajar una sola kwacha (moneda local). Y si os digo que también fallé estrepitosamente en el pronóstico del tiempo, y en la promesa de, “right now” (saliendo ya mismo”, ya que partimos una hora y media después de lo previsto.
En Malawi no sale un solo medio de transporte hasta que no se hayan completado los asientos, por lo que los viajeros que ya estamos subidos terminamos haciendo verdaderos esfuerzos promocionales y de marketing para que todo el que vaya en nuestra dirección elija nuestra matola. A mí, de hecho, me colocaron cerca de la entrada, como diciendo: “atención, llevamos a una Mzungu como atracción”. A mi lado había un malawiano, que llevaba un gorro tipo “safari”.
Ya me he acostumbrado al lento tic-tac del paso del tiempo aquí. La observación me relaja, me alimenta, pero cuando supera los 30 minutos, y no ha habido nada nuevo a nuestro alrededor, paso al momento-libro. Siempre llevo uno o dos libros en la mochila. Para amenizar la espera, saqué el de “Leyendas de África”, y me dispuse a leer, pero sin darme cuenta, adopté la posición ‘reflexión’, y me quedé dormida como un tronco.
Lo de quedarme dormida en los medios de transporte lo aprendí con mis hermanos y mis padres, ya que hemos viajado mucho en familia y, a los Tello, verdaderamente nos huele el culo a gasolina, como dice mi tía Asu. A los 30 minutos me desperté, y seguíamos en Lilongwe. Ya eran las 4.45.
Nada más despertar, me di cuenta de que mi compañero, el del gorrito “safari”, me había desplazado del asiento hasta el borde del pasillo. En apenas 30 minutos había comprado un montón de cosas por la ventana, dos grandes bolsas negras con contenido desconocido, una caja con un coche teledirigido, y hasta un sonajero.
Con tanta compra, había creado su pequeño almacén entre él y la ventana, aprovechando mi momento de reflexión con Morfeo. Después de mi despertar, intentó establecer conversación. Él disponía de cuatro palabras en inglés, ninguna en español, y yo, de dos en chichewa, por lo que la conversación se acabó muy pronto. Pero ello no evitó que se convirtiese en mi representante.
A Las 5:15 el bus-matola salió de Lilongwe destino Nkhotakota. A esa hora ya había empezado a anochecer, y leer se quedaba reducido los momentos en los que nos deteníamos recoger a alguien que cargábamos en algún agujerito libre del bus, cuando el conductor encendía las luces.
Gran parte del viaje lo pasé entonces reflexionando. Pero, ¿cómo se puede reflexionar en una matola, en donde los acomodadores tienen la función de encajador de personas, animales y cosas en el interior, y se empeñan en hacer dos o tres pisos de humanos para amortizar el coste de una matola?
En mi caso yo soy blanca, mzungu, y no es normal ni que me sienten encima de nadie, ni queyo tenga que acoger entre mis brazos a nadie. Soy pequeña, por lo que con sólo resbalarme por el asiento llego a una posición de cierta “comodidad” para la reflexión, apoyo la cabeza, dejo caer mi cabello por la parte trasera del asiento y ¡ voilá! Posición de reflexión en matola.
El coste por kilómetro de la matola debía rondar el mismo que nuestros ambulancias. Unas semanas antes había procedido a analizar costes del hospital y el precio es de 145Kw/kilómetro. Teniendo en cuenta el precio de las cosas aquí, era de esperar que hiciesen toda posible combinación “tetris” entre personas, niños, bultos y animales para que un viaje saliese rentable al “businessman” (hombre de negocios).
Para que nos podamos hacer una idea, un kilo de azúcar vale aproximadamente 0,9€; un litro de gasolina 1,20€; un litro de lejía, 11€; un kilo de patatas, 0,85€; un litro de leche, 1,10€; y un pollo vivo 2 y 3€. El precio del trayecto Lilongwe-Alinafe, de 190 km y cinco horas de viaje, es 2.000 kw. Es del todo normal que jueguen con nosotros, los pasajeros, al tetris.
Habrá quien esté pensando todavía en si el coste matola es caro o barato. Doy dos datos más para que cada uno pueda establecer la relación calidad-precio: las matolas están en estado “cochambroso”, así como los autobuses y mini-buses. Por ejemplo, ningún asiento está fijado al vehículo, sino que todos se desplazan o han perdido el cojín, y solo conservan la estructura de hierro.
Normalmente son de segunda mano, compradas en Sudáfrica, por lo que es seguro que tienen altos gastos de mantenimiento. Es bastante usual que incluso se quede parada la matola por problemas mecánicos, y haya que esperar en medio de la carretera a que otro vehículo te lleve a tu destino.
Si bien no lo hablo, ya voy entendiendo algo del Chichewa (la lengua local). Cada nuevo pasajero que subía a la matola era informado por “mi representante”, el del sombrerito safari, de que la Mzungu trabaja en el Hospital Alinafe , y alguna información adicional sobre mí que no lograba entender. Y todos respondían con expresiones parecidas a “eh eh eh … ohhhhh!”. Sé que no escucháis la musicalidad de la respuesta, pero creedme que suena muy bien.
En un momento del viaje íbamos tan apretados, y había tantos bultos y personas, sobre todo en la parte atrás del bus, que a los pasajeros de la parte trasera les resultaba más fácil salir “de culo” por una de las ventanas, que provocar una evacuación del 50% del bus para que pudiese salir.
El viaje transcurría entre paradas, momentos de luz y oscuridad, momentos de reflexión… y en uno de esos instantes que anteceden las reflexiones, sentí cómo alguien me acariciaba el cabello. Los africanos tienen el pelo muy rizado, pero muy rizado-muy rizado. A veces, hasta parece hasta un nudo a ras de piel. Las mujeres no pueden dejarse el cabello largo y liso, por lo que los cabellos que vemos largos y finos son extensiones de pelo sintético o pelucas.
Les llama entonces mucho la atención un cabello largo y liso natural, y tocar un pelo así tiene que ser una experiencia nueva para ellos. La sensación de que me tocasen el cabello, en tanto pasaba a ese momento de la dulce reflexión, no me molestó, más bien me relajó.
Me hubiese girado a mirarlos si hubiese sabido que no se asustarían por ello, por lo que me los imaginé cómo me tocaban e intenté pensar qué pensarían al respecto de esa sensación. Imaginé sus caras, sus manos sobre mi cabello y los comentarios bajitos que hacían y el murmullo que se creó en el bus.
Mi “representante” realizó algunas algunas intervenciones y se me pasó por la mente aquello que Dalila le hizo a Sansón y me preocupé al pensar que pudiese querer negociar mi cabello además de hacer circular entre todos los pasajeros mi backgroung aquí en Malawi.
A medida que iba avanzando al noche, el nivel de hombres con un tono “chisposo” se incrementaba. Si hay algo que me molesta de los malawianos es ese momento en el que los ves con la mirada pérdida y ojos transparentes por el exceso de las bolsitas Gin (ginebra). Las bebidas alcohólicas en las zonas rurales de Malawi se beben en bolsitas. Para que os hagáis una idea, tienen el mismo aspecto que las pruebas de champú o crema que te dan en las droguerías como promoción de marca/producto.
Se ponen muy elegantes para beber, llevan trajes pero no recuerdo haber visto a ninguno de ellos con chaquetas y pantalones emparejados ni de su talla. Por regla general, a los hombres mayores se les ve siempre con chaquetas dos o tres tallas más grandes de lo que les corresponde. Con que les guste el color, es suficiente.
Respecto a los sitios que frecuentan para el consumo y exhibición de su elegancia son unas tascas de bambú que suele haber en todos los pueblos y donde se realizan otro tipo de negocios.
Media hora aproximadamente antes de que llegásemos a bzyo bzyo, subió un señor con aliento dulce alcohólico que se hizo hueco a mi lado. Mi representante hizo su labor sin siquiera un retraso, y le puso al tanto de la mzungu. Entonces el hombre, como pudo y en un inglés de lengüita de trapo, me dijo “mi sobrino trabaja en Alinafe, se llama Henock Wunde”. Le contesté: “Henock, claro que le conozco, trabaja en el programa HBC, y además mi alumno en mi programa de “Business y Administración y de español. Por cierto, esta semana no ha venido a clase, por favor, recuérdale que si no asiste no le daré el título, y que tiene que estudiar un poco más”. Mi alumno Henock tiene 50 años y 6 hijos.
Mi representante me llamó la atención en medio de la conversación que mantenía para decirme que había llegado a mi destino, Alinafe. Me despedí de todos ellos, especialmente de mi representante, y me dirigí por el camino de la noche hasta el hospital.