Los dos primeros fines de semana de otoño celebran en Cabeza la Vaca y Marvao las conocidas como fiestas de la castaña. He tenido el honor de pregonar la única de estas fiestas que se realiza en Extremadura, una oportunidad magnífica de aprender más sobre un árbol maravilloso, y un fruto con mucho por contar y mucho ya contado, y sobre todo de disfrutar de sus paisajes y su paisanaje.
El pasado verano estudiando los bosques del sur de la provincia de Badajoz nos acercamos hasta la comarca de Tentudía en busca de los castañares existentes en la zona, tratábamos de encontrar algún castaño o rodal de éstos que mereciera ser considerado como árbol monumental. Con la ayuda inestimables de dos agentes de medio ambiente, Nati y Nacho, conseguimos nuestro objetivo y hallamos un magnífico rodal de castaños en el paraje conocido como Palancares, haciendo frontera con la provincia de Huelva, y un árbol monumental con más de 9 metros de perímetro en La Sangría, a menos de dos kilómetros de Cabeza la Vaca, seguramente el castaño más grande de Badajoz
Mi admiración por el castaño creo que se debe a que, además de un árbol bello y útil, es una suma de sensaciones diferentes: es un fruto, un color, y multitud de olores y sabores. Un todo rural con un mucho urbano, el Paseo de Cánovas tiene su quiosco de venta de castañas asadas y hasta la capital de la Villa y Corte tiene en calles y plazas aromas de castaña.
¿Cómo debemos decir?: ¿tostadas o asadas?; si tostar es poner un alimento al fuego para que tome color sin que se queme, y asar, hacer comestible un alimento por la acción directa del fuego, mejor sería decir asadas, aunque si lo que utilizamos es una vieja sartén descascarillada a la que convenientemente abrimos agujeros con ayuda de una púa y un martillo, lo que hacemos es asar y tostar al mismo tiempo. Pero lo mejor para hacerlas es utilizar un asador de castañas hecho en barro por los alfareros de Salvatierra. Malos tiempos estos de las vitrocerámicas, las placas de inducción y los hornos de microondas para asar castañas, mejor los tiempos llamados de Maricastaña, que decían nuestros mayores, con sus braseros y fogones.
Ya ven que se trata de una palabra polisémica como pocas, que otorga gracia y frescura a nuestro lenguaje. Una castaña es el fruto del castaño, una vasija o frasco de forma semejante a la de la castaña que se emplea para contener líquidos, una especie de moño que con el pelo se hacen las mujeres en la parte posterior de la cabeza, una borrachera, una bofetada, un cachete, un golpe, un trompazo o choque, o una persona o cosa aburrida o fastidiosa.
Decimos de dos cosas muy distintas que se parecen como un huevo a una castaña y cuando ayudamos a alguien a hacer una tarea difícil o a resolver un problema, le estamos sacando las castañas del fuego, alguien está arrugado como una castaña, cuando el paso del tiempo inexorable hace estragos en la piel, y repartir castañas ya sabemos todos lo que es.
Alimento matahambre en épocas pasadas, único accesible a los desheredados de esta tierra, ocupa ahora los fogones de nuestros más prestigiosos cocineros y acapara las cartas de postre de nuestros restaurantes. Podemos tomarlas cocidas en leche , en púdin y puré, en mermelada y convertidas en licor o transformadas en el exquisito marrón glacé; o comerlas crudas o asadas o tostadas, en unos casos sentados en una agradable sobremesa o bien caminado por cañadas, veredas, cordeles y coladas que en esta época tienen el suelo tapizado de las verdes, amarillas, ocres y rojizas hojas de los castaños y robles, y de los erizones y bellotas de estos árboles.
Por José María Corrales Vázquez