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Elvira Gallego

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De Kohpayam a Chang Mai. Estrategias para dormir en el autobús

La nostalgia acompañaba el movimiento suave del barco cuando partía de Kohpayam. La promesa de volver a ver a Jessy algún día quedó grabada con sal en mi mirada perdida.

Cuando atracamos en el puerto de Ranon, estaban esperando varias furgonetas taxi para llevar a la gente a la estación de autobuses por 100 bath (caro). Desistí de las ofertas, y caminé cinco minutos con la mochila pueblo adentro. Enseguida conseguí transporte por 30 bath.

El bus hacia Bangkok salía a las 19.30 horas, así que aproveché para comer algo con Marta, médico madrileña que había conocido en el barco. Yo, en principio, iba sólo a Bangkok, que ya era una buena paliza en bus (12 horas). Ella iba a continuar seguido hasta el norte, lo que me hizo sentir que me estaba volviendo comodona, y decidí pegarme el palizón con ella hasta Chang Mai. Tenía 5 días más de visa tailandesa, e iban a ser demasiadosdías solo en Bangkok.

Los asientos en los autobuses siempre van numerados, pero yo decidí, como siempre, hacerme la tonta ( para lo que no tengo que esforzarme mucho) y usar mi truquito para aviones y autobuses. Me quedé fumando fuera hasta que todos los pasajeros estaban sentados, y hasta que el conductor me dijo por décima vez que me subiera ya. Busqué con la mirada un par de asientos juntos vacíos para poder estirar un poco las piernas, pero esta vez, la suerte no estuvo conmigo. No había nada más que uno. El mío. “Bufff…vaya viajecito  me espera…”, pensé resignada.

Me tocó al lado de una señora mayor (alemana creo), que venía cargada de bolsas de chucherías para hacer el trayecto más ameno. Enseguida se dispuso a quitar sus bolsas del suelo para dejar espacio para mis pies cansados. “No se preocupe, no voy a necesitarlo”, le dije sonriendo.

Esta vez no esperé ni a que apagaran la luz. En cuanto el autobús arrancó, me cogí la riñonera ( mi inseparable almohada), me tumbé en el suelo del pasillo que queda entre las dos filas de asientos, me puse el antifaz de dormir, los tapones, y me tape con la mantita que nos habían dado, ante la estupefacción de todos los pasajeros (ande yo caliente, ríase la gente).

Y empecé a contar de 1.000 hacia atrás con la esperanza de quedarme dormida antes de llegar hasta el uno. Pues  llegué hasta el 1, agarrándome con la mano al hierro de la base de un asiento para evitar lesiones medulares con el traqueteo violento del maravilloso autobús, y con los pies de un italiano despertando mi nariz. Bien. No pasa nada. “Everything is perfect”, como me decía mi amigo Eloy. “Voy a ponerme del otro lado”, me dije.

Con dificultad, me di la vuelta y cambié los pies del italiano por los pies de una nórdica que dormía plácidamente sentada como si estuviese en el mismísimo cielo (con la correspondiente envidia insana recorriéndome las vísceras). Bien, vamos a contar de nuevo desde mil. “mil….setecientos treinta…quinientos veinte….ay!!!”, un toque en la pierna acompañado de un “excuse me!” me alejó de aquello que ya se estaba pareciendo al sueño. Un simpático tailandés necesitaba bajar al baño tan solo 10 minutos después de empezar el viaje. Bien. No pasa nada. “Everything is perfect”.

Me agarro al brazo de un asiento para levantarme despertando a la sueca con mi impulso, meto medio cuerpo encima de ella para que el tailandés pasara, me siento en mi asiento esperando a que el señor acabara y volviera , y con más positividad que antes, me vuelvo a tumbar en el suelo. Bien. Venga. Ahora ya sí. Me vuelvo a poner el antifaz (los tapones ni me había molestado en quitármelos) y esta vez pasé de contar. Ahora a dormir sin rodeos, por narices.

Quince minutos después, y aún en mi intento, vuelvo a escuchar otro “¡excuse me!”. Bien. No pasa nada. Repito el mismo proceso, y a los cinco minutos vuelvo a tumbarme, taparme hasta la cabeza y ponerme el antifaz. A todo esto la mitad del autobús ya iba dormida.

No sé cómo ni cuándo, pero caí en el sueño con el meneíto de la carretera hasta que de repente vuelvo a sentir una palmada en la pierna. Esta vez más intensa, más contundente y sin “excuse me “ que valga. “¡Dios!” pensé, “¡ésta sí que me ha fastidiado!”. “¡Maldición!” ( me pongo fina, por no poder reproducir la cadena de vocablos que pasaron por mi cabeza en ese momento…). “¡Otro meón!”. Me destapé la cabeza, me subí el antifaz y abrí los ojos arrugados como pude bajo la lámpara encendida del techo. Cuando miré hacia adelante, vi a dos militares con unas metralletas relucientes que medían lo mismo que yo, mirándome con cara de alucinados. “¡Excuse me!”, ahora la que lo dijo fui yo, acompañado de la cara de tonta que siempre me ayuda en estas situaciones. Me fui a mi sitio después de haberme apretujado contra los militares para dejarlos pasar, y observé cómo iban identificando a todos los pasajeros tailandeses y birmanos. De los “turist” pasaron completamente.

Una vez bajaron y el autobús arrancó de nuevo, me volví a tirar en el suelo. Valgo más por tozuda que por lista.

A las tres horas pararon para comer (lo que yo aproveché para fumarme sentada en un bordillo unos cigarritos, con los tapones, el antifaz en la frente y las legañas en los ojos)  y a las 8 de la mañana estábamos entrando en Bangkok.

El autobús de Bangkok a Chang Mai salía de otra estación, así que Marta y yo buscamos taxi. No teníamos mucho tiempo. Pregunté a un taxi colectivo y me pidió 100 bath. “¡Buff! You are very expensive, my friend, i have not money. Come on!, 70 bath?…yes!, yes! Come on! 70 bath is ok!”, oferta que el chavalito aceptó.

No teníamos cambio y me fui con cara triunfal por haber ganado el regateo a una tiendita a cambiar. Allí veo a un tailandés con un ticket en la mano de 35 bath. Le pregunto dónde se compra y me voy hacia allí. Y allí estaba sentado mi amigo, el que me pedía 100 bath. Sonrío, pero con esa sonrisa cerrada que suelo acompañar con cara de mala leche, diciéndole que me había intentado timar, después de lo cual él sí que se rió abiertamente a carcajadas en mi cara de sueño. Bueno. No pasa nada. “Everything is perfect”. Por lo menos esta vez no había pagado de más.

Al llegar al otro bus, Marta subió rápido y yo, como siempre, me quedé fumando abajo usando el mismo truquito que no me había servido antes. Cuando el conductor se subió  salté yo dentro por la puerta de atrás. Activé el scanner de búsqueda y……¡al final encontré dos sitios libres!. Bien. Bien. Me fui contenta hacia ellos, me senté y estiré bien las piernas. Esta vez había tenido suerte.

A los cinco5 minutos viene el sobrecargo a decirme que esos sitios no eran los míos. Le digo, están libres que más te da. Me dice que estaban ocupados. Me cambio al mío, delante. Espero a que baje a la cabina y me vuelvo a cambiar. Cinco minutos después me vuelve a despertar y a decirme que me cambiara. Me cambio. Espero a que baje y me vuelvo atrás otra vez. Sabía que en breve se iría a dormir para conducir la segunda etapa del viaje. Tapones, antifaz, mantita…y a dormir. Genial. Lo necesitaba.

A la hora de empezar el viaje y sumida por fin en un profundo sueño, vuelvo a escuchar el “excuse me”. Me levanto el antifaz muerta de cansancio y veo al sobrecargo acompañado de dos japoneses que, sonriendo, me pedían que vaciara su sitio. No voy a escribir lo que pensé. Y me volví a mi sitio tocada y hundida. Bueno. “Everything is perfect”. Siempre me quedará el suelo. Cuando sentí arrancar el autobús volví  a tenderme abajo hasta las diez de la noche que llegamos a Chang Mai (después de 36 horas de viaje ininterrumpido). En un aspecto sí fui afortunada: en este bus había menos meones, jajajaja.

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Sobre el autor

Cuando uno comienza a viajar sin mapas, sin reloj, sin móvil y sin billete de vuelta, tus sentidos se despiertan inesperadamente y comienzas a percibir el olor de cada segundo, el sonido de cada silencio... Tus ojos se convierten en cámaras fotográficas que disparan a cada paso congelando la imagen, y tu mente, en un maravilloso disco duro lleno de sensaciones indescriptibles que se convierten en el auténtico tesoro de tu existencia. Mi lema como viajera es " cada día orienta al siguiente".


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