Tras conseguir embarcar en apenas media hora, la viajera alemana y yo quisimos recordar nuestra aventura.
Después de dos meses en Bali (Indonesia) haciendo el curso de guía profesional de buceadores, me caducaba la visa, y tenía que salir del país y volver a entrar para conseguir una nueva “visa on arrival” (a la llegada). En Indonesia la visa turística es de 30 días, pudiéndola extender otros 30 más ya estando en el país. Después de 60 días, tienes que salir obligatoriamente del país.
En ese punto estaba yo el 30 de abril. Había comprado un billete de ida y vuelta, en el mismo día, desde Bali a Kota Kinabalu (Borneo-Malaysia) y me había encontrado sólo con una opción: llegada a Kota Kinabalu a las 18:05 horas y salida a las 18:30 horas. Locura. Lo sé. Pero preferí arriesgar a tener que aumentar el presupuesto con hotel, comidas, taxis, etc…
Ya el billete me especificaba claramente que la puerta de embarque de mi vuelo de vuelta se cerraba 30 minutos antes de la salida, es decir, a las 18:30 horas ( y yo aterrizaba a las 18:05). Bien. Iba a llegar después de que tuviera que estar subiendo al avión, y tenía que pasar primero los dos controles de inmigración y el control de policía. Parecía misión impisible. Una persona cuerda ni siquiera lo hubiera intentado, pero como la cordura se me hace tan aburrida, ahí estaba yo, saltando de un país a otro y vuelta atrás, equipada sólo con mi riñonera incondicional y las zapatillas de deporte para la carrera por el aeropuerto. Iba a salir de un avión, conseguir los sellos de entrada y salida a Malaysia, y volver a subirme al mismo avión para volver a Bali.
Ya en el vuelo de ida le puse en antecedentes a la tripulación, solicitando la mayor colaboración posible. Les hice tres visitas en el vuelo de dos horas, ya que una sola la hubieran pasado por alto. Después de tantos años viajando sola y sin más equipaje que mi mochila, la verguenza de la insistencia no es algo que me frene normalmente. La timidez es solo un lastre en la mayoría de las ocasiones en las que te ves en apuros.
No sé si inspiré pena al piloto, o aprovechó la excusa de querer haceme un favor para contar con más tiempo de descanso para llamar a su señora, el hecho es que me alentó a que corriera, y me prometió que me iba a esperar. Los indonesios son buena gente. Un favor así no te lo hacen en cualquier sitio.
Cinco minutos antes de aterrizar la situación era la siguiente: yo me había cambiado a la primera fila de asientos para saltar del avión nada más abrieran la puerta. Unos minutos después se sentó a mi lado una alemana con el pasaporte en la mano. Me miró sonriendo, diciéndome: “creo que tenemos el mismo vuelo”. ¡Otra chiflada! Dos chifladas en un mismo vuelo Organizamos juntas en un minuto la estrategia para conseguir nuestro objetivo y nos echamos unas risas.
No había otro vuelo de vuelta hasta dos días después. Teníamos que conseguirlo. Cuando abrieron la puerta del avión, la tripulación nos deseó buena suerte y salimos las dos corriendo. 18:05 horas.
Buscamos la ventanilla de Inmigración de Entrada. Había una cola de unas 50 personas y, corriendo, nos colocamos las primeras gritando “¡lo siento, lo siento, vamos a perder el vuelo!”, colocando los pasaportes delante de la cara del funcionario, y añadiendo a la situación esa cara de desesperación profunda, que inspira una lástima inevitable y es capaz de transformar en el alma de los estafados un ” ¡pero qué cara tienen, serán sinverguenzas!” en un “pobrecillas, deberíamos ayudarles”, proceso que tengo muy ensayado ya.
La expresión del policía que nos iba a estampar el sello mientras le instigábamos con un ” por favor, ¡corre,corre!, ¡no tenemos tiempo!” era todo un poema. Me pidió que pusiera mis dedos en el scanner de huellas dactilares mientras yo le mantenía clavada la mirada como si fuera el último día de mi vida. Él bajó los ojos y me estampó el sello en el pasaporte. Ya eran las 18:08 horas.
Corriendo, pasamos el control de seguridad, el escáner de seguridad de la Policía, y volamos a los mostradores de Inmigración de Salida. Antes de que la gente de la cola tuviera tiempo de creérselo y abrir la boca para quejarse, ya corríamos nosotras con el sello de salida de Malaysia hacia las pantallas para buscar la puerta de embarque de nuestro vuelo. 18:13 horas.
Una azafata nos esperaba en el mostrador de la puerta, aún abierta para nosotras, y las alemana y yo nos reíamos y nos sacábamos fotos para recordar aquel día loco en el que dos locas se encontraron haciendo la misma locura, y con una suerte loca les salió locamente bien.
En el último momento me entró la tentación de seguir jugando con la adenalina e irme a fumar un cigarrito a la sala de fumadores. Total, el piloto dijo que me esperaría…. “Ejem, ejem….la avaricia rompe el saco….¡ súbete ya al maldito avión!”.