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Elvira Gallego

Viajando sin Mapas

La caricia de Jessy, la mona huérfana de Kohpayam

Mis primeros pasos en Kohpayam (Tailandia) desde el bungalow a la playa fueron descalza, sintiendo en cada paso la cercanía del mar de Andamán. Era ya febrero, justo antes del comienzo de la estación lluviosa.

Cuando terminaba la arboleda y el camino se abría al mar, un movimiento rápido a mi derecha captó mi atención. Jessy, la mona de Peter (el dueño de los bungalows), estaba allí atada a una cuerda de unos seis metros por un peto que llevaba en la cadera. Junto a ella, su caseta-dormitorio de madera.

Al verme, su expresión se enfureció levantando las cejas y enseñando sus dientes amenazantes. Me paré y dirigí un par de pasos hacia ella con intención de medir su grado de cabreo, a lo que ella respondió con la pequeña carrera que le permitía la cuerda para alcanzarme. Salté hacia atrás y seguí hacia la playa.

Por la noche le aseguré a Peter: “hasta que no toque a Jessy, no me iré de la isla”. Él rio a carcajadas y comenzó a contarme su historia.

Jessy era una mona huérfana que adoptó ocho años atrás cuando unos cazadores mataron a toda su familia. Sólo quedó ella, aún en la etapa de lactancia. Peter la alimentaba a base de biberones y dormía con él en la cama. Las autoridades tailandesas se habían llevado a Jessy en dos ocasiones, por ser ilegal mantenerla en casa. Las dos veces, tras quince días negándose a comer ni beber, y cerca de la muerte, se habían visto obligados a devolvérsela.

En los meses en los que hay más turistas, ella permanece atada porque no soporta a las mujeres ni a los niños, y había mordido alguna vez cuando alguna imprudente como yo había querido hacerle cariñitos. Pero pasada la temporada alta, en los meses de la estación lluviosa, ella vive libre con Peter, se sube a los árboles, se baña en el mar… disfrutando de su libertad.

Cada día acudía por la mañana y por la tarde, me sentaba frente ella, midiendo la distancia que alcanzaba con la cuerda para no estar a su alcance, y le hablaba durante un tiempo. A veces, le compraba alguna magdalena que ella partía por la mitad y se comía sólo la miga de dentro, dejando las partes quemadas. La monita, hambre, había pasado poca.

Cada diez minutos avanzaba sentada unos cuantos centímetros para ir acortando la distancia entre nosotras, y que me fuera aceptando en su territorio (el diámetro que alcanzaba la cuerda).

El segundo día me pasé de lista y me adelanté demasiado. Ella pegó la carrera con un gruñido e intentó morderme. Pegué un salto hacia atrás, pero ella se quedó con mi riñonera. La abrió, sacó la cartera y se la metió en la boca, y se dedicó a romper un paquete de clínex en trocitos. Estaba aburrida. Llamé a Peter y él le quitó mis cosas. Ella me miró cabreadísima acusándome de chivata, y su mirada me dejó claro que a la próxima iba a dejarme sin pelos en la cabeza. Peter se enfadó conmigo y me dijo que no me acercara más porque  iba a terminar mordiéndome. Jessy no soportaba a las mujeres. Yo terminé el día, triste, en el bungalow…

Pero a la mañana siguiente volví a sentarme frente a ella, lo que pareció sorprenderla….y seguí contándole “mis cosas” mientras ella sentada, mirándome, y hacía trizas todas las hojas que encontraba alrededor.

Día a día le fui  sintiendo cada vez más relajada con mi presencia.

Al sexto día, ella estaba alejada y me atreví a cogerle el cacito del agua vacío, se lo llené y volví a dejarlo en su sitio. Era mi primera incursión en su espacio, y ella ni se había movido. Buen avance. Aceptaba que entrara en su territorio. Esa noche me quedé dormida con una sonrisa.

Al noveno día, en una de nuestras conversaciones unilaterales, Jessy estaba a sólo un metro de mí. Sin esperarlo se levantó y vino hacia mí tranquila. En ese preciso instante me di cuenta de que me tenía a su alcance, ¡me había sentado demasiado cerca y ella llegaba con la cuerda! Fueron décimas de segundo de indecisión: o saltaba hacia atrás o me quedaba quieta. No sé qué me convirtió en una estatua, quizás que ella en ningún momento me había mirado a los ojos…Se me aceleró el pulso, el corazón se me salía del pecho: un paso, dos pasos, tres pasos…. alargó su mano y me quitó una mosca de la pierna….’Buff!!”, pensé yo, “o ahora o nunca”. Despacio, levanté el brazo y le acaricié la cabeza con la mano, suavemente. Ella no se movió, pero levantó la mirada y vio mi paquete de tabaco  a mi lado, lo agarró contenta, y se largó a la otra punta para cargárselo a gusto…¡jajajaja!

Empecé a gritar “¡ya la he tocado, ya la he tocado!”, a lo que Peter y el resto de huéspedes  sonrieron celebrándolo, mientras un amigo me gritaba: “ ¡ te lo mereces, le has dedicado mucho tiempo y eres tozuda como una mula!””.

Otro deseo cumplido.

Me conocía tan bien, que sabía que si me quedaba dos días más con ella, era posible que nunca más quisiera abandonarla… Había llegado el momento de marcharse. Ahora, camino a Camboya.

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Sobre el autor

Cuando uno comienza a viajar sin mapas, sin reloj, sin móvil y sin billete de vuelta, tus sentidos se despiertan inesperadamente y comienzas a percibir el olor de cada segundo, el sonido de cada silencio... Tus ojos se convierten en cámaras fotográficas que disparan a cada paso congelando la imagen, y tu mente, en un maravilloso disco duro lleno de sensaciones indescriptibles que se convierten en el auténtico tesoro de tu existencia. Mi lema como viajera es " cada día orienta al siguiente".


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