En mi barrio hay edificios altos donde los aviones comunes construyen sus nidos bajo las cornisas y los vencejos dan vueltas en los patios interiores de las manzanas de bloques antes de meterse bajo los aleros de los tejados.
En un lugar así es difícil pensar que haya golondrinas, ya que estas aves son más frecuentes en los entornos rurales.
Sin embargo, hay golondrinas en mi barrio.
Las escucho por las mañanas cuando salgo temprano.
Las veo volar entre las calles y desaparecer doblando las esquinas.
A veces vienen hacia el coche en marcha y lo esquivan en el último momento dejándome ver su garganta roja.
Las golondrinas de las calles de mi barrio vuelan a ras de suelo buscando insectos y anidan en los locales vacíos colándose entre los huecos que dejan los ladrillos.
El sol ilumina su plumaje oscuro que se torna negro metalizado.
Se posan en las ramas más altas de los árboles, a veces en algún hierro que sobresale bajo una cornisa, o en un cable.
Las golondrinas son ruidosas y bullangueras. Oigo sus conversaciones por encima de los ruidos de la calle: el tráfago incesante, el griterío de los niños, la charla de los viandantes.
Las oigo como escucho a los estorninos sobre las antenas, a los vencejos reunidos por cientos sobre mi terraza, a los aviones defendiéndose de las urracas.
Y aunque vaya caminando distraída, o hablando, o pensando en otros asuntos, escucho a las golondrinas.
Y me parece increíble que las tenga aquí, en mi barrio, anidando al final de la calle.
Todas las fotos han sido cedidas amablemente por Antonio J. Pérez Toranzo, al que estoy muy agradecida.
En el siguiente enlace, se pueden ver algunas de sus preciosas fotografías:
https://500px.com/antonioperezprofe