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Pilar López Ávila

Vivir con la naturaleza

LO QUE VEO POR LAS MAÑANAS

Lo que veo por las mañanas –estas mañanas de otoño frías pero no tanto como las de otros otoños- es una tierra seca y agostada, como si el verano se hubiera instalado permanentemente en ella a pesar de los días más cortos y las noches más largas, a pesar de que ya el sol no calienta ni tanto tiempo ni con tanta intensidad.

Lo que veo por las mañanas es una tierra agradecida a la escasa lluvia que cayó hace unas semanas, una tierra que trata de hacer germinar las semillas a pesar de la sequedad y dureza del terreno, con la amenaza de las heladas que cada día son un poco más intensas. Sólo prospera la hierba donde ha estado el ganado, el resto es pasto seco y helado.

Lo que veo por las mañanas son bandos de avefrías atravesando la carretera, con su vuelo errante, sin rumbo fijo, girando en el aire hacia un lado o hacia otro, sin saber con certeza hacia dónde van.

Veo los cormoranes que vienen de pasar la noche en el embalse de Valdesalor y se desplazan quizás en busca de otras aguas donde encontrar los peces que les servirán de sustento. Con suerte, unos pocos gansos, tan poco frecuentes como difíciles de ver.

 

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Lo que veo en las amanecidas, cuando el sol nos da justo en la cara y hace brillar el asfalto de la carretera, son los bandos de grullas perfectamente alineados, volando en formación hacia los pastizales donde nos preguntamos qué comerán si no ha crecido la hierba. El único recurso que les queda para enfrentar el invierno son las bellotas caídas en el suelo.

 

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A la vuelta, el cielo nos descubre a menudo el vuelo en espiral de los buitres leonados, siempre entre ellos o un poco separados uno o dos buitres negros. Bandos de hasta veinte o treinta buitres volando sobre las corrientes ascendentes del aire calentado por un sol que a esas horas no debería calentar tanto siendo la época del año que es.

 

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Lo que veo por las mañanas son solitarios milanos reales volando a su antojo sobre la carretera, y a alguno a veces lanzarse en picado delante de nuestro coche sin importarle lo que arriesga, esquivando el peligro en una décima de segundo cuando todos pensamos que esta vez nos lo llevamos por delante.

Veo abubillas que parecen despistadas, gaviotas reidoras que pasan los meses más fríos en las aguas de los embalses, el río Ayuela sin agua, el blanco envés de las hojas de los álamos plateados bailando al son del viento, currucas cruzando la carretera para perderse entre las escobas de la mediana.

Lo que veo por las mañanas no quiero dejar de verlo, aunque sé que algún día dejaré de desplazarme para ir a trabajar. Entonces me acordaré de ese trayecto, de esos momentos compartidos con lo más bello de nuestra naturaleza, de los encinares cobijando la vida y de los caminos que dibujan en el aire los bandos de las grises y esbeltas grullas.

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Sobre el autor

“Desde siempre me gustaron los pájaros, las mariposas y las flores. También escribir cuentos para niños. Hoy les hablo a mis alumnos de los misterios de la biología, paseo por el campo cuando puedo y escribo. Creo que es esencial vivir con la naturaleza, comprender sus ciclos y seguir su ritmo. Y compartir con otras personas lo vivido.”


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