“Margaritas, nacaradas estrellas del orbe,
constelaciones de flores que jamás se esconden”.
Así habla Shelley (1792-1822), poeta romántico inglés, de las margaritas, que se atreven a florecer desafiando las bajas temperaturas, apiñadas en grupos como si quisieran huir del viento frío, alfombrando la tierra y dándole un poco de color al gris invierno.
Junto a ellas, los crisantemos silvestres de un amarillo intenso.
Margaritas y crisantemos son flores compuestas, flores de flores que se agrupan en capítulos, inflorescencias que multiplican así la atracción de insectos para ser polinizadas.
Si las temperaturas son templadas se llena el campo de jaramagos, también llamados pan y quesito, pequeñas flores de color amarillo pálido pertenecientes a las crucíferas: cuatro pétalos en forma de cruz.
Y en los prados, a la vera de los riachuelos, crecen los narcisos amarillos que bien podrían ser trompetas de las hadas.
Las violetas, bellas entre las bellas, que hasta crecen en mi terraza.
Los almendros florecen antes de echar las hojas y es entonces cuando la estación fría tiene que darse por vencida.
La luz aumenta cada día un poco más y la tierra queda a la espera de las otras flores.
Las que seguirán a éstas que se atrevieron a florecer en invierno.