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Pilar López Ávila

Vivir con la naturaleza

CUANDO ERA NIÑA

Al abrir el libro Cuando mamá llevaba trenzas, ilustrado y escrito por Concha Pasamar, me trasladé inmediatamente a uno de tantos recuerdos de mi infancia relacionados con la naturaleza.

“Me aseguró que había renacuajos en las charcas; que había charcas en los descampados y descampados en los pueblos. Y hasta en la ciudad.”

"Cuando mamá llevaba trenzas". Concha Pasamar. Bookolia, 2018.

“Cuando mamá llevaba trenzas”. Concha Pasamar. Bookolia, 2018.

Cuando era niña jugaba todas las tardes en la calle con los amigos del barrio.

Los fines de semana nos dejaban ir en bicicleta al Parque del Príncipe.

Le pusimos nombre a todos los lugares del parque que fueron escenarios de nuestras andanzas: Los Chopos Silenciosos, el Museo de las Palmeras, la Roca de los Enamorados, el Jardín de los Sauces Llorones…

En el arroyo de Aguas Vivas, que recorre el parque, había ranas y tritones. Nos dedicábamos a coger tritones para mirarlos un rato, nos encantaba su vientre anaranjado, sus pequeños ojos, la forma tan patosa de moverse fuera del agua. Llegué a diseccionar alguno en casa, ya por entonces apuntaba mi curiosidad científica.

Tritón ibérico.

Tritón ibérico.

En los márgenes del arroyo crecían el hinojo y la hierbabuena y unas plantas que sabían a limón y que llamábamos simplemente “hojas de limón”. Todo nos lo llevábamos a la boca, lo probábamos, no teníamos miedos ni aprensiones.

En el Parque del Príncipe había un almendro inmenso que se cargaba de flores si febrero no venía demasiado frío.

Almendro en flor.

 

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Almendro en flor.

Los chopos nos mandaban callar cuando hacía viento, y los hacíamos caso para escuchar el rumor del aire entre sus hojas. Entre abril y mayo se llenaban el suelo y el agua de las pelusas de los chopos. Parecía que había nevado y no era más que la semilla de estos árboles que viaja envuelta en estas pelusas blancas que todo lo invaden.

Nos escondíamos entre las ramas colgantes de los sauces llorones, a mí me parecía que estaba en un jardín japonés, con el rumor del agua y la hierba bajo los pies, me recordaba a las películas clásicas que veíamos los sábados en la sobremesa.

Cuando era niña me sentía libre y feliz, despreocupada, pendiente de jugar y disfrutar de todo lo que me rodeaba, y lo que más me gustaba era el contacto con la naturaleza.

Aún sigo paseando por el Parque del Príncipe.

Busco los picapinos, agateadores, las anémonas.

Busco los lirios negros que vi en una ocasión, tan raros, tan fuera de lugar. Flores de Jordania.

Fernando Durán los fotografió y sé que Juan Ramos también anda buscándolos, pues es en esta época cuando florecen.

Lirios Negros.

Lirios Negros.

Todavía hay tiempo para sorprenderse, a pesar de los años, de los recuerdos de épocas pasadas.

Tiempo para sentir los lugares en los que tanto disfruté cuando era una niña.

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Sobre el autor

“Desde siempre me gustaron los pájaros, las mariposas y las flores. También escribir cuentos para niños. Hoy les hablo a mis alumnos de los misterios de la biología, paseo por el campo cuando puedo y escribo. Creo que es esencial vivir con la naturaleza, comprender sus ciclos y seguir su ritmo. Y compartir con otras personas lo vivido.”


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