Los vencejos son acróbatas del cielo.
La primavera del año pasado anidaron bajo el alero del tejado que hay sobre la terraza.
Daba vueltas y vueltas, al patio de vecinos, trisando, la pareja de vencejos, esperando que me apartara de la ventana para entrar al nido, y si estaba demasiado tiempo, primero uno y luego el otro, se venían a mí, como si fueran a atacarme, y en el último momento hacían un quiebro rápido y giraban hacia otro lado.
He de confesar que a veces me asomaba solo para verlos intimidarme, en ocasiones diría que trataban de rozarme con las alas, y así seguían con insistencia hasta que me retiraba y desaparecía lo que ellos consideraban una amenaza.
Son aves extraordinarias, los vencejos.
Este año los esperaba con ganas y han vuelto.
Los escuché trisar una tarde mientras tendía la ropa y me alegré de tenerlos otra vez compartiendo mis quehaceres.
Al atardecer, si el sol les da sobre el dorso de las alas, parecen de bronce.
Y cuando la luz va decayendo, a los vencejos ya no se los ve, se los oye en las alturas.
Me los imagino entonces dando vueltas en el aire, como lo hacen en el patio, tratando de relajarse del ajetreo del día, de las idas y venidas, de los regates que le hacen al viento, y me pregunto cómo será dormir tan cerca de las estrellas.