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Pilar López Ávila

Vivir con la naturaleza

EN LA CONJUNCIÓN DE ARTURO Y VANESA

Arturo, el que guarda los cielos, sintió gran amor por Vanesa una noche de luna llena en la que ella aún volaba en la luz. De igual forma, Vanesa se enamoró de Arturo al quedar prendada de su brillo en la inmensidad del firmamento. Ellos sabían, sin embargo, que estaban destinados a estar separados, él en las alturas, ella sobre la superficie de la Tierra. Al no resignarse a este destino, buscaron la manera de unirse para renovar su amor, y así, una vez cada veintiocho días, la noche en que la luna luce plena en el cielo, se puede ver a Vanesa volar cerca de las estrellas para ir al encuentro de su amado Arturo.    

Esta historia, que recuerda a la leyenda de Lady Halcón -en la que Navarre (Rutger Hauer), transformado en lobo nocturno, e Isabeau (Michelle Pfeiffer) en halcón diurno, sufrían la maldición y solo podían encontrarse fugazmente en el ocaso, cuando la última luz del día daba paso a la oscuridad de la noche-, es fruto también de un feliz encuentro, donde la palabra, el arte y la creatividad se dieron cita durante unos intensos días en un refugio de la sierra de Gredos.

La llanura desde la Sierra de Gredos.

Arturo, una de las estrellas más brillantes del cielo del hemisferio norte, en la constelación del Boyero, es el guardián de la osa por su proximidad a las constelaciones de la Osa Mayor y la Osa Menor. En árabe, significa “el noble que porta la lanza” o “el que guarda los cielos”. Es una estrella gigante naranja, que dista 36,7 años luz del sistema solar, unos 360 billones de kilómetros.

Muy alejada está Arturo de su amada, Vanessa atalanta, una mariposa diurna tan discreta en el reverso como indiscreta en el anverso. Cuando Vanesa abre las alas, pinceladas de color naranja destacan vivamente sobre el fondo negro punteado de blanco. Con un poco de imaginación y buena vista, con las alas plegadas, se pueden distinguir en el reverso los números 9, 8, 0 y 3, de ahí que también se la llame Numerada.

Vanessa atalanta

Vimos a Vanesa volar entre los helechos con la dorada luz del atardecer que se colaba entre los troncos de los pinos ladera arriba. Ya he observado, en otras ocasiones, multitud de mariposas que frecuentan las zonas elevadas, quizás porque la primavera, aunque llega más tardía, se mantiene más tiempo en estos lugares. Así, las mañanas se poblaban de otras especies como colias, doncellas y niñas celestes, que revoloteaban entre los dientes de león y las digitalis.

Helechos a la luz del atardecer.

Digitalis purpurea.

Doncella (Melitaea deione).

Pastizal con dedaleras (Digitalis purpurea).

La sierra de Gredos guarda tesoros en sus entrañas, los escondió durante millones de años y ahora los muestra para disfrute de los que se adentran en las cuevas que el agua horadó lentamente, a lo largo de los siglos, gota a gota, en la caliza. Columnas con formas caprichosas, estalactitas y estalagmitas, grandes bloques de rocas derrumbados sobre las galerías, pequeños lagos de agua de lluvia infiltrada entre las grietas que encuentra la capa impermeable que la retiene en el fondo.

Cuevas del Águila, cerca de Arenas de San Pedro.

 

Pero hay otros tesoros que guarda la sierra, gotas doradas en pequeñas ciudades geométricas, hechas por pequeños seres trabajando casi sin descanso, construyendo con cera las celdas en las que nacerán obreras, zánganos y reinas. Las abejas de los valles de Gredos atesoran el polen y la miel en estas celdas para alimentarse durante el invierno, y para alimentar a otras abejas que perpetuarán la especie, si el ser humano y su afán por modificar la naturaleza lo permiten.

Colmenas de abejas melíferas.

En la hora del descanso, nos tranquilizaba escuchar el ladrido de los perros de los alrededores, sabíamos que vigilaban y nos protegían. Y cuando la noche era ya silencio, recordábamos El paseo entre los árboles, como si de Un baño de bosque se tratara, a sabiendas de que los árboles nos recordarán porque tienen memoria, los castaños, los robles, quizás alguno escriba las suyas, Memorias de un abedul, estaría bien, quizás los árboles se acuerden de que revoloteamos a su alrededor Con alas de mariposa, buscando entre las copas la luz brillante de Arturo y viendo cómo Vanesa se elevaba a su encuentro, una noche de luna llena en la sierra de Gredos.

El paseo de Celia Sacido (Editorial Cuento de Luz).

Un baño de bosque de Nívola Uyá.

Memorias de un abedul de Daniel Cañas (ilustrado por Blanca Millán).

Con alas de mariposa de Pilar López Ávila, ilustrado por Zuzanna Celej.

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Sobre el autor

“Desde siempre me gustaron los pájaros, las mariposas y las flores. También escribir cuentos para niños. Hoy les hablo a mis alumnos de los misterios de la biología, paseo por el campo cuando puedo y escribo. Creo que es esencial vivir con la naturaleza, comprender sus ciclos y seguir su ritmo. Y compartir con otras personas lo vivido.”


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