Al atardecer pasan las grajillas volando entre los edificios camino de la dormida.
Es un bando numeroso, de cientos de ejemplares, que se dispersan por las torres de la parte antigua para pasar la noche.
Las veo todas las tardes, interrumpo la conversación para mirarlas.
Igual que hago cuando escucho el reclamo del pico menor.
O el canto de la oropéndola, breve y poco sonoro en este tiempo que queda ya lejos de la época de reproducción.
A la oropéndola la he visto en una ocasión sobre una rama del árbol seco riñendo con los rabilargos, que pasan la tarde en grupos bulliciosos, volando de acá para allá.
Escucho también al agateador común, y a los mitos los veo volar rápidos, en bandos poco numerosos, de árbol en árbol.
Los gorriones, por su parte, arrancan los tallos cortos y jugosos de la grama para llevarse quizás el único bocado suculento de los pocos alimentos que encuentran ya a finales de este verano que ha sido especialmente caluroso.
Y si el año pasado por estas fechas la sorpresa de las tardes fue la presencia de un chochín que salía de entre las hojas del seto de aligustre para buscar insectos entre la hierba, la de este año ha sido la del ruiseñor, al que me costó identificar porque nunca pensé que pudiera verlo tan cerca.
El ruiseñor, haciendo gala de su carácter tímido y discreto, ha aparecido en varias ocasiones bajo el seto de aligustre para picotear entre la hierba.
Las pocas veces que he visto a un ruiseñor ha sido cantando.
https://youtube.com/shorts/JjdHr4nRjV0
Porque al ruiseñor se le ve por su canto.
Y a veces no se le ve, y se oculta entre las zarzas o los arbustos más espesos, porque no quiere ser visto, sino ser oído.
De plumaje pardo rojizo, con el vientre y los flancos blanquecinos, lo que más me fascina del ruiseñor, cuando no está cantando, son sus ojos.
Sus ojos negros remarcados con un círculo claro, y que al mirarte, el ruiseñor te está pidiendo que respetes su recato, que seguirá buscando su sustento antes de partir a tierras africanas para pasar el invierno y que espera no molestar ni ser molestado.
Y que la próxima primavera regresará para, sin ser visto, emitir su prodigioso canto oculto a todas las miradas.