Cuando todo se aletarga y se esconde del frío que comienza a helar las mañanas.
Cuando el invierno se adelanta al solsticio.
Cuando la otoñada que anhelábamos fue al final corta, pero intensa.
Cuando parece que los sentidos se adormecen porque la luz disminuye un poco más cada atardecer… es tiempo de descubrir.
Porque los días que acaban de empezar y los que se avecinan son y serán fríos, pero tendrán un cielo azul luminoso para no dejar de mirar, buscar, encontrar.
Descubrir la maravilla.
“A medida que uno se acerca, la vista crece y crece, hasta que por fin, a través de esa misma estrecha ventana está uno contemplando el universo.” (Rachel Carson).
Bajo los alcornoques, entre la hojarasca que se ha acumulado tras el verano, o en un tocón que extiende sus raíces bajo la tierra, los hongos colonizan el suelo y la madera. Extensos micelios invisibles que encuentran el momento oportuno para fructificar cuando la humedad y la temperatura son propicias. La seta se va formando en el interior y emerge con fuerza hacia la superficie, donde se abrirá para liberar las esporas que seguirán formando micelios ocultos bajo un nuevo manto de hojas o entre las vetas de la madera que se pudre.
Las descubro variadas en sus formas, tamaños y colores.
Son las reinas de la otoñada.
Hay formas, sin embargo, de descubrir sin ver.
Escuchar, por ejemplo, el sonido de las grullas entre las encinas de una lejana dehesa. Escucharlas sobre tu cabeza, incluso antes de verlas. Saber que están ahí, imaginarlas volando en formación, inmensas en la inmensidad del azul del cielo. Descubrirlas por su sonido.
Encontrar las huellas difusas de algún animal sobre el suelo arenoso y mojado. Averiguar más tarde que son de nutria. E imaginarla al amanecer en la charca cercana, sobre una roca que aflora, mojada también por la lluvia que cae desde la noche anterior. Escuchar su chapoteo en el agua, saliendo hacia los árboles con un cangrejo de río entre las fauces. Descubrirla porque dejó sus huellas en la arena, bajo una encina.
Se ha formado un charco de lluvia al margen del camino. En el fondo han crecido las hierbas acuáticas, quizás Myriophyllum, pero no puedo asegurarlo. Sobrevuelan el charco dos libélulas entrelazadas, e imagino a la hembra, liberada del abrazo del macho, poniendo huevos unos días después en este mismo charco, que se llenará de agua de lluvia y de sol y será el lugar idóneo para que se desarrollen las larvas y vuelvan a danzar juntos, macho y hembra, en un nuevo ciclo. Quizás vuelva a pasar por este lugar y las descubra. Quizás no. Pero ha sido en este instante en que he mirado cuando las he visto.
Descubrir es, a veces, mirar con atención, observar con detenimiento.
Y otras es casualidad.
Estar en el lugar y en el momento en que algo sucede.
Y saber mirar.
Una boñiga de vaca.
El humus de la lombriz que se esconde de mis pisadas.
“Los que contemplan la belleza del mundo encuentran reservas de fortaleza que los acompañarán durante toda la vida.” (Rachel Carson).