Vuelvo cada temporada a los mismos sitios a mirar el vuelo de las grullas.
Si ellas vienen, yo voy a ellas. Y no puedo evitar buscarlas en el cielo de los atardeceres o contemplarlas entre los encinares, con su porte esbelto y su elegancia.
Las grullas me fascinan y me gusta contarlo.
“Tus grullas, Pilar. Las adoro solo por ti”, me dice una amiga.
Y es que fueron muchas mañanas, ¿las recuerdas Lola?
Aquellos amaneceres camino del trabajo, pasaban los bandos por encima de la carretera desde el embalse hacia los encinares de la Sierra de San Pedro, y nos llenábamos los ojos con su vuelo.
Y a día de hoy, amiga, sigo persiguiendo a las grullas con la mirada puesta en el cielo.
Las grullas, que no son de nadie, pero eran nuestras.
Las que veíamos trazar líneas en los caminos del aire.
Las que me recuerdan tiempos que también se fueron, pero se quedó para siempre en nosotras la belleza de su vuelo.