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Pilar López Ávila

Vivir con la naturaleza

EL SON DEL AFILADOR

Tiendo la ropa en el tendedero desde la ventana del lavadero, la que da al patio de vecinos, mirando al cielo, y esas nubes no me gustan nada para lo que estoy haciendo. En otro momento no les pondría ninguna objeción, al contrario, que lluevan lo que quieran, pero ahora son una amenaza para las sábanas que espero que se sequen antes de que caiga la noche. El sol velado por la calima se deja ver entre ellas y produce un extraño ambiente húmedo.

Concentrada en la tarea, estoy atenta sin embargo a lo que suena fuera. Escucho los sonidos de la calle, los coches y el griterío de niños jugando en el bulevar cercano. Se oye, y es apenas perceptible, el son del afilador, la música de un chiflo que recuerdo desde la infancia. Le imagino entonces, al afilador, recorriendo las calles con la bicicleta, y me parece increíble que a estas alturas del siglo, con todas sus modernidades y avances, aún se escuche ese son y aún busque el afilador cuchillos y tijeras que afilar, haciendo rodar despacio la bicicleta a su lado y mirando siempre hacia lo alto, a las ventanas, a los balcones, por si alguien se asoma y quiere darle nuevo filo a lo que ya no corta ni pela.

Escuchando al afilador me acuerdo también del sillero, que iba por el barrio donde viven mis padres con su cantinela: “el silleroooooo”. Era el sillero un hombre enjuto, alto y encorvado, con gafas de culo de vaso y una boina. Llevaba al hombro un fardo de eneas para trenzarlas en el asiento de las sillas. No lo he vuelto a ver, no sé qué fue de él, pero no creo que hoy en día arreglara muchas sillas de este tipo.

En todo esto pienso mientras sigo tendiendo y escuchando desde la ventana abierta del lavadero. Oigo el graznido de las urracas, levanto la vista y veo dos posadas sobre sendas antenas. Tienen revolucionados a los estorninos que vuelan inquietos de tejado en tejado. Han hecho sus nidos, las urracas, en las acacias del barrio, con ramas finas que colocan en las partes más altas, y parecen cestos de mimbre que se ven en la distancia ahora que todavía no hay hojas. Poco les importa a las urracas que su nido sea visible, y si son tempraneras anidando es porque también lo son otras aves, como los mirlos y los verdecillos, y por eso están siempre al acecho, observando, intentando descubrir dónde están sus nidos para ir a por los huevos y poder empezar ellas también a poner los suyos.

Termino con la última sábana y escucho el parloteo de las golondrinas que hace casi un mes que vinieron y que ya he visto entrar y salir de los huecos de las paredes de los locales vacíos donde hacen sus nidos. Unas aves llegan y otras se van.

Se van las grullas, me lo ha dicho Manolo que las ha visto en Valdesalor, y me lo ha dicho Mar Azabal, que las ha visto pasando por Toledo. Aún aguantan en el embalse de Borbollón donde duermen cientos de ellas, y esto me lo cuenta Ana Marta que me mantiene informada de sus devenires.

El día que se van, se reúnen las grullas en el cielo y dan vueltas y vueltas organizando gran alboroto, hasta que se colocan en formación de uve y emprenden vuelo hacia el norte.

Me hubiera gustado escucharlas en este momento, pero solo oigo a los estorninos que emiten sonidos que a veces me recuerdan al canto del mirlo.

Ya no suena el afilador. Quizás esté montado en la bicicleta, pedaleando para afilar algún cuchillo. Retengo en la memoria de otras ocasiones esa imagen del afilador que no sé el tiempo que tardará en desaparecer de las calles de mi barrio, de todas las calles en las que siempre se escuchó el son de su flauta de pan, ese conjunto de sonidos que seguramente muchos seríamos capaces de reproducir silbando porque lo tenemos bien guardado en nuestra memoria sonora.

Aquí se ven las grullas emprendiendo el camino de regreso al norte de Europa:

https://youtube.com/shorts/pSc8-paTYLQ?feature=share

https://youtube.com/shorts/i_1n4JFj1Fc?feature=share

https://youtube.com/shorts/5lOIsIwTnpc?feature=share

 

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Sobre el autor

“Desde siempre me gustaron los pájaros, las mariposas y las flores. También escribir cuentos para niños. Hoy les hablo a mis alumnos de los misterios de la biología, paseo por el campo cuando puedo y escribo. Creo que es esencial vivir con la naturaleza, comprender sus ciclos y seguir su ritmo. Y compartir con otras personas lo vivido.”


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