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Pilar López Ávila

Vivir con la naturaleza

JARDINES URBANOS SILVESTRES

“Nuestra actitud para con las plantas es muy estrecha de miras, si vemos utilidad en ellas las cuidamos, pero si estimamos indeseable su presencia las condenamos a la destrucción. Muchas son exterminadas porque según nuestra visión miope están en el lugar equivocado y en el momento inadecuado”.

Me viene a la cabeza esta cita de Rachel Carson en “Primavera Silenciosa”, mientras subo las escaleras que salvan un desnivel entre dos calles. Las construyeron hace ya tiempo, aunque para ello se llevaran por delante el gran plátano de sombra donde cantaba cada noche el autillo en primavera. Con su rítmico silbido conciliaba el sueño.

El acceso a ambas calles mejoró notablemente, sobre todo con la incorporación de rampas para facilitar la subida (o bajada) de personas con dificultades de movimiento. Y como las utilizo con frecuencia porque mis padres viven cerca, me fijo en el pequeño jardín silvestre que ha crecido en ellas.

Jardincillo de herbáceas.

Un buen puñado de diferentes especies de herbáceas utilizan las grietas que el paso del tiempo ha abierto en las baldosas, y también los huecos entre las barandillas y el suelo o entre escalón y escalón. Pienso si alguien más se fijará, como yo, en estas extraordinarias plantas olvidadas.

¿Están en el lugar equivocado? ¿Condenadas a la destrucción?

Me topo primero con la cimbalaria (Cymbalaria muralis), cuyas diminutas flores de color violeta pinceladas de amarillo me recuerdan a pequeñas mariposas con orejas de liebre que hubieran salido de alguna fantasía infantil. Es curiosa la adaptación de esta planta a la hora de dispersar las semillas, ya que no le interesa que caigan fuera de la protección del muro donde crece, y en lugar de extender el tallo hacia la luz, lo pliega hacia la oscuridad de las grietas para que sea ahí donde germinen.

Cymbalaria muralis

 

Las euforbias (Euphorbia sp.), llamadas también lechetreznas por el látex tóxico que segregan, han creado su propio jardín a lo largo de la grieta de una baldosa, y crecen también con las parietarias (Parietaria officinalis), formando centros vegetales que nada tienen que envidiar a los que se venden en las floristerías.

El látex de las lechetreznas, rico en ésteres muy tóxicos, se ha empleado en la industria farmacéutica, y las hacen especialmente venenosas tanto frescas como desecadas.

Euphorbia sp.

La parietaria, por su parte, contiene principios amargos como los taninos, flavonoides, oxalato cálcico y mucílagos.

Parietaria

Toda esta toxicidad tiene que tener alguna razón, quizás el evitar ser comidas al estar tan expuestas en los caminos, edificios en ruinas y muros donde medran.

 

Un escalón más arriba, me admira encontrarme a la Capsella bursa-pastoris, comúnmente llamada zurrón de pastor por la forma acorazonada de sus frutos, que recuerdan a una bolsa. A esta herbácea la sitúo en bordes de caminos, pero nunca pensé verla en una grieta urbana.

Conocida también como pan y quesillo, leo que es una planta protocarnívora única, ya que “sus semillas, al humedecerse, secretan un líquido viscoso que atrae activamente y mata a sus presas”. Dioscórides, ya en el siglo I, la recomendaba contra las hemorragias y pérdidas cuantiosas de sangre.

Capsella bursa-pastoris

Con las ortigas (Urtica dioica) que crecen en estos jardincillos urbanos se hace un purín que sirve como fertilizante a la vez que insecticida contra pulgones, entre otras plagas. Además, se puede comer en ensaladas, sopas, tortillas, empanadas… Su nombre específico ya nos informa que los sexos, en la ortiga, están separados en diferentes plantas, así que hay ortigas masculinas y ortigas femeninas.

Urtica dioica

Otra habitual de los muros de los escalones es el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris), del que leo que “tradicionalmente el jugo de las hojas era utilizado para mejorar los trastornos renales dadas sus propiedades diuréticas. Es comestible y, además, las hojas se pueden usar para tratar pequeñas heridas o llagas, así como hemorroides y sabañones. No hay más que quitarle la piel y aplicar directamente a modo de tirita”.

Ombligo de Venus

Sin embargo, de todas estas, es la humilde cerraja (Sonchus sp.) la planta que más me asombra. Es muy frecuente encontrarla en terrenos baldíos de las ciudades, crece en suelos húmedos y ricos en materia orgánica (pensemos en la humedad y la acumulación de materia que puede haber en una grieta) y no necesita mucha profundidad para desarrollarse.

Así que los escalones son un lugar ideal para ella.

Es la cerraja rica en ácido fólico, potasio, calcio y hierro.

Se come en ensalada o cocida. Y se la comen también las gallinas, y las perdices y codornices.

La polinizan sírfidos (dípteros disfrazados de himenópteros) y tiene sus propios parásitos, como el Uroleucon sonchi, un pulgón que se entretiene con ellas, evitando así que parasiten a otras plantas, por ejemplo, hortalizas de los huertos como las lechugas. De esta forma, la cerraja se convierte en aliada del horticultor, dicho de otro modo, es bueno tener cerrajas cerca del huerto.

 

Cerrajas

“Cualquier hueco de la jungla de cemento tiene que ser ocupado por diversidad. Y esta diversidad puede ser en forma de malas hierbas, que nos van a dar muchos beneficios. Estas plantas proporcionan alimento y refugio a aves, insectos y polinizadores. Al eliminar esa flora espontánea que no gusta porque está malentendida, estamos empobreciendo el suelo, porque un terreno desnudo se compacta, el agua no se filtra y los nutrientes no penetran. Las ciudades pueden jugar un papel esencial como motores del cambio hacia un planeta más sostenible. Promover cierto asilvestramiento en nuestras urbes permite que aniden mariquitas, avispas, mariposas y pájaros que mantienen a raya las plagas, evitando que haya que aplicar pesticidas”. (César del Arco, biólogo y especialista en jardines botánicos).

 

En las escaleras que salvan estas dos calles de la ciudad, crece una auténtica farmacia de herbáceas que necesitan muy poco para vivir: una grieta y humedad.

Pasan desapercibidas para la mayoría de los ciudadanos, pero son imprescindibles para los polinizadores, para enriquecer el suelo, para agradar a la vista.

Respetarlas, dejarlas tranquilas, no arrancarlas, está, nunca mejor dicho, en nuestras manos.

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Sobre el autor

“Desde siempre me gustaron los pájaros, las mariposas y las flores. También escribir cuentos para niños. Hoy les hablo a mis alumnos de los misterios de la biología, paseo por el campo cuando puedo y escribo. Creo que es esencial vivir con la naturaleza, comprender sus ciclos y seguir su ritmo. Y compartir con otras personas lo vivido.”


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