Paseo por las avenidas arboladas de mi ciudad escuchando el trisar de los vencejos. Cientos de ellos vuelan ahora mismo sobre mi cabeza. Pasan rozando las ventanas de los bloques de pisos donde han instalado sus nidos, en la fachada, bajo los aleros, en los huecos que dejan las tejas, cualquier orifico por estrecho que sea sirve para sacar adelante la nidada. Sus idas y venidas en época de cría y la suciedad que generan sobre los alféizares pueden ser motivo de queja por parte de algunos vecinos que quizás no estén informados de que los vencejos son los mejores insecticidas que podemos tener en la ciudad. Por el mero hecho de que cada individuo ingiera unos 800 insectos al día, se evita el uso de productos químicos que afectan a nuestra salud y a la de otros seres vivos. Los vencejos son indicadores de ciudades con un ambiente limpio, además de ser la alegría de los cielos de primavera y verano. Me da miedo pensar que alguna comunidad de vecinos decida tapiar los huecos para que no les molesten los ruidos o la suciedad, sin ni siquiera plantear alguna alternativa para que sigan anidando cerca, como nidales adecuados para ellos en las fachadas1.
Desde un punto de vista antropocéntrico y ciertamente egoísta, lo mejor es no alejarlos de nosotros2.
Y hablando de los beneficios que suponen las aves en las ciudades, los cernícalos primilla son imprescindibles para controlar plagas de pequeños roedores. Desde que era una niña y comencé a observar aves con verdadero interés, recuerdo la colonia de cernícalos que, a día de hoy, sigue establecida en un bloque de pisos cercano al Parque del Príncipe. He pasado innumerables tardes de verano mirando a los cernícalos cernirse sobre el cielo del parque para localizar sus presas favoritas: pequeños mamíferos y reptiles y artrópodos como saltamontes, escarabajos o ciempiés. Por suerte, aún siguen los cernícalos anidando en ese bloque de pisos, librándonos de plagas indeseables, hasta que alguna reparación tape los huecos donde instalan sus nidos, o alguien se ponga en contra de ellos porque ensucian, o rompen tejas o hacen ruidos, sin buscar alternativas y evitar que se vayan para siempre y nos dejen desprotegidos.
Leo en “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson, un párrafo que coincide con los temores que estoy expresando:
El agua, el suelo y el manto verde de las plantas que cubren la Tierra forman el mundo que sostiene la vida animal en el planeta. Aunque el hombre moderno recuerda rara vez este hecho, lo cierto es que no podría existir sin las plantas que aprovechan la energía solar y fabrican los alimentos básicos de los que depende para subsistir. Nuestra actitud para con las plantas es singularmente estrecha de miras. Si vemos una inmediata utilidad en ellas, las cuidamos. Si, por cualquier razón, estimamos indeseable su presencia o simplemente nos resultan indiferentes, podemos condenarlas sin tardanza a la destrucción. Además de las diversas plantas que son ponzoñosas para el hombre o para su ganado, o que desplazan a las plantas alimenticias, muchas son destinadas a la destrucción simplemente porque, según nuestra visión miope, resultan estar en el lugar equivocado y en el momento inadecuado…3
Me da miedo que, con los cambios de gobernantes municipales que se suceden en pocos años, se transforme también la ciudad a costa de echar de ella al resto de seres que la habitan junto a nosotros.
Desde la terraza de la casa de mis padres, en La Madrila, hay una arboleda que lleva más de cincuenta años dando sombra y frescor a la zona, y no solo eso, sino también cantos de aves y el sonido de las hojas mecidas por el viento, fuente de bienestar y antiestrés. Acacias, catalpas, cinamomos, laureles, plátanos de sombra, entre otros árboles, se elevan altivos casi por encima de los bloques de pisos circundantes, y al verlos te da la sensación de que estás en un bosque y no en pleno centro de la ciudad.
Hace años, sobre el plátano de sombra que había cerca de la ventana de mi habitación, cantaba cada noche en primavera un autillo. Hoy en día, el plátano ya no existe y tampoco el autillo. Hay en su lugar unas escaleras con rampas para salvar la altura entre dos calles, algo muy necesario para los ciudadanos, pero también los árboles lo son. ¿No se podría haber respetado aquel ejemplar enorme de plátano e integrarlo en el trazado de las escaleras? Ese es mi temor. Que algún plan urbanístico acabe con los árboles, con esta arboleda o con alguna de las muchas que hay en la ciudad, una ciudad que cuenta con 0,4 árboles por habitante, cifra que triplica la media nacional4.
Y no solo un plan urbanístico, también algún vecino o comunidad de vecinos que presente queja porque le molesta el abeto que ha crecido hasta el quinto piso y le quita vistas a la calle. Confío en que los vecinos se asesoren antes de pedir su tala, que se informen del beneficio de los árboles, que no solo dan sombra y frescor, también son la base para los nidos de muchas aves como rabilargos, urracas y tórtolas, por ejemplo, todas necesarias para el control de plagas de roedores o insectos; que absorben dióxido de carbono y a cambio aportan oxígeno a la contaminada atmósfera de las ciudades, además de retener las partículas de polvo o el humo que genera la actividad humana; que mantienen la humedad del ambiente y protegen de los rayos solares, disminuyen la temperatura y recogen el agua de lluvia… los beneficios de los árboles son tantos que merece la pena mantenerlos y cuidarlos.
Nuevos planes urbanísticos amenazan con acabar con los últimos bulevares arbolados de la ciudad. A mí no me parece mal que se reestructuren para comodidad de viandantes y conductores, para hacer más fácil la vida de todos, para gozar de la ciudad en la que vivimos. Pero me gustaría que se contemplara -si es que no se ha contemplado- la posibilidad de integrar los árboles casi centenarios en esos planes. Si no puede ser y se tienen que talar, que sean sustituidos por otros árboles que vuelvan a dar sombra en pocos años, que no se queden los nuevos bulevares sin arboleda, que sigan siendo calles anchas con árboles y andén central, pues eso es un hermoso bulevar.
Vencejos, cernícalos, árboles, autillos, personas.
Esta es la ciudad que quiero, en la que convivamos los seres vivos en armonía, porque hay espacio para todos, y son más los beneficios que los perjuicios de vivir juntos.
3 Carson, Rachel. Capítulo 6: El manto verde de la Tierra. En Primavera Silenciosa, Editorial Planeta, 2016.