Me marché de Ukrania con la grata sensación de haber conocido una gente cariñosísima y con la suerte de irme con el bolsillo un poco mas lleno. Gané la apuesta a unos franceses que se jugaban los cuartos a si habría atentado en Francia antes de las elecciones. Todos decían que si y yo aposté a que no. Cuando pasé por allí, el ejercito ya estaba en la calle, así que pensé sobre la poca probabilidad de un atentado.
Llegué a Bucarest en la tarde, allí me esperaban unos chicos que resultaban ser directores de cine para hospedarme por unos días.
Eran muy interesantes, yo les cociné algo el primer día y me dieron la gran sorpresa de tener aceite de oliva. Cuando le vi preparar a mi pinche un sofrito de cebolla y ajos, con un generoso chorreón de aceite de una botella de cinco litros, le di un abrazo porque me hizo sentir como en casa. Aquella cocina olía a hogar y mirando por la ventana soñé estar cerca de mi mar.
Uno de ellos preparaba una película sobre una secta o una congregación religiosa, no sé muy bien lo que era… Y le había sorprendido lo que era un dogma de fé.
En los días siguientes hice un poco de turismo por la ciudad y una noche fuimos a una fiesta de cultureo máximo… Primero había clases abiertas y después un Dj pinchando tecno, que a mi precisamente, no me va mucho.
Allí conocí a una chica muy potente de descendencia rumana, pero que por motivos laborales de los padres se había criado en Paris, había llegado hace un año a la ciudad. Era muy polifacética, hacía ballet, bailaba y no se que más.. . Yo le pregunté como llevaba el cambio de una ciudad como París a esta y que si quería volver y me contestó que ni a tiros, ya que allí se podían hacer cosas.
Por lo visto se sentía realizadísima porque nunca había hecho tantas cosas como asta ese momento. Estaba bailando en la barra de no sé donde y decía haber descubierto su pasión…
Yo le conté sobre mis pinitos con la paella y nos entendimos tan bien que creo fue algo así como amor a primera vista.