Quizás porque no son buenos tiempos para la lírica, he recaído por enésima vez en un libro de poemas, publicado en 1977, que conserva muy bien la palabra y la música de su tiempo, Leticia va del laberinto al treinta, del extremeño Felipe Núñez. El entonces joven poeta empezaba a dejar testimonio de la emoción contenida que supone mirar hacia la infancia y primera juventud desde el recodo de sueños que comenzaban a teñirse del color sepia de la melancolía. Solo que la poesía de Felipe Núñez es refractaria al ternurismo fácil y enseguida se blinda con la reciedumbre del humor.
Así que traspasado el pórtico con una cita de César Vallejo: «He almorzado solo, ahora y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua», Felipe Núñez se descuelga con una coplilla que fija como ‘Oído por ahí’:
«Hombres más guapos que yo
encontrarás a millares,
pero más borrachos, no;
eso tú misma lo sabes,
no es por alabarme yo».
Y llega el primer poema. Un canto a la etapa de su niñez: «Olían a dulce mezcla / de goma de borrar, / lapiceros y nido. / Coleccionaban chapas de botellas, / bolindres, rodamientos, / alfileres, hechizos / y toda la quincalla repetible / en efímeras modas».
Le bastan apenas veinticinco versos para perfilar el escenario en el que se movía la pandilla del poeta. Qué talento para cerrar el retrato del grupo: «Las tardes eran largas / y las mañanas anchas. / Por eso los días les quedaban siempre grandes / y caídos de hombros». En cierto modo, Leticia va del laberinto al treinta es también una crónica sentimental de España, al estilo de aquel ajuste de cuentas que firmó Manuel Vázquez Montalbán. La memoria de unos años que ahora, en un plano bastante más prosaico, recrean series como ‘Cuéntame’.
Entre ese primer poema y el último del libro crece la mirada de un escritor que es a la vez un sensible sismógrafo registrando cambios ‘ideológicos’ en su país, los jirones de la vida, la madurez obligada, las formalidades del trabajo, y un hijo, esa ficha que te permite saltar de casilla y reiniciar el juego, proseguir el río de la vida. Poemas, como bien señala Jorge Urrutia, que tienen algo de fábula dieciochesca y de un extraordinario dominio de la lengua y de los recursos de la poesía capaz de emocionar.
El último poema concluye con lo que parece una claudicación ante la rebeldía: «Uno tuvo sus cosas y ahora dicen: / ¡cuarenta! y uno atiende / y rellena un impreso / y asume su estatura meridiana / y una nobleza como de pez. Qué cosas».
He dicho el último poema pero no es verdad, es el penúltimo. En la página siguiente el autor de Leticia va del laberinto al treinta demuestra que le quedan fuerzas para no claudicar ante los sueños rotos, ante las ilusiones perdidas y se atreve a gritar dos versos que son el gesto postrero de insurrección contra la realidad desafecta:
¡Tomás!
¿Tienes gusanos de seda?
Por si interesa, el poemario está reeditado dentro del libro de Felipe Núñez Balizamiento para un aterrizaje nocturno, Madrid, Calambur, 1998.