Entre 1908 y 1920 don Miguel de Unamuno recorre distintos lugares históricos de la geografía extremeña a los que se acerca con el espíritu crítico y la sinceridad analítica propios de un gigante intelectual. Algunos de los testimonios de esas rutas viajeras fueron reunidos en 2004 en un pequeño volumen con el título ‘Viajes por Extremadura’, dentro del nunca suficientemente elogiado Plan de Fomento de la Lectura en Extremadura que promovió la Editora Regional.
En ese pequeño librito, una joya que no debería faltar en ninguna de nuestras bibliotecas, Miguel de Unamuno cuenta las impresiones y reflexiones que le suscitan lugares como las Hurdes, Yuste, Guadalupe o Trujillo. Es sabido que el entonces rector de la Universidad de Salamanca y uno de los puntales de la llamada Generación del 98 no era un espíritu complaciente con la realidad de aquella España muchas veces aturdida y bostezante. No vaya nadie buscando la piadosa disculpa en su mirada, aunque tampoco el látigo del juicio displicente o liviano. A Unamuno le ‘dolía España’ y en consecuencia le duelen también muchas de las realidades que, a principios del siglo XX, caracterizan Extremadura.
Producen escozor muchas de sus sentencias y aún, pasado un siglo, nos ruboriza el hecho de que no fueran gratuitas sino que estuvieran cargadas de razón. Comprensivo con los hurdanos y no tanto con la ‘madrastra’ naturaleza que les acoge, Unamuno es implacable con la modorra intelectual, con la pura molicie, que atribuye a buena parte del paisanaje. En un momento dice de Plasencia: «La rodeamos, siguiendo la ronda de su carretera, dejándola en su secular siesta, sólo interrumpida de tiempo en tiempo por las intestinas disensiones de su bélico cabildo, luchas de canónigos que ponen en conmoción al pueblo entero». En otro punto del trayecto analiza la hostilidad de arrieros, carreteros y trajinantes a los automóviles, porque «les obliga a ir despiertos por los caminos, a no dejarse dormir sobre sus carros, y una de las peores ofensas que a un español puede hacerse es interrumpirle la siesta, obligarle a andar despierto por los caminos de la vida».
Es famosa también su diatriba contra los señoritos que se pasan el día en Trujillo jugando en el casino. Un casino con «una biblioteca pobrísima», solitaria, y un sala de juego atestada. «Todos los que faltaban en la biblioteca sobraban aquí».
Don Miguel retrata, sin embargo, una Extremadura que afortunadamente no existe, que ha sido superada por las circunstancias o que el martillo del tiempo se ha encargado de ajustar… Acompañándole en sus caminatas por Extremadura sentimos que nos golpea a veces en lo más íntimo de nuestro orgullo, pero leídos ahora, casi cien años después de haber sido escritos, esos textos tienen más de estampa del pasado que de fotografía del presente. Aunque percibimos también que hay una realidad que se mantiene: padecemos prácticamente las mismas líneas de ferrocarril que hace un siglo y de vez en cuando las dificultades económicas empujan a oleadas enteras de extremeños a la aventura de emigrar, al doloroso trance de abandonar la tierra.