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Hasta la vista

ME gustan las citas literarias, aunque no por el halo erudito que se les atribuye, me gustan porque equivalen al boceto del pintor ejercitando la mano o al ejercicio del pianista que perfecciona su práctica ‘haciendo dedos’. Las citas son un motivo, el punto de partida para reflexionar sobre algún tema interesante, asediar las fortalezas de la razón y desarrollar el argumento a partir de ese pie forzado. Quiero decir que antes que un tintineo en mitad del texto la cita para mí es una sugerencia, la melodía de una canción que intento adivinar más allá del estribillo.
Durante años he guardado una cita de Kalil Gibran para esta hora en que a uno le toca recoger las cosas de su despacho y cerrar una larga etapa laboral. La cita es sencilla como una pregunta breve, pero densa como las viejas cuestiones filosóficas que trascienden lo anecdóticamente personal: «¿Alguien es capaz de abandonar un edificio en cuya construcción gastó toda su vida, aunque ese edificio sea su propia prisión?».
Permitidme que me demore algo en contestar.
Mientras expurgo papeles, reviso viejas fotos, releo cartas, archivo recortes de prensa o repaso algunas anotaciones de agendas y cuadernos se me atropellan en la memoria un borbotón de recuerdos. «¿Qué sientes ahora, cuando vas a dejar tu despacho de toda la vida?», me preguntan los compañeros. «Muchos sentimientos encontrados», es lo único que acierto a responder. Y enseguida me salen al paso otra vez las palabras de Kalil Gibran. Estoy a punto de decir adiós a un edificio, a un trabajo, a una responsabilidad profesional en cuya construcción gasté toda una vida (más de tres décadas en el diario HOY) que ha representado para mí a ratos una prisión pero también un paraíso. Mucho esfuerzo, jornadas maratonianas, historias vivas. Pero al mismo tiempo la impagable satisfacción de un trabajo vocacional y acaso la íntima vanidad –sin falsas humildades– del deber cumplido. De haber entregado «el mensaje a García», por resumirlo con el título del legendario artículo de prensa que contaba la historia del soldado Rowan.
Sentimientos encontrados. Cárcel y paraíso. Esfuerzo y disfrute. Aunque en la tesitura de concentrar en pocas palabras una extensa trayectoria profesional lo mejor es recurrir a la fórmula de Woody Allen: «Hice un curso sobre lectura rápida y leí ‘Guerra y Paz’ en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia». Mejor un suelto que un editorial. Preferible la columna a la tribuna. En realidad, la fórmula óptima es la de Groucho Marx, que tituló sus memorias: ‘¡Hola y adiós!’ Pero me parecería un exceso y hasta una petulancia plagiarle el título a ese genio del ingenio entre otras razones porque en aquel libro, de más de 400 palabras, él repasaba toda una vida y aquí el que suscribe únicamente quiere dar cuenta de una jubilación profesional pero de ningún adiós. Como me repiten efusivamente estos días: «Enhorabuena, pasas a mejor vida», pero no me despido… De hecho voy a seguir colaborando con HOY y publicando todos los jueves esta columna.
Así que hasta la vista.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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