Por ANTONIO GILGADO
En el Campillo quedan pocos vecinos. Algunos llevan tiempo viviendo junto a escombros y otros tienen una residencia provisional donde cobijarse en invierno. Hasta hace poco, por allí daba miedo acercarse. Adeba intentó sacar partido a los solares con los aparcamientos baratos, pero se fue porque pocos se fiaban de dejar el coche. El Campillo sonaba a yonquis y trapicheo. Mejor mantenerse lejos.
La semana pasada se asomaron los políticos, se segó el pasto entre las casas y se prometió sacar del olvido una rehabilitación de la que lleva hablándose años y años. Por fin el Campillo va a servir para algo más que para soltar las vaquillas en las fiestas de San José del Casco Antiguo o montar la obra de teatro de Almossassa.
El territorio comanche se transformará en una plaza de estilo árabe con jardines, juegos de sombras y corrientes de agua junto a una veintena de viviendas. Del cambio se lleva hablando tanto tiempo que ya hay quien no se lo cree. Los pocos vecinos se han acostumbrado a esperar