Cuando lo vio tras el cristal lo reconoció al instante. Su altura y el tatuaje con forma de cruz en el cuello lo delataban. En comisaría, el tipo parecía más enjuto y su corpulencia se había volatizado en aquella sala llena de rateros de poca monta con caras de aburrimiento. Una semana antes, le cogió por el cuello y le sacó una navaja en la puerta de su casa. Eran tres, pero el que le amenazó y le llevó hasta el cajero para que sacara dinero fue el mismo que ahora estaba en la rueda de reconocimiento. Más allá de los 300 euros que se llevó, aquel grandullón con navaja le metió el miedo en el cuerpo. Llegó a San Fernando como un estudiante más al terminar el instituto en el pueblo buscando un piso compartido que no fuera muy caro.
Nunca miraba atrás cuando alguna madrugada volvía a casa por el puente viejo. Pero aquel incidente lo cambió todo. Al curso siguiente se mudó a Valdepasillas.
Ya licenciado, al tipo se lo encontró en la tele años después confesando sus errores a la presentadora Victoria Moreno en el programa que cada semana emitía desde la cárcel de Badajoz. El mismo tatuaje y la misma expresión en la cara le rebrotaron aquella angustia olvidada.
A diferencia de otras capitales más pobladas, en Badajoz, los rateros y los maleantes acaban siendo conocidos y es probable que víctimas y ladrones se topen se crucen con frecuencia.
Aquel joven universitario que atracaron junto al Hotel Lisboa es ahora padre de familia y trabaja en una oficina bancaria situada, curiosamente, en San Fernando. La semana pasada llegaba con prisas a una cita a Ronda del Pilar y un gorrilla le orientó para que aparcara cerca del Palacio de Congresos. Le dio cincuenta céntimos y el hombre se mostró de lo más agradecido. Cuando se alejó, volvió a ver el mismo tatuaje en el cuello. Le entraron ganas de pedirles los 300 euros que le robó hace más de quince años, pero le entró miedo.