Del conjunto de elementos que pueblan el universo arquitectónico, sin ser yo especialista en la materia, hay uno que siempre me ha llamado la atención por su singularidad: el arco de características triunfales, es decir, aquél que no forma parte de un edificio, sino que tiene personalidad por sí mismo y como tal ha llegado hasta nuestros días. A lo largo de mi vida he conocido unos cuantos, tanto en España como en el resto de países que he visitado, pero hay cuatro, ubicados en Catalunya y Extremadura, que por distintas razones son los que más íntimamente unidos están a mi memoria.
EL ARCO DE BARÁ
Está situado a unos 20 kilómetros de la Tarraco romana, al borde de la Vía Augusta, la calzada que nacía en las gaditanas columnas de Hércules y llegaba hasta los Pirineos. El Arco de Bará es uno de los clásicos a lo largo de los años de estudio. Este arco monumental, del que unos dicen que era un arco del triunfo y otros que se trata de una delimitación fronteriza de territorios, forma parte de esa serie de ciudades, lugares, monumentos, pinturas, esculturas, etc., que uno siempre ha conocido a través de los libros y que, cuando por fin lo descubre físicamente sobre el terreno, siente una emoción muy especial.
Construido en el siglo I a C., es uno de los monumentos romanos más conocidos de la península y forma parte del legado arqueológico de Tarragona reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
EL ARCO DEL TRIUNFO DE BARCELONA
El arco más íntimamente ligado a mi niñez. Sus 30 metros de altura me resultaban totalmente impresionantes, todavía me lo parecen hoy, e invitaban a mirar al cielo cuando pasabas por debajo de él.
Situado en el Paseo de San Juan de Barcelona, muy cerca del Parque de la Ciudadela, está construido en ladrillo visto, en estilo neomudéjar. Se concibió como pórtico de entrada a la Exposición Universal de Barcelona de 1888, lo que refuerza su carácter marcadamente cívico. La muestra supuso la recuperación para la ciudad de una zona, la ciudadela, que era el núcleo de la represión borbónica, sufrida tras haber apoyado los barceloneses al Archiduque Carlos de Austria de la Guerra de Sucesión a la Corona Española.
Ciertamente el paseo por los alrededores del Arco del Triunfo, en cuya proximidad se encuentra la librería y editorial NORMA, sigue siendo uno de mis favoritos de la capital catalana.
EL ARCO DE CÁPARRA
Para mi gusto, el más fascinante de todos. Lo conocí a finales de los años 80 del pasado siglo XX, cuando ocupé la dirección de RNE en Plasencia. Los entornos de la ciudad, con los valles del Jerte, del Ambroz y del Alagón, fueron lugares habituales de desplazamientos para cubrir informaciones de todo tipo. Y así fue como descubrí este impresionante arco, el único cuadriforme que pervive en la península.
Por aquél entonces, Cáparra apenas era el arco aislado sobre la calzada romana. Con el paso de los años la ciudad fue desentrañando sus secretos, con lo que cada visita era una nueva sorpresa y una forma diferente de percibir el lugar.
Otro de sus atractivos, a diferencia del resto de arcos de los que hablo, es su aislamiento. Estar allí, paseando por entre las calles de la antigua ciudad de Cáparra, bajo su atenta vigilancia, es uno de esos pequeños momentos entrañables en los que uno se reconcilia con el mundo.
Situado en medio de una zona de dehesa, uno no se lo encuentra al paso, sino que tiene que ir expresamente. Desde la A66, la autovía de la Plata, a pocos kilómetros de Plasencia,hay que tomar el desvío a Guijo de Granadilla – Oliva de Plasencia. También se puede ir por la salida de Villar de Plasencia, en dirección al Embalse de Gabriel y Galán. A partir de ahí empieza a estar indicado.
EL ARCO DE TRAJANO
El arco bajo el que más me he prodigado durante los últimos años es el de Trajano, en Mérida. Según los entendidos en la materia, esta denominación es totalmente aleatoria y sin fundamento alguno, siendo fruto de la tradición popular de los habitantes emeritenses. Tampoco parecen ponerse de acuerdo las distintas fuentes sobre su función, aunque parece que la más aceptada es que se trataba de una monumental puerta de acceso a un espacio sagrado.
En cualquier caso, de este arco, de unos 15 metros de altitud total, me impresiona sobre todo la pureza de la bóveda que describe y las dimensiones de los sillares de granito que lo forman, perfectamente sustentados unos en otros. Cuando uno ve ejemplos constructivos como éste, con dos mil años a sus espaldas y múltiples peripecias históricas, no puede por menos que pensar que las construcciones actuales no parece que vayan a tener la misma longevidad.