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Volcanes: ¿Amenaza o ayuda?

Lo sepamos o no, seamos conscientes o no, lo cierto es que los volcanes han estado siempre presentes en ese juego de vida-muerte-vida, que cada día se juega sobre el tapete de la superficie de nuestro planeta, del que deberíamos estar más pendientes.

Algunos ejemplos, que pueden orientarnos sobre las magnitudes que intervienen en ese juego, son las erupciones volcánicas acaecidas en los dos últimos siglos, como la del Laki, en Islandia, que tuvo lugar en 1783, y que emitió más de 12 millones de toneladas de material volcánico (MTMV, para abreviar); la del Tambora (Indonesia) en 1815, considerada como la más importante desde hace miles de años, con una columna eruptiva de unos 33 km de altura, muy por encima de la tropopausa atmosférica, y por tanto totalmente dentro de la estratosfera, por lo que los 150 MTMV en forma de partículas de polvo muy fino permanecieron en suspensión durante varios años, extendiéndose por una gran parte del planeta.

La erupción del Krakatoa (Indonesia) en 1883, tal vez el volcán más conocido en los anales de las catástrofes volcánicas, lanzó a la atmósfera unos 20 MTMV pulverizado, que se dispersó por la estratosfera de todo el mundo.

La última gran erupción se produjo en mayo de 2011, y prácticamente fue televisada en directo para todo el mundo. Se trata de la erupción del volcán Grimsvötn, el más activo de Islandia, situado en el glaciar más grande del país, que provocó un verdadero caos en el tráfico aéreo sobre buena parte de Europa, dando lugar a pérdidas millonarias.

Frecuentemente, desde que existen registros sobre ellas, las erupciones volcánicas que han tenido lugar por todo el mundo, han sido seguidas de períodos de oscurecimiento o al menos de atenuación de la luz solar, a veces con efectos sólo locales, pero otras con mucha más extensión, llegando en ocasiones  a ser globales, extendidas a todo el planeta.

Normalmente, en los casos de oscurecimiento general, se producía un enfriamiento también general, durante varios meses o incluso unos pocos años, en los que las temperaturas pasaban a ser inferiores a las normales en las áreas afectadas.

En regiones muy dependientes de la producción agrícola, el oscurecimiento y enfriamiento daba lugar a importantes descensos en los rendimientos de las cosechas, provocando hambrunas e incluso disturbios sociales de enorme gravedad, en los cuales llegaban a veces a producirse más víctimas que las causadas directamente por el propio volcán.

El hecho cierto es que las muertes que las erupciones volcánicas han producido a lo largo de los tiempos, directa o indirectamente, se cuentan por cientos de miles, y las pérdidas materiales serían poco menos que innumerables. De forma que la primera respuesta que se nos ocurre a la pregunta del título ‘Volcanes: ¿Amenaza o ayuda?’, es sin duda que son una amenaza, dado su peligro.

Sin embargo, a toda esta parte negativa hay que oponerle algunos efectos beneficiosos que esas erupciones han tenido para el medio ambiente en general y para el sistema climático en particular; y es precisamente esa parte favorable la que nos proponemos comentar aquí.

El último informe del IPCC  (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), contenía el cuadro de evaluación de los distintos componentes que intervienen en el balance radiativo terrestre, en el que puede apreciarse como los únicos (en azul en el cuadro) que dan lugar a un forzamiento radiativo negativo, es decir los únicos componentes que no sólo no calientan la atmósfera, sino que la enfrían, son los aerosoles; de ahí su importancia a la hora de evaluar su papel en el cambio climático en que estamos inmersos.

La mayoría de los aerosoles atmosféricos (partículas sólidas en suspensión en la atmósfera) contribuyen a protegernos del calentamiento del planeta, puesto que constituyen un filtro para la energía solar entrante, de forma que todo aquel mecanismo que la naturaleza ponga en marcha para inyectar aerosoles debe ser bienvenido, desde el punto de vista de ayuda en la lucha por frenar el calentamiento global.

 

Una fuente de aerosoles de enorme importancia son precisamente a las erupciones volcánicas, capaces de inyectar en la atmósfera, en un espacio de tiempo relativamente corto, millones de toneladas de partículas. Estas partículas eruptivas, lanzadas con frecuencia hasta la estratosfera, por encima de la tropopausa terrestre, adquieren entonces una enorme importancia en su papel de “enfriadores de la atmósfera”.

Un ejemplo de ello fue la erupción, en 1991, del Monte Pinatubo, en Filipinas, que dio lugar a la inyección de más de 20 millones de toneladas de dióxido de azufre a la estratosfera, afectando al clima mundial durante años, y dando lugar a un enfriamiento global que, a los 18 meses de la erupción, llegó a alcanzar casi medio grado centígrado, cifra importante en el marco de los valores medios del clima.

Una huella, cercana en el tiempo, del alcance planetario de estas cenizas volcánicas puede verse en la fotografía que acompaña a estas líneas, que corresponde al glaciar Johnson, en las inmediaciones de la Base Antártica Española, situada en la Isla Livingston de las Shetland del Sur, donde puede apreciarse al fondo, sobre la foca que aparece en primer plano (la situada a la derecha, a no confundir con el de la izquierda, que es quien escribe estas líneas), donde puede apreciarse el enorme contraste entre la gran cantidad de cenizas volcánicas y el blanco (en realidad turquesa claro) color que presenta el frente de hielo del glaciar.

El cómo llegaron hasta la Antártida esas cenizas, viajando por la estratosfera, desde algún volcán situado posiblemente a miles de kilómetros, nos da una buena idea, tanto del tiempo de permanencia de esas partículas en altura, como de su difusión a grandes distancias, y con ello de su potencial para actuar como filtros de la radiación.

Vistos así los efectos de la inyección de aerosoles por las erupciones volcánicas, parece que debemos admitir que son una ayuda y que algo bueno nos aportan, puesto que nos echan una mano para resolver el serio problema del cambio climático, consecuencia de nuestro desastroso modelo energético. Pero está claro que la parte negativa de las erupciones es desde luego mucho mayor que la positiva, de forma que, para ser justos con ellos (con los volcanes), deberíamos cambiar nuestra pregunta de “Volcanes: ¿Amenaza o ayuda?”, por la siguiente declaración “Volcanes: ¡Amenaza y peligro sí, pero también una ayuda!”.

Adolfo Marroquín Santoña

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Sobre el autor

Adolfo Marroquín, Doctor en Física, Geofísico, Ingeniero Técnico Industrial, Meteorólogo, Climatólogo, y desde 1965 huésped de Extremadura, una tierra magnífica, cuna y hogar de gente fantástica, donde he enseñado y he aprendido muchas cosas, he publicado numerosos artículos, impartido conferencias y dado clases a alumnos de todo tipo y nivel, desde el bachillerato hasta el doctorado. Desde este blog, trataré de contar curiosidades científicas, sobre el clima y sus cambios, la naturaleza, el medio ambiente, etc., de la forma más fácil y clara que me sea posible.


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