Para hablar del cultivo de la viña en la afamada Tierra de Barros extremeña no encuentro otro personaje mejor que Joaquín Salamanca, hijo y nieto de viticultores, que ha hecho de este oficio un arte que mucho me temo sea desconocido, no sólo por la opinión pública, sino incluso por el propio sector al que pertenece, salvo honrosas excepciones, que las hay.
Joaquín es un tipo recio, con figura de boxeador, lo que no le impide ser una persona absolutamente pacífica, ni convertirse en un indignado cuando ve la ignorancia y la injusticia con que suele tratarse a las gentes de la viña y el olivar. Tiene unas manos descomunales y una cabeza autodidacta, amueblada por la curiosidad y un esfuerzo poco común para los tiempos que corren.
Ello le llevó hace casi 20 años a hacer de pionero de una agricultura que tuvo que buscar el apellido de “ecológica” para recuperar las mejores tradiciones de lo que le había enseñado su padre durante tanto tiempo.
Nadando a contra corriente supo resistir a algunas modas, como las de poner variedades de uva foránea, o el cultivo en espalderas, refugio de conejos y liebres, y martirio de rapaces de todo tipo.
Ello no le impide aceptar aquellas cosas que la nueva tecnología ha aportado para hacer el trabajo menos penoso, como es cierto grado de mecanización en las labores, y equipamiento tecnológico en las bodegas.
Sin embargo, él sigue cultivando la tierra casi como lo hacían sus antecesores, aunque haya cambiado las mulas por el tractor, pero sin dejarse llevar por la lucha a cañonazos contra las plagas o enfermedades del cultivo, y no utiliza toda esa gama de agroquímicos que sirven principalmente para el beneficio de las multinacionales que te los venden, y que dejan residuos tóxicos persistentes en el suelos, las aguas y los alimentos.
Ya he dicho en otro lugar que hacer de pionero es sufrir las incomprensiones de tu propia gente y la de una sociedad que se entrega a la modernidad sin distinguir el polvo de la paja muchas veces. Él las ha sufrido intensamente, viendo como el mercado no se aviene a valorar debidamente productos obtenidos con algo más de costes, pero que aportan mayor calidad y salubridad, aparte de colaborar a una mejor conservación de los recursos naturales en los que se desenvuelven.
En sus 40 hectáreas de viña este viticultor se ha centrado en variedades de uva autóctona, como son la tempranillo, como tinta, y las cayetana, pardiña y eva-beba como blancas. De esta última hablaremos en otra ocasión, hoy me gustaría resaltar la importancia de una viña con cepas de más de 50 años que Joaquín ha sabido salvar de los torpes arranques indiscriminados, y que hoy produce un vino excepcional en el que tiene puestas grandes ilusiones, si consigue los medios necesarios para convertirse en vigneron, esa figura que los franceses utilizan para definir al “que trabaja personalmente la viña, elabora el vino y lo vende, porque el vino es algo vivo, da placer, es hijo de su terreno y su pensamiento, y es expresión auténtica de una cultura.”
Cansado de soportar la burocracia de una administración que no sabe valorar la importancia estratégica de un modelo agroalimentario de gran futuro, y del comportamiento de los operadores del propio sector ecológico, tan cicatero en los precios de la uva y en los pagos retardados como el propio sector convencional, Joaquín está dispuesto a empezar la experiencia de elaborar su propio vino, comenzando por la viña más antigua que tiene que es la que puede dar un vino excepcional, dentro de la relación calidad/precio que hay hoy en el mercado.
Después de llamar a puertas que no se abren, quiere ser él mismo el aval de su vino, empezando a escala pequeña dada las inversiones y la burocracia que arrastra convertirse en pequeño empresario.
Mientras tanto sigue orgulloso su tarea de viticultor, abonando con estiércol y residuos de poda, haciendo las labores y las podas con rigor, utilizando (sobre todo preventivamente) los fitosanitarios de toda la vida (azufre, caldo bordalés, etc.) y realizando las vendimias en el momento y condiciones que permitan la mejor calidad de la uva, sin que éstas luego sean mezcladas con otras de las que él no puede responder.
Mi exaltación de la figura de Joaquín no me impide reconocer que en la viticultura extremeña se hayan producido avances importantes, y que tengamos hoy algunos buenos vinos en nuestra tierra. Mi llamada de atención va dirigida a la importancia de abrir espacios a productores excepcionales, que podrían mejorar bastante algunos vinos sin tener que hacer el gran esfuerzo de convertirse en elaboradores, tarea que hoy exige una inversión y apoyo técnico que no siempre tienen a su alcance.
Por ello innovación y tradición deberían darse más la mano, lo mismo que la tarea de fomentar emprendedores no debería ser tan penosa como lo es en estos momentos, por muchos cantos que la propaganda político-administrativa nos haga todos los días.
Dejo a Joaquín con sus tareas de poda, que cuida con mimo, y quedo emplazado a paladear el vino de cepas viejas que ha elaborado una bodega de su última vendimia. Y espero con él que llegue un día en que las pequeñas industrias sean un poco más valoradas en este país.
¿Por qué en Francia o Italia hay tantas pequeñas queserías artesanas o tantos pequeños pagos que hacen excelentes vinos de autor?, ¿por qué nuestras autoridades se empeñan en exigir “alicatados hasta el techo” y costosos proyectos que hacen imposible al pequeño productor competir con productos diferentes?
Yo no sé si lo pequeño es hermoso, como dijo alguien, ni si la esencia se vende en tarro pequeño, pero tenemos a mucha gente pequeña que sabe hacer grandes cosas y se ve obligada a malvender su materia prima a industrias que la maltratan y la estropean al mezclarla con otras que no merecen su compañía, pero, eso sí, llegan al mercado con todas la garantías sanitarias de una trazabilidad que no se creen ni la administración, ni los consumidores, y ni siquiera los que la ponen en la etiqueta.
Atentos pues los grupos de consumo, y los amantes del buen vino y las tradiciones, porque a partir de la próxima cosecha creo que veremos un tinto tempranillo joven, con el temperamento y la personalidad de las cepas maduras, el cultivo sabio de quien lo viene haciendo durante treinta años, y de cuya trazabilidad real, (aparte de la legal) responde el nombre de Joaquín Salamanca.