Corren malos tiempos para la lírica… y para la cultura en general. Es la primera víctima de los tijeretazos de los barones rampantes, que no se andan por las ramas para cuadrar las cuentas. Ni centro Niemeyer en Avilés, ni Semana negra de Gijón, ni Mostra de cine de Valencia, ni festival de documentales Punto de Vista de Pamplona, ni más libros para las bibliotecas de Navarra, ni Cidade da Cultura en Galicia, ni gaitas. Como repite hasta la saciedad nuestro vizconde demediado –mitad derecha, mitad izquierda y todo sentido común–, se acabó la fiesta y, por tanto, no es de recibo que siga tocando la orquesta, mientras el Titanic se hunde, ni que Dioniso y su coro de sátiros despilfarren su talento sobre el caro escenario del Teatro Romano. Es pan o circo, y la plebe aplaude a sus señores del acero azul porque lo tiene claro: primum vivere, deinde philosophari (lo primero es vivir, luego filosofar).
Pero no solo de pan vive el hombre, pues si así fuera, en nada nos diferenciaríamos de las bestias. Los barones rampantes y nuestro vizconde demediado tienen ideas de bombero. Sí, de bombero de ‘Fahrenheit 451’. En esta novela distópica de Ray Bradbury, adaptada al cine por François Truffaut, los bomberos tienen la misión de quemar libros, ya que, según su gobierno, leer impide ser felices porque llena de angustia; al leer, los hombres empiezan a ser diferentes cuando deben ser iguales, que es el objetivo de los que llevan la batuta, que velan para que la vida de los ciudadanos sea «allegro ma non troppo» y así no cuestionen sus acciones y rindan en su trabajo. En la sociedad de ‘Fahrenheit 451’, gentes como la joven Clarisse son tachadas de antisociales y locas por pensar y cuestionar el mundo en el que viven. El poder siempre teme al pensante, porque, parafraseando al poeta Gabriel Celaya, la cultura es un arma cargada de futuro.
A nuestros gobernantes aún no les ha dado por quemar libros, pero todo se andará. Por lo pronto han comenzado a arrojar a la hoguera de las vanidades y a sacrificar en el altar de la eficiencia económica cualquier manifestación o actividad cultural (cine, teatro, música, pintura…) que se salga del presupuesto y que sea susceptible de llenar de pájaros las cabezas de las nuevas generaciones.
Han comenzado a mutilar a Minerva para dar alas a Mercurio, el dios del comercio al que en realidad hace referencia la leyenda «In God we trust» («En Dios confiamos») que aparece en los billetes de dólar. Y no caen en la cuenta de que quien mutila la cultura, mutila a su hermana siamesa, la educación, uno de los pilares que sostiene nuestra sociedad del bienestar y al que algunos barones rampantes han enseñado ya sus afiladas garras. Les da igual, solo les importa cuadrar las cuentas; porque en el mundo de Don Dinero todo se valora por lo que cuesta y no por lo que vale. Demuestran así una gran miopía, pues, como decía el poeta y líder revolucionario cubano José Martí, «la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus males es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura».
(Publicado en HOY el 9/10/2011)
INICIO DE FAHRENHEIT 451
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