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Israel J. Espino

Extremadura Secreta

El amor brujo

Ilustración: Borja González Hoyos/

 Estrenamos el mes de Abril, dedicado por nuestros antepasados a la diosa Afrodita.  Recibe el nombre de Aphrilis, que significa espuma, porque de la espuma fue procreada Venus, la diosa de los amores.

 Y es en estas fechas cuando las mujeres romanas se reunían en lugares donde corría agua fresca y quemaban incienso en honor a las diosas Venus Verticordia y Fortuna Viril, para asegurarse su favor. Durante la ceremonia se tomaba adormidera molida mezclada con leche y miel. Un viaje en todos los sentidos.

 Siglos después las mujeres extremeñas siguen invocando al amor, quemando incienso y recitando oraciones y conjuros para atraer a los hombres. En “Extremadura Secreta. Brujas, sabias y hechiceras“, rescatábamos a algunas de estas mujeres que se ganaban la vida hechizando al personal.

Ya hemos hablado de los mágicos Polvos de Querer, pero había más. Mucho más.

Las mujeres extremeñas acudían a la hechicería por amor (Extremadura Secreta)

 María González “La Berrona” es la  esposa de un hortelano de Villagarcia de la Torre.  Tiene remedios amorosos para todo. A una mujer que se encuentra amancebada le sugiere en 1640 que ella puede hacer que muera la mujer legal de su amante. Al negarse la querida, le aconseja que coja su sangre menstrual y se la guarde. Con esta sangre se acerca la amancebada a la bruja días después. La bruja pone la sangre entre dos velas encendidas y se mete entre ellas con los pies al revés, diciendo en voz alta:

 

–          “Tras mí te andes como el cordero tras la madre”.

 

Tras este hechizo, vuelve a coger la sangre y se la da a la mujer amancebada, instándole a que se la de a beber a su amante. El resultado de este fantástico espectáculo brujeril lo ignoramos, pero conocemos el precio: ocho reales.

 Debía tener “La Berrona” tarifa fija, porque es lo mismo que le cobra a una mujer soltera que tiene prisa por casarse, y a la que pide también su sangre menstrual. Esta vez no hay salmodias. Directamente le dice que coja una escudilla de harina y que haga unos pestiños con la sangre. La pobre señora así lo hace, pero por nervios o por culpabilidad, al freírlos le salen muy negros, y no se atreve la solterona a dárselos a comer al objeto de sus anhelos.

 Otras llegan a la hechicería por amor a los hijos, como le ocurrió a Ana Nuñez, vecina de Burguillos, que fue juzgada por hechicera en el Tribunal de Llerena en 1645. Pero, como afirma la profesora Testón Nuñez,  ella no es una hechicera profesional. Ha aprendido las artes de la brujería por una causa muy concreta: desposar a su hija con un hombre la había gozado bajo palabra de casamiento, y que tras haberla deshonrado, se retrajo de  la palabra de matrimonio que tenía hecha. Era una madre que  solo deseaba ver feliz a su hija y quería recuperar el honor de su hogar. Así que decidió meterse a bruja. Pero el camino no fue fácil porque cada maestrillo tiene su librillo, y a la pobre Ana le dan mil consejos y con ninguno aciertan.

Hoy como ayer. Exvotos de boda en el santuario de la Virgen de Carrión (Alburquerque) (Extremadura Secreta)

 Una vecina le habla de un hombre que tiene un papel de tal virtud que con solo tocar con él al sinvergüenza éste vendría corriendo a casarse con su hija. La pobre mujer consigue el papel a cambio de dos lienzos de estopa. Pero el papelito no funciona. Otra mujer le dice que le de de comer un huevo sazonado con la sal que se bendice en el bautismo, ya que así el hombre hará lo que Dios manda y se casará. Pero nada. Que si quieres arroz nupcial, Catalina.

 Escarmentada, pero no del todo, decide acudir una bruja más reconocida, quien le ordena que lleve siete u ocho habas a la iglesia y que las meta en la pila del agua bendita  invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y que después debe guardarlas en un paño junto a un granito de sal, una piedrecita de alumbre, un poquito de pimiento, un poquito de pan, un maravedí, un carbón y una chinita. Vuelve la bruja a casa de Ana, cerrando la perta de la calle con el mayor misterio y quedando las dos solas en la zona mas oculta de la casa. Allí la bruja tiende  todo los objetos en el suelo, sobre un paño, y le dice a Ana

 

que aquello era una ejercito de campaña donde esta dicho hombre que pretendía se casase, y que el pan y la sal significaba que había que comer, y el carbón que era de noche, y la china la tienda, y las havas los soldados que van a caballo…

 

Y la bruja, después de quedarse un rato en silencio, observando la improvisada colección de vudús brujeriles, le dice a Ana que aquello era señal de que el hombre iba a venir a casarse. Sin embargo, la pobre Ana no solo no consigue ver a su hija casada con el truhán, sino que acaba en las cárceles secretas dela Inquisición.

 Otra que recurre a la brujería por la familia es María Guerrera, una panadera de Llerena,  que acude en 1648 a una hechicera para que el padre de sus dos hijos los acoja en su casa o les mande dinero. La hechicera le pide una darme de oro, incienso y agua arrojada, un vidrio, un huevo, dos velas de cera y pólvora.  Cuando se lo lleva a la bruja, esta coge la pastilla de incienso y la echa en unas brasas que aparta del fuego en un badil; en una redoma echa agua rosada, agua simple, un botón de oro y un huevo, y mientras tanto, María Guerrera va sahumando la redoma con el vino que iba saliendo de los olores. Enciende dos velas, musita algunas palabras y hace que María ponga la boca encima de la redoma y la manda ir diciendo:

 

– “Don Diego, ven, que aquí te espero yo y tus hijos, como Santa Marta recogió los que andan por los aires, vuela, recoge, y ven a mi y a tus hijos.”

 

Entonces la hechicera la coloca en medio del fuego echándole candela alrededor y pólvora encima de la candela.  Tras este espectáculo ocultista de luz y sonido, solo le queda a María hincar siete clavos en siete iglesias para que el padre de sus hijos no se meta religioso. Sabemos que la pobre mujer lo hizo, pero no el resultado.

 Pero si alguien piensa que estos hechizos amorosos quedaron en el siglo XVII no tiene más que darse una vuelta por algunos pueblos extremeños. En Losar de Vera el acto de regalar frutas sobre las que han rezado cierto número de padrenuestros y que se han tenido guardadas en el seno es un procedimiento para inspirar cariño, siempre que el mozo o moza come después la fruta. Incluso se han dado casos de regalar dulces con polvos de cantárida, mosca con supuesto poder afrodisíaco, que en ocasiones ha determinado graves males y aún la muerte.

 Como se puede comprobar, a día de hoy, las hechiceras, las brujas del amor, no han muerto. Nacieron y crecieron cuando las abonaron, pero hace falta más de una Inquisición para impedir que las personas continúen invocando al amor. Mientras haya hombres y haya mujeres, seguirá habiendo hechiceras.

 

 

 

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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