No sé si el el último Premio Cervantes va
a servir para que el gran público (¿) conozca mejor la obra de Antonio
Gamoneda, ese solitario que ha escrito: «Hay una hierba cuyo nombre no se sabe;
así ha sido mi vida», pero estoy seguro de que hasta el último bachiller sabe
ya que Gamoneda es «el poeta de cabecera» del presidente del Gobierno, José L.
Rodríguez Zapatero, con quien mantiene una estrecha amistad desde hace años.
Lejos de mi ánimo enfangarme en ninguna
polémica acerca del valor literario de Gamoneda («Yamoneda», he leído que se le
denomina, cáustica y malévolamente en algún blog). Ocurre que ese título de
«poeta de cabecera» me trae a la memoria una anécdota del escritor Juan Benet.
Hace poco más de veinte años, en abril de
1986, el autor de ‘Volverás a Región’ acudió a Cáceres, invitado por la Consejería de Cultura para participar en el ciclo ‘Otras voces, otros ámbitos’ y hablar sobre ‘La
obra propia’. Con ese motivo le hice una entrevista para HOY y entre las muchas
preguntas se me ocurrió decirle:
«?¿Usted se apoya en eso que se llama
‘libro de cabecera’ para escribir?»
Benet no se resistió a desenfundar el
bisturí de la ironía:
«?No, yo tengo siempre un libro en la
mesilla de noche, pero no me apoyo en él. No. No hay ninguna correlación entre
lo que escribo y lo que leo».
Yo ‘encajé’ el golpe. Y de hecho, en la
entrevista (donde mostraba sus firmes fobias y devociones, desde los autores
franceses: «con los escritores franceses todos los defectos se incrementan»,
hasta su pasión por Faulkner) reproduje ese fragmento de la conversación de
cabo a rabo, sin cambiar una letra. Pero desde aquel día no he vuelto a
formular una pregunta parecida y he desterrado de mi vocabulario periodístico
los conceptos «libro de cabecera» o «autor de cabecera». Ya conocen el porqué.