Quien se haya trasladado alguna vez de vivienda o cambiado de casa estará de acuerdo con la frase: “Tres mudanzas equivalen a un incendio”, sobre todo si el que se muda posee unos cientos o unos miles de libros en su biblioteca. La sensación de pérdida y ‘desorden’ que sucede a las mudanzas deja de ser a veces una metáfora y se convierte en realidad. En la historia existen muchos casos famosos aunque el paradigmático tal vez sea el de la Biblioteca de Alejandría y más recientemente el del fuego que arrasó la Biblioteca de Sarajevo, prácticamente anteayer y justo aquí al lado, en el corazón de la vieja Europa.
En las navidades de 1996 Octavio Paz sufrió el desgarro real de ver cómo las llamas arrasaban en México parte de su casa y de su biblioteca. Jesús Marchamalo contó años después en ‘Tocar los libros’ que el premio Nobel “nunca consiguió sobreponerse al incendio de sus libros. Porque con los libros no sólo se quemaron las historias, los personajes, los lugares. Con los libros ardieron las dedicatorias, las anotaciones en los márgenes, las erratas corregidas a mano. Con los libros ardieron las tardes luminosas en las que los había leído, el olor del papel, el orden de las estanterías, el tacto de los amigos a los que se los había prestado”.
Sin embargo, yo creo que la gran crónica de aquel suceso la escribió en ‘ABC’ el periodista Antonio Astorga, que habló por teléfono con Octavio Paz a las pocas horas del suceso. “El fuego se ha llevado una parte muy importante de toda mi vida. Me ha dejado más ligero de equipaje. Es como si se hubiera llevado a un amigo, a grandes amigos, de los que jamás tendrás noticias ni podrás escribirles porque desconoces su paradero”.
Octavio Paz inventariaba los daños: obras de Góngora, Quevedo, todo Galdós, clásicos franceses, ingleses, incluso chinos. Y se dolía en especial de algunas pérdidas: la obra de Machado y la poesía iberoamericana modernista. “Se fue todo Rubén. La primera edición de ‘Azul’. La segunda de ‘Prosas profanas’, que es la clásica, la mejor. La primera edición de ‘Cantos de vida y esperanza’”. Más objetos y recuerdos atesorados durante toda una vida. Y arte: obras de Roberto Matta, Miró, Tàpies, Rauschenberg…
Pero releyendo ahora el recorte de ‘ABC’ con la crónica de A. Astorga lo que más me sorprende de aquel episodio no es el dolor del premio Nobel que escribió ‘El laberinto de la soledad’ y ‘Libertad bajo palabra’ sino la lucidez de un hombre de 82 años, con limitaciones para moverse, que festeja el coraje de su mujer: “He vuelto a nacer gracias al espíritu corso de mi esposa que encabezó la retirada de los dos”. La actitud vitalista de un hombre que antepone al lamento el deseo de agradecer la solidaridad y generosidad de sus vecinos, rápidos y dispuestos a auxiliarles. El ejemplo cívico de quien reconoce que las llamas le han dejado “algo más ligero de equipaje” pero sigue mirando hacia delante.