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Portugal y los afectos

Mi madre suele decir que a los entierros nadie te invita. Y enseguida recuerda con orgullo espontáneo, indisimulado, lo que le dijo una mujer hace décadas, cuando aún vivía mi abuelo: «Al entierro de tu padre tiene que ir el pueblo entero». «¿Y eso por qué», preguntó mi madre. «Porque él no ha faltado a ninguno», respondió la mujer. Mi madre nos ilustra así acerca de esos acontecimientos sociales en los que, –al revés, por ejemplo, de bodas, bautizos o comuniones– lo que cuenta no es la invitación, sino la voluntad y la disposición de cada uno. Creo que en otras encrucijadas de la vida también ocurre igual si el destino te hace un regate imprevisto y nos vienen mal dadas. En tal caso lo que vale es el ánimo, la actitud empática o, sencillamente, esas cálidas palabras de «ya sabes donde estoy para lo que necesites». El bálsamo del afecto.

Este lunes publicaba Natalia Reigadas una magnífica información y una entrevista con una enfermera pacense que trabaja en la Unidad covid de Elvas sobre los estragos del coronavirus en Portugal, donde algunas de las poblaciones cercanas a Extremadura arrojan cifras de incidencia acumulada inquietantes: Elvas, 1.880 casos por cada cien mil habitantes; Campomayor, 1.884; Estremoz, 2.491, y Borba, uno de los distritos más castigados, 3.652. En esas mismas páginas se daba cuenta del llamamiento en petición de auxilio que ha hecho el Gobierno de Lisboa a la ministra de Defensa alemana, dado que el 70% de los médicos en los hospitales lusos están infectados con el coronavirus. También conocíamos el ofrecimiento del canciller de Austria a Portugal para recibir en su país a pacientes graves y quitar presión al sistema sanitario luso.

¿Y Extremadura? A mí me consuela saber que nuestra comunidad no se ha puesto de perfil en este asunto. Desde el primer instante, a través del Ministerio de Sanidad español (dado que «la política exterior es competencia del Gobierno de España») se ha mostrado disponibilidad para –cada uno «dentro de sus posibilidades»– contribuir a mejorar la situación. En encrucijadas como esta, plena de incertidumbre y riesgos, es donde hay que dar la cara y afrontar las responsabilidades de la vecindad y de la hermandad real, efectiva, no solo para la galería.

La ayuda que más se agradece es la que recibimos incluso sin necesidad de pedirla. Si cuando ofreces auxilio lo haces ‘en justa correspondencia’ no practicas ningún tipo de virtud, de generosidad, solo intercambias una recompensa. Ocurre, en último extremo, que ante una pandemia devastadora como la del coronavirus, ayudar al vecino es más que nunca ayudarse a uno mismo. Supongo que en Extremadura habrá reticentes que ya estarán exclamando: «¡Pues estamos aquí como para socorrer…!», pero confío en que sean los menos. «No se cava con el mango de la azada, pero el mango ayuda a cavar», enseña un proverbio africano. Ahí puede estar, quizás, nuestra contribución.

 

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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