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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

DE GAULLE Y LOS GOFRES DE LILLE

Que el General De Gaulle era un tipo testarudo es bien sabido. Tres veces herido en combate, cuando estuvo prisionero de los alemanes durante la Gran Guerra intentó por cinco veces la fuga. Puede que su estatura no le ayudara a pasar desapercibido, le faltaban solo cuatro centímetros para los dos metros. Desde tan alto gobernó los destinos de Francia durante casi tres décadas. De Gaulle nació allá donde Francia y Bélgica se encuentran, a un paso de Inglaterra, en Lille. Una región que comparte con Bélgica, además de frontera, devoción por la cerveza y por los gofres. De la cerveza les queda el “coq à la bière”, un pollo borracho, emblema de su culinaria. Gallo de Francia. De los gofres, ninguno tan famoso como los de la pastelería Meert. Un negocio fundado en 1761 en la Rue Esquermoise, aún hoy decorado a la bella usanza de principios del siglo XX y que es punto de referencia para todos los viajeros que pasean por la Vieja Lille. Meert es la bombonera del placer. Y el gofre es su mayor tesoro. El gofre de Meert  es más pequeño y más fino que el gofre belga, de hecho, en un principio, nadie diría que es un gofre sino más bien una galleta. Hechos con mantequilla y vainilla de Madagascar son un bocado delicioso y de gran finura. Los hay rellenos de pistachos, de frambuesa, de chocolate, de naranja amarga,… De Gaulle echaba de menos los gofres de Meert. Presumía de Lille y no perdía ocasión de recordar aquellos gofres de su infancia. La vida es caprichosa. Tan caprichosa que teje extrañas paradojas. Extraña pensar en aquel gigantón, capaz de sostener a toda Francia en la hora más amarga de su historia, comiendo gofres a dos manos, pero dicen que así era. Al fin y al cabo comemos con la memoria, la de la infancia, por supuesto. Puede que allá en Londres, aquel 18 de junio de 1940 en que llamó a los franceses a resistir, estuviera pensando que Francia no podía rendirse, entre otras cosas, por la libertad de seguir comiendo gofres en Lille.

 

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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