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Fernando Valbuena

La Cuchara de San Andrés

Unamuno en el café

Unamuno en el parisino Café La Rotonde

Don Ramón perdió la mano en el Café de la Montaña. Del Café de Levante dijo el mismo Valle Inclán que había ejercido en la literatura más influencia que dos o tres universidades. Gómez de la Serna sentaba sus reales en el Café de Pombo. Y Unamuno, en Bilbao, frecuentaba el Café Boulevard, que todavía hoy respira. Escribía en 1891: “En Bilbao, a cualquier sitio que se vaya o de cualquier sitio que se venga, siempre daremos en el Arenal. Allí, en el Boulevard, corredores, negociantes, inidianos… que se encuentran porque se citan y otros que se citan porque se encuentran”. Ya en Salamanca hacía parada y fonda en el Café Novelty. Establecimiento fundado, por cierto, en 1905. ¡Buen año para primeras piedras!

Durante sus años de exilio en París pisaba el Café La Rotonde. Era ya 1924. Reinaba en España Don Miguel Primo de Rivera. Un cafelito y una conspiración. “Voy del hotel en que vivo hasta el Café de la Rotonda, en Montparnasse, casi a diario, a hablar de España y a soñarla con españoles”. A Unamuno le extraña un tanto la gente rara y bohemia del barrio, esos a los que César Vallejo llamó “snobs y faldas inciertas…” Don Miguel volvía a pie por las calles del viejo París, orillas del Sena, Tullerías, Plaza de la Concordia, Campos Elíseos,… El que luego fuera Premio Nobel, Miguel Ángel Asturias, dijo haberle conocido allí. Y Buñuel también. En el Café de la Rotonde. La Rotonda decían los españoles. Matadores… en Paris. Casi a diario, tertulia española de una a tres y media.

También el mítico Café Vejours, soberbio restaurante fundado en 1784. Orgullo de Francia. “Cuando mi destierro voluntario solía ir de vez en cuando a almorzar a un encantador cafetín en un rincón del Palais Royal. (…) Recordábame – ¡tierna añoranza!- el Suizo viejo de mi Bilbao.” ¡Tartaletas de arroz del Café Suizo! ¡Tristes destinos los del Suizo! Bilbao en la leyenda. Café Suizo que malvivió sus últimos días metido a prostíbulo.

Pero lo más curioso de esta historia es el modo en que el genio tomaba el café. Lo cuenta César González Ruano no sin cierto melindre: “Apartaba el terrón de azúcar, revolvía el resto, bebiendo a pequeños sorbos que hacían mucho ruido. Después, cuando la taza estaba vacía y rechupada, echaba el terrón reservado y un poco de agua, revolvía aquella extraña porquería y, como una purga, lo apuraba en un trago”. ¡Salve Don Miguel!

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Sobre el autor

"Todo comienza con un chorreón de aceite al que se añaden unos ajitos. Sempiternas primeras palabras de los recetarios ibéricos, génesis indubitada del arte culinario nacional. Quiso Dios poner en cada cocina un clavo para que de él colgaran las ristras de ajos. Ristras soberanas de las viejas, de las muy nobles y muy invictas cocinas españolas. Alma y fundamento de asados, fritangas y guisotes. ¿Qué sería de España sin sus ajos? ¡Soberbios fogones patrios! ¡Alabados seáis!"


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