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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Tengo una vaca lechera

Badajoz está llena de chicles por todos lados. Chicles asquerosos y pegajosos postrados en cualquier parte. Sobre todo en el suelo. ¡Cómo los odio! Mi gran profesor, Don Manuel Pecellín Lancharro, era inflexible con el tema de los chicles en el Instituto. Siempre solía abroncar a algunas compañeras que los consumían con gran frecuencia en clase (con toda la bocaza abierta, lo que ya resultaba asqueroso). En un momento de descuido les hacía la siguiente pregunta: “Fulanita ¿Sabes donde está la diferencia entre una vaca pastando y una señorita comiendo chicle?” La compañera de turno estaba perdida, pues sabía que tras unos segundos de titubeos recibiría el consistente mazazo para rechifla pública. “En la mirada inteligente de la vaca.” Apuntaba el bueno de Don Manuel sin piedad. ¡Genial! Algunas optaban incluso por tragarse el chicle de la vergüenza que les daba… y me parece poco. ¡Qué bien lo pasábamos!

Un servidor opina lo mismo, y cada vez me dan más asco los chicles. No voy a atreverme a mentir diciendo que nunca comí alguno cuando era más pequeño, aún así hace ya siglos que los he abandonado. La cara de lechuguino que se te queda cuando te pones a mascar es para enmarcarla, y me causa recelo que alguien me hable mientras mastica la susodicha goma. Por no hablar luego del problema de la suciedad en las calles. No quiero ni imaginarme lo difícil que tiene que ser limpiar un asqueroso chicle, pero desde luego, cada vez que he tenido la mala suerte de pisar uno acabo blasfemando con toda la lista de insultos de mi querido Capitán Haddock. No quiero decir con esto que hagamos una Ley para prohibirlos por Dios, pero les aconsejo, que si ustedes son amigos de pastar tan asquerosa goma, limítense a consumirlos en la intimidad, y a ser posible sin exponerse a la vista de su pareja. Personalmente no podría soportar la visión de la futura madre de mis hijos rumiando públicamente. Llámenme exagerado, pero tal visión apagaría en cuestión de segundos todas las llamas del amor. Para eso, me quedo con la vaca.

Don de LOCH LOMOND

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junio 2010
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