La lista de la compra siempre es un tema muy recurrente entre las personas más jóvenes que llevan poco tiempo emancipadas. Les puedo confesar que nunca imaginé que me llegara a resultar tan placentero el ejercicio de ir al súper de turno para adquirir artículos de tan vital necesidad. Toda la vida haciéndolo por encargo en casa de mis padres con mala cara y sin embargo ahora es que me priva. Digo yo que será por el hecho de que ahora soy yo el que decide qué entra en el carro, y estarán de acuerdo conmigo en que la primera vez que uno realiza su primera compra siente algo así como si fluyera el poder por todo su cuerpo.
Pero claro, tenemos un problema, la crisis, la maldita crisis que cunde de desencanto tan lúdica obligación. El otro día lo hablaba con mis compañeros. Muchos de ellos, como mi amigo Beckham (evidentemente no se trata del que ustedes piensan) hacía hincapié en que para no desmadrarse había que acudir al Mercadona o Carrrefour (cada cual tiene sus propios fans, yo, por aquello de no hacer publicidad, no haré pública mis preferencias a Mercadona) con una lista redactada a conciencia, que solo incluya lo estrictamente necesario. Además la ocasión exige proceder a la visita de turno tras haber almorzado notablemente, es decir, que solo el hecho de pensar en comida te despierten las ganas de vomitar.
No digo yo que no sea efectivo oiga, pero estarán de acuerdo conmigo en que así se le quita la gracia al asunto. Mi menda, que quieren que les diga, a pesar de no tener ni un duro prefiere quitárselo de donde sea, incluso de salir a cenar, por disfrutar del placer de llenar el carro con mierdas varias. A preguntas de mi novia al estilo de “¿tomate frito tenemos verdad?” Siempre respondo – “Sí, hay 6 cajas…pero echa dos o tres más, que más vale que sobre que no que falte” Y así con todo. A veces se producen situaciones surrealistas “¿Que nos falta?”- Pregunta mi novia – “No hemos cogido comida para el perro” – respondo muy serio – “pero si no tenemos”- Contesta mi novia desconcertada – “ya, lo digo porque es el único pasillo que nos falta por desmantelar”.
De hecho, una de las primeras compras que realizamos juntos, poco después de comenzar nuestra aventura en nuestro primer apartamento, pasará a los anales de la historia del Mercadona de Huerta Rosales (Al que acudíamos hasta mudarnos a Cuartón Cortijo, que es sin duda el mejor de todos). Llenamos dos carros, sin exagerar, y tan rebosantes que se salían las botellas de LOCH LOMOND por los lados. El chico de los pedidos, súper majo y simpático, tuvo que subirlo a casa en tres veces. Cuando le dije que sólo vivíamos dos personas allí la verdad es que me dio un poco de vergüenza, pero qué le vamos a hacer, todos tenemos nuestras miserias. Ustedes hagan lo que quieran, pero yo paso de lista de la compra. Será por aquello de que a los músicos siempre nos ha gustado improvisar.