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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

No llegamos

 Por Enrique Falcó. Portavoz de la generación perdida

NO hay vuelta de hoja. Los jóvenes extremeños no llegamos. Y no me refiero precisamente al orgasmo, que por aquello de ser jóvenes aún podemos buscarnos un poco la vida para la consecución de tan difícil, complicado y a la vez placentero trámite. Donde no llegamos ni haciendo filigranas es a final de mes. ¡Cómo odio los meses de 31 días! ¡Se hacen eternos! Luego te dicen las empresas que hay que aguantar, que estamos en un momento muy difícil, terrible, como si fuésemos tontos y no nos hubiésemos enterado. Muchos empresarios ruegan, por no añadir «exigen», además un sobreesfuerzo, traducido en más horas de trabajo a cambio del mismo o menor salario. ¡La de empresarios que se han subido al carro con la crisis y la maldita mandanga de que la cosa está muy mala! Claro que está mala, pero para otros está peor.

 

Nuestros padres nos tildan de quejicas, recordándonos que ellos también lo pasaron
mal al principio, pero no conozco a ningún amigo que gane siquiera algo parecido al sueldo de su progenitor

En nuestra región es casi una utopía que un joven de 30 años sea ‘mileurista’, y si sobrepasa esta cantidad lo hace en muy pocos emolumentos. «Es que los jóvenes de hoy en día lo queréis tener todo», pensará el típico ceporro cincuentón (y que no se me enfade doña Manuela Martín) bien asentado que observa con recelo a los jóvenes por encima del hombro. Hombre, todo no, pero es que hay cosas a las que uno no puede renunciar si quiere seguir subsistiendo en este valle de lágrimas. Siempre te salen con el cuento de que para qué quieres Internet. Mi menda considera imprescindible que cualquier joven de hoy en día, sea cual sea su oficio u ocupación, disponga al menos de un ordenador y una conexión a Internet. Ya hemos hablado muchas veces de que los nuevos analfabetos del siglo XXI son quienes desconocen y rehúyen de las nuevas tecnologías. Internet, además de una inagotable fuente de ocio, es imprescindible para formarse, comunicarse e incluso buscar nuevas posibilidades laborales.

Luego están los que nos recriminan las hipotecas, la obsesión por comprar una casa. Hombre, es que los alquileres tampoco están muy baratos y en algún sitio tendremos que vivir, y de acuerdo que existen quienes pretenden tenerlas equipadas hasta el último detalle, pero si les confieso la verdad, en mi círculo de amistades, de muy amplia y diferente condición social, es bastante habitual que tengan la casa a medio poner. El coche es otro lujo al que muchos no pueden permitirse renunciar, y el gasto que supone la gasolina, el mantenimiento y el correspondiente seguro (casi siempre el mínimo, ustedes verán) son un lastre importante en las precarias economías. Si no que se lo digan a tantísimos amigos que viven en casas de protección oficial en Badajoz en el Cerro Gordo, La Pilara o Cuartón Cortijo. O a quienes se desplazan desde Mérida o Jerez de los Caballeros, por ejemplo, hasta Cáceres o Badajoz por motivos laborales.

El otro día una compañera de mi empresa se encontraba muerta de cansancio y muy deprimida. Aunque está empleada a media jornada por las tardes, por las mañanas tiene que buscarse la vida cuidando niños o de empleada de hogar con jornadas de 8 horas, por supuesto sin contrato, y cobrando una miseria, para que luego te suelte el Gobierno que España no está tan mal, que lo que ocurre es que hay mucha economía sumergida. Su marido sale a trabajar a las 5 de la mañana y hay noches en que a las doce aún no ha llegado a casa. «Todo el día trabajando Falcó, para que luego no tengas ni un duro para tomarte una cerveza», me dice mi desconsolada compañera. «¡A quien se lo dices!», respondo a modo de broma, que mejor reír que llorar, porque la cosa es para llorar. Nuestros padres nos tildan de quejicas, recordándonos que ellos también lo pasaron mal al principio y sufrieron muchas calamidades, pero no conozco a ningún amigo de mi quinta que gane siquiera algo parecido al sueldo de su progenitor. Ese es el problema, que antes los sueldos tenían más ceros, y no porque fueran en pesetas.

Nos hemos cargado la clase media, la alta y la baja, para dar paso a una nueva estirpe social. En esta nueva clase coexisten muchas y diferentes condiciones sociales. Los hay con estudios y másteres, los hay con etiqueta de anís del mono en lugar de graduado escolar. Algunos son hijos de médicos, abogados o periodistas y otros de jardineros, barrenderos o peones de albañil. Pero todos coinciden en la precariedad económica que les incapacita la posibilidad de llegar a ser felices. Muchas de estas parejas se han roto siendo la falta de recursos económicos la principal causa de dicha ruptura. En esta nueva clase social la precariedad económica motiva que una mujer embarazada sea considerada como una irresponsable antes que como una futura madre, por aquello de atreverse a traer a este mundo una boca más. ¡No sé qué va a ser de nosotros! Nunca podremos vivir como cuando cohabitábamos con nuestros padres en el domicilio familiar. Porque ellos tampoco llegaban… pero siempre llegaban. Y hablando de llegar, la que se nos viene encima, que esa es otra. Que alguien piense algo porque lo que es a mí se me han acabado las ideas. ¡Capitán Trueno, Tintín, Superman, Astérix! ¡Venid a salvarnos sin demora por Dios! Porque me da en la nariz que esto no ha hecho más que empezar.

Publicado en Diario HOY el 04/09/2011

 

 

Don de LOCH LOMOND

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