Enrique Falcó. Incondicional braseril
La ola de frío siberiano que ha caído implacable en los últimos días ha ratificado la evidencia de que a pesar de todo nos encontramos en invierno. La palabra “Siberia” siempre me ha connotado sensaciones positivas, y no solo por aquello de la de veces que habré visitado las poblaciones de la denominada Siberia Extremeña con mis grupos musicales. Paisaje predominante de penillanuras de grandes dehesas, donde también se dejan ver alcornoques, encinas, castaños y robles, siempre suponía un placer acudir a aquellos preciosos parajes y actuar para las buenas gentes de Siruela, Casas de Don Pedro, Herrera del Duque, Fuenlabrada de los Montes y muy especialmente de Talarrubias, en donde teníamos los Left Brothers numerosos amigos y simpatizantes. También me gusta esta palabra por los cómics de Mortadelo y Filemón. En Un Mundial 78 que sale bastante “pocho” del gran Francisco Ibáñez, se pueden encontrar varias alusiones a Siberia, ya que el equipo de la antigua U.R.S.S. siempre llevaba camuflados a varios agentes del K.G.B. que amenazaban constantemente al árbitro, a los rivales, o a sus propios jugadores con enviarles una temporadita a Siberia en camisetita de manga corta si las cosas no se presentaban bien para su equipo.
Pero risas aparte, los hay quienes no saben ya que hacer, desesperados, para luchar contra el frío. Siempre he sido de la opinión de que a la hora de luchar contra las inclemencias del tiempo, me resulta más fácil combatir el frío en detrimento del calor, mas esta afirmación es tan compartida como revocada a partes iguales. El menda siempre lo ha tenido muy claro en tiempos de frío. Brasero. He aquí la respuesta. Con algo de café por las mañanas y deliciosa sopa a mediodía. No conozco una manera mejor de sobrellevar tan duro tránsito hasta la llegada de la deseada primavera, la más simpática y hermosa de todas las primas.
Siempre, desde que tengo uso de razón, ya sea en mi hogar o en casa ajena, en el pueblo o en la ciudad, el brasero ha sido el fiel refugio que imperecederamente buscaba veloz al abandonar mis siempre resistibles sábanas. Nunca me gustaron esas casas modernas, con mesas bajas frente a la tele, que serán todo lo bonitas que quieran, pero muy poco prácticas, y en las que además de no permitir comer cómodamente, no albergan la posibilidad de aplicar falda de camilla y brasero. Algo que en mi humilde opinión no ad1quiere posibilidad de amnistía. – “Pero si tenemos calefacción” – te dicen – “Sí, sí – contesto con mala idea -…pero no es lo mismo”. Disfrutar de calefacción es algo tremendamente práctico y muy gratificante, y necesariamente ayuda a pasar mejor las épocas de bajas temperaturas, así como a luchar contra catarros y resfriados. No obstante considero que no es suficiente. Un buen tresillo, ante una estupenda pantalla de televisión, no supondrán nunca el refugio perfecto para quien suscribe sin el imprescindible añadido de la falda de camilla y el brasero. La única pega que se me ocurre es la de que hay que observar no poco cuidado con el tema de la seguridad. Demasiados incendios por pequeños descuidos, y esto sin contar las numerosas y desgraciadas muertes provocadas por los hoy ya casi extintos braseros de picón, que calentaban como nadie y que siempre me recordarán a la casa de mi abuela en el pueblo más bonito del mundo: Jerez de los Caballeros.
No recuerdo mejores desayunos que aquellos, en los que tras remover previamente las brasas con el badilejo, que tanto me privaba, podía zamparme todas las tostadas del mundo. La sensación térmica de aquel salón era tan placentera como un agradable despertar tras pasar una buena noche. Aquellos desayunos se alargaban con la programación infantil o la lectura de algunos de los viejos cómics que circulaban por la vetusta biblioteca. Es curioso que algunos de los ejemplares que me traje cuando mi abuela dejó el pueblo, como Vuelo 714 para Sídney, de las aventuras de Tintín, la primera edición de CASTERMAN de 1969, con la pasta dura, o Cazador de recompensas y El elixir del doctor Doxey, de Lucky Luke, de la colección PILOTE, me siguen recordando a aquella maravillosa casa, a la inolvidable falda de camilla verde con aquel oxidado brasero de picón. Una casa sin brasero dista mucho de ser un hogar, al menos un dulce ó acogedor hogar. En casa de mis padres, mi madre no lo quitaba ni en verano, por si acaso, y en la mía, mi novia, que antaño no compartía conmigo esa afinidad, me insiste ahora en que compremos otro brasero de repuesto por si se estropea el que tenemos puesto. La sola idea de pasar un miserable día de invierno sin brasero se nos antoja insoportable. Junto a su placentero calor he leído libros imprescindibles, visionado obras maestras del cine y también he escrito algunos de mis mejores artículos. En soledad, o en buena compañía, no renuncien al placer incalculable de sentirse más felices a pesar de las duras inclemencias del tiempo. “En enero, no te separes del brasero” reza el refranero popular, que como buen refranero no se casa con nadie. Siga usted mi consejo, desocupado lector, y disfrute su café, sin prisas, en esta mañana de domingo. El frío siberiano acecha fuera, pero que me corten la cabeza si usted no está tan ricamente disfrutando del periódico al calor de su brasero, sopesando la posibilidad de que igual, las calderas del mismísimo Infierno, no son un destino que haya que desechar irresponsablemente.
Publicado en Diario HOY 05/02/2012