Enrique Falcó. Fascinado por la historia del Titanic.
Se cumplen estos últimos días los cien años del hundimiento del Titanic. Sin duda, la peor tragedia marítima transcurrida en tiempos de paz. Algo tiene el Titanic, o su
impactante historia, que a todos nos fascina de una u otra manera. Ese
misterio, ese anhelo de saber lo que ocurrió, esa necesidad de conocer la
verdad de lo trascendido en aquellos restos del fondo del océano. Una extraña y
desconcertante combinación de errores humanos, mala suerte y peor estrella, que
condenó al buque y a sus ocupantes a una muerte agonizante y cruel casi desde
la propia construcción de la “Nave Insumergible”. Seguramente, lo que más nos
fascine de este dramático acontecimiento, sean sin duda las historias humanas
que acontecieron durante el viaje y el lamentable naufragio. El pánico, la
entereza, la cobardía, el honor, la decencia, la justicia, la calamidad… en
definitivo lo mejor y peor de la condición del ser humano.
Ya saben ustedes que mi memoria no suele fallar, y ésta me indica, sin necesidad de reiniciar Windows ni de desfragmentar disco duro alguno, que la primera vez que tuve constancia del horror que supuso el hundimiento del Titanic fue en 1989, cuando
contaba con unos 11 años de edad. Se estrenaba mundialmente la segunda parte de
la película que cinco años antes había causado verdadera sensación: “Los
Cazafantasmas” (decepcionante la segunda entrega, como es de esperar en casi
todas las secuelas de entrañables películas, excepto claro está, la segunda
parte de “El Padrino”) y en el tramo final, en una secuencia en la que
fantasmas de todo tipo van acudiendo a las calles de la ciudad de Nueva York,
el film presenta una ocurrencia que no deja de antojarse macabra. No es otra
que la de un fantasmagórico Titanic, arribando a puerto, con un gran agujero en
el casco, mientras cientos de espectros desfilan tristes y silenciosos, con los
rostros desfigurados y mutilados. En un principio no le pillé la gracia, entre
otras cosas porque no sabía qué sentido podía albergar algo así. Mi amigo
Ricardo Larios, un año mayor, con quien en ese momento veía la película, fue
quien me instruyó sobre el tema, que más tarde a través de mis padres,
profesores y enciclopedias (¡Qué tarde llegaste Internet!) pude ampliar.
Desde entonces, no sé si les ocurrirá a ustedes lo mismo, pero escuchar la palabra “Titanic” me produce una especie de escalofrío en lo más profundo de mi alma. Una
sensación incómoda, como de mal augurio, indudablemente comparado a lo que
podemos sentir hoy en día con el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York el
11 de Septiembre de 2001, día por cierto que quedará para la historia como el
comienzo de los diferentes cambios y sucesos que se produjeron en el Siglo XXI.
Quizás sea este triste acontecimiento contemporáneo lo más parecido en cuanto a
calibre y horror. Mi menda es de los que piensa (más bien desea) que el día que
La Parca, esa puñetera mal nacida, le cobre factura con todos los extras, sea
cuanto menos un trámite bastante rápido y a ser posible casi indoloro, ustedes
ya me entienden. Saber que vas a morir, en pocos instantes y de una forma
horrible, ya es suficiente castigo para purgas todos tus males. Pero siendo
además consciente de ello se me antoja como una pesadilla con desmesurado
castigo de proporciones bíblicas. Mi padre, desde que tengo uso de razón, cada
vez que presencia en televisión una catástrofe natural, menea la cabeza con deje triste y preocupado mientras emplea una de sus frases lapidarias favoritas: “¡Cuando la Naturaleza dice aquí estoy yo…!”. ¡Y es cierto! No podemos olvidar que cuando el hombre realiza proezas, que no dejan de ser anti naturales, como volar por los aires o
cruzar el Océano navegando sobre el casco de un barco, incluso circulando en
nuestro automóvil, tenemos que ser más cautos que nunca, pues el hecho de que
realizar estas acciones sea parte de nuestra rutina, no debe cuanto menos
restar la importancia y alerta permanente sobre el peligro que ello conlleva.
En el desastre del Titanic la Naturaleza intervino, ya lo creo, pero fue sobre
todo una lamentable consecuencia de errores humanos, unido a un escepticismo
exacerbado y un alto exceso de confianza, la que condujo a la nave y a 1.517
personas hacia el fondo de las heladas aguas de las Costas de Terranova. El
Titanic puso fin a sueños de riqueza, de prosperidad y de una nueva vida para
muchos. De deseos incontenibles de cambio y mejoras. Con él se hundieron amores
furtivos, puros, fraternales e imposibles. Perecieron en su desastre seres inocentes,
infelices, desgraciados, genios, distinguidos señores, bandidos de la peor
calaña y hombres sencillos y de gustos y placeres sencillos del corazón más
puro. Y seguro que muchos de ellos estaban destinados a desempeñar papeles
fundamentales en beneficio de la humanidad. Pero la muerte nos iguala a todos,
aunque el 75 por ciento de los ocupantes de tercera clase murieron, lo que nos
lleva a reflexionar sobre la posibilidad de que también en la muerte se pueden
producir distinciones. En el Titanic viajaba una representación de lo que
entonces significaba la sociedad del momento. Todos navegábamos en él de una u
otra manera, quizás por ello esa fascinación de la que les hablaba al principio.
En 100 años podemos presumir que en cuanto a derechos humanos quizás hayamos
avanzado de nivel respecto a la tragedia del Titanic, pues hoy en día no se
hubieran producido esas diferencias sociales a la hora de salvar a los más
desfavorecidos. Pero quizás hayamos perdido en lo que significaba el
cumplimiento del deber, y morir con honor cumpliendo tus responsabilidades
(Véase el reciente Naufragio del Costa Concordia y por donde se pasó el Capitán
su sentido de la responsabilidad).
Cuentan las crónicas, que a los tripulantes del “Carpathia”, quienes rescataron a los 705 supervivientes, les persiguió toda su vida la imagen de aquellos fantasmas congelados en el silencio de un paisaje helado de pesadilla. Aquellos fantasmas blancos, que representaron la forma más dolorosa de recordarnos a los hombres, que no es conveniente subestimar las posibilidades de desastre cuando están en juego la vida de miles de almas, quienes merecen sin duda un final mejor que morir congelados en un océano terrorífico de infortunios y despropósitos.
Publicado en Diario HOY el 15/04/2012