Siempre he defendido la idea de que sólo es permisible reírse del prójimo ante una espectacular caída de éste en la calle, llevado quizás por las prisas, la distracción o su propia torpeza. Cualquier maestro del cine clásico estaría más que de acuerdo ante esta sincera exposición, y si no están de acuerdo acudan a la hemeroteca a rememorar las primeras películas del gran Charles Chaplin, donde abundaban los “tartazos” en la cara y las constantes caídas del prota y sus enfrentados antagonistas perseguidores. En seguida se dieron cuentan los pioneros maestros de las situaciones que más gracia causaba a los espectadores, y así comenzaron a explotarlas en sus películas.
Lástima que ningunos de estos monstruos del celuloide se encontrara con una cámara ayer, a eso de la una de la tarde, en la pacense Calle Virgen de Guadalupe, en la que los vecinos de la zona sintieron por momentos resurgir la fiebre de los terremotos acaecida un par de años antes en la ciudad. El epicentro fue localizado a la altura del cruce con la calle Zaragoza, y el motivo no fue otro que la espectacular piña protagonizada por mi menda, quien derramó toda su inmensidad sintiendo en sus labios (más bien en la rodilla derecha) el duro sabor del asfalto. Junto a mis amplias hechuras, rodaron también diferentes piezas de mi BlackBerry, amén de una pequeña bolsa que portaba en mi mano izquierda. La verdad es que todo ocurrió muy deprisa. Aun no acierto a recordar si tropecé o metí el pie en cualquier agujero, pero sin comerlo ni beberlo me vi en el suelo tras sufrir un dolor espantoso. Apenas un par de personas tuvieron el innegable placer de deleitarse con el aparatoso espectáculo, y fueron dignos de presenciar tal show, pues enseguida se interesaron por mi estado sin que se les escapara bufido de risa alguno.
Algunos de ustedes podrá pensar que lo peor de una caída de esta magnitud es el bochorno y la vergüenza, pero nada más lejos de la realidad. Les aseguro que lo primero que deseé al sufrir el doloroso impacto fue que ojalá hubiera mucha gente alrededor para poder ayudarme en caso de que me hubiera roto algo. Más que reírme de mí mismo, que es lo que suelo hacer en estas situaciones, llegué a sentir en mi interior algo de lástima y cierta tristeza. Hacía siglos que no me pegaba una leche de este tipo, pero me las he dado en mi vida de todas las maneras y formas posibles, y recuerdo que hace algunos años, era caerme al suelo y ya estaba levantado, apenas se convertía el accidente en una mera anécdota del día. Tras la caída de ayer, el puñetero Tiempo, volvió a actuar de fiscal implacable mostrándome la evidencia de que los años pasan y ya no soy el de antes. Además de que me costó horrores levantarme, varias horas después aun notaba los dolorosos efectos de la caída.
Ya saben ustedes de mi devoción por La que se avecina, la divertidísima comedia de la loca comunidad de vecinos de “Mirador de Montepinar” en la que destacan los personajes de Amador (“El Cuqui” ó el vividor follador) y de Antonio Recio (Mayorista, no limpio pescado). A éste último le he robado una de sus más famosas frases para titular el post de hoy.
“¡Hostia Terrible!” -Pronuncié al caer al suelo. La verdad es que me salió del alma, y empaticé totalmente con el loco pescadero magníficamente interpretado por Jordi Sánchez.
Alguno de ustedes podrá pensar que con la tontería del hostión me he encontrado sin comerlo ni beberlo con un nuevos post. Qué quieren que les diga. Ya he reconocido en más de una ocasión que quien suscribe, se parece mucho al “Imbécil”, el hermano pequeño de “Manolito Gafotas”, por aquello de que siempre le saco partido a la desgracia.