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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

La cabalgata es una lata

Nunca me gustó La Cabalgata. Es más, casi que puedo al fin confesar, ahora que ya soy mayor, que le tenía una manía increíble. No la soportaba ni la soporto hoy. Me parece infumable, al igual que el desfile de Carnaval, que también se me antoja insufrible. Entiéndanme, mi menda, cuando era niño, tenía la ilusión de los Reyes y todo eso, creía en Sus Majestades con verdadera adoración y les prodigaba reverencial respeto, pues mi padre me contaba historias tan maravillosas de los Reyes Magos que los tenía en un altar, y me reía no sin mostrar cierta lástima de aquellos niños que no creían en Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero la cabalgata era otro cantar. Horas y horas esperando para pelearte por cuatro caramelos, y todo para ver a los Reyes Magos, que ya ves tú, tenían las mismas barbas cada año. Nunca le vi lo bonito ni lo divertido a las carrozas y no me entretenía nada en absoluto, me aburría de solemnidad, y solo deseaba que aquel rollazo acabara cuanto antes. Cuando adquirí una edad digamos apropiada, donde no tenía ya que fingir que todo aquello me entusiasmaba, le contesté a mi madre de tal guisa cuando me preguntó si le acompañaba a ella y a mi hermano pequeño a ver a Los Reyes Magos de Oriente en La Cabalgata: “La Cabalgata es una lata mamá, me voy a jugar al baloncesto con mi amigo Ricardo”.


 

Montones de amigos míos se pirran por llevar a sus hijos a la cabalgata, y los entiendo, y también puedo entender que a ellos además les plazca, luego están a los que les parece una castaña horrorosa pero no persiguen más que la felicidad e ilusión de sus vástagos, lo dicho, es una cuestión muy entendible. Pero a riesgo de ser el futuro peor padre de la historia, me atrevería a afirmar que no será quien suscribe uno de tantos padres que conduzcan de la mano a sus larvas hacia aquel interminable aburrimiento. Me veo haciendo cola para llevarlos al cine, a la feria del libro, al teatro, a un museo, a un concierto de algún artista que no me plazca especialmente incluso, pero jamás a la soporífera cabalgata… ni al desfile de Carnaval (que los lleve su madre, o sus abuelos). Lo siento mucho a quien le moleste, es una cuestión de principios, y sobre todo, de aburrimiento. ¡La cabalgata es una lata! Esta es mi opinión, y yo la comparto.

Don de LOCH LOMOND

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