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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Niebla pasajera

En los últimos días nos estamos acostumbrando a despertarnos entre grises y blancos de neblina. La niebla, al contrario que algún otro fenómeno meteorológico, como pueden ser el sol y la lluvia, no despierta esbozo alguno de tranquilidad en mi persona. Más bien todo lo contrario. La niebla me asusta, me causa pavor, aunque mentiría si no confieso que la encuentro deliciosamente bella y hermosa.

La niebla es harto incómoda y muy peligrosa, y oculta peligros, imposibles de ver hasta que no se te presentan en tus mismas narices, cuando seguramente no haya ya tiempo para reaccionar. La niebla es traicionera, inesperada, sorda, señal inequívoca de la aproximación de problemas, aunque a la vez tan envolvente, tan llena de misterio y belleza que me provoca un torrente de sensaciones extraordinarias, cuando me hallo sumergido en la profundidad de su húmeda naturaleza. Algo tendrá de mágico esta niebla, que uno se queda embobado, mirándola como a la luna llena sin saber muy bien en que pensar o cuando apartar la mirada de esa luz que captura parte de tu alma.

Siempre me fascinó, aquello de pisar las nubes, de bebérmelas, de vagar extrañado en la niebla sin diferenciar muy bien al resto de personas. Niebla pasajera. Belleza pasajera. Olvídanos por un tiempo y disipa tu velo hasta la aparición del sol invernal que tanto anhelamos. Niebla, sinónimo de mal presagio, tan extraordinariamente agraciada como el riesgo de lo prohibido, desaparece de nuestra vida, te lo ruego. Ya sé que eres hermosa, pero el Sol también lo es, hasta que te acercas demasiado.

Don de LOCH LOMOND

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