Leí ayer en las páginas del Diario HOY que se va a crear una Patrulla de Ocio con el objetivo de vigilar el botellón. Esta patrulla por lo visto estará formada por policías uniformados y otros de paisano. Me parece muy bien. A mi la presencia policial siempre me ha tranquilizado, y evita según qué estupideces innecesarias. Supongo que los que vayan de paisano deberán de una u otra manera intentar pasar desapercibidos, en plan policía secreta, para infiltrarse entre los jóvenes y manejar el cotarro desde la ventaja que te da el hecho de que el personal desconozca que realmente eres policía. La verdad es que me encantaría formar parte de esa patrulla. Ya me veo infiltrándome a la perfección, poniéndome hasta arriba de cubatas, mezclándome con la peña de tal manera, que nadie sospecharía de mí. Evidentemente es una broma. Hace siglos que no hago botellón, pero o mucho han cambiado las cosas o me temo que el procedimiento debe seguir siendo el mismo, no así su finalidad.
Siempre me gustó hacer botellón. Me parece un invento genial. Creo que la primera vez que hice uno fue en primero de BUP, allá por el 93. Me disponía a ir con algunos compañeros de clase a la fiesta de los Maristas, cita ineludible para cualquier niñato pacense y adolescente de la época que tratara de pillar cacho a cualquier precio. Antes de la celebrada cita, quedamos a la puertas de la “Quinta Avenida”, otro lugar entrañable de reunión de quinceañeros de la época, y desde allí nos dirigimos a la tienda “Los Cañones” situada cerca del Salto de Caballo (cuyo nombre popular siempre ha sido Los Cañones, de ahí el nombre de la tienda).
Cuando llegamos, un compañero experto en estas lindes me solicitó la nada despreciable cifra de 300 pelas, lo cual era pasta, pero se podía pagar. “Es que vamos a hacer un botellón bestial Falcó” me comentó. “¿Botellón?” Pregunté “¿Qué es eso?” Presenciando el modus operandi me maravillé. Me pareció genial. Ahora puede parecer una tontería, pero realmente era un tema muy bien organizado. Lo de comprar vasos de plástico y hielo comunitario, así como patatas fritas, me pareció realmente práctico. Poco después estábamos en el parque, rodeado de ciento de niñatos que hacían lo mismo que nosotros. Lo que te apetecía, te lo echabas, con la cantidad que quisieras y las veces que te diera la gana. Era maravilloso, y encima disfrutando del buen clima que el mes de mayo regala a esta ciudad. Allí realmente estabas en tu salsa. Saludando a la gente, a otros compañeros de clase, amigos, etc. Desde ese momento el botellón se convirtió en cita casi ineludible los fines de semana. Nos juntábamos, tomábamos unas copas, charlábamos y nos íbamos a los bares. ¡Ahora el botellón es eterno!
Recuerdo que hubo épocas incluso en las que el botellón era perseguido y penalizado. Que recuerdos cuando la policía aparecía por allí y cientos de personas echaban a correr con una botella en brazos. Ahora sin embargo la policía va a vigilar el botellón para que todo esté en orden, y cada cual pueda estar tranquilo.
Realmente, el botellón, en mi época, era algo muy divertido y pacífico. Te tomabas unas cuantas copas con los amigos, muy baratas, y charlabas con unos y con otros. Años después todo aquello cambió y ahora siempre hay algún imbécil que tiene que fastidiarlo, metiéndose con alguien, rompiendo botellas, molestando a los demás con los altavoces de su coche etc.
Recuerdo una vez, que estando con mis amigos, nuestros padres empezaron a ponernos a caldo. “estos niños de hoy, sólo saben beberse el botellón y ya está” exclamaba uno de ellos. “Papá” dije yo “¿Vosotros que os pensáis que es el botellón? ¿Una botella muy gorda que nos la vamos pasando o que?” La verdad es que cuando se lo explicamos también les pareció una idea estupenda “Es como un guateque de nuestra época pero en la calle” razonó mi padre. Y era cierto. Lamentablemente hoy el botellón es sinónimo de borrachera continua con “chunga chunga” de fondo. Me gustaría que volviésemos a aquella época, en la que el botellón era una fiesta de verdad. Como cuento al principio, hace siglos que no hago un botellón en la calle. En mi casa o en casa de algunos amigos es otro cantar. Allí seguimos manteniendo la esencia del primitivo botellón. Copas, charla, buen rollo, y además con cuarto de baño. ¿Se puede pedir más?