Enrique Falcó. Defensor del deporte
A finales del año 1989, con once años y preso de la emoción del inminente Mundial de Italia 90, me sumé a un equipo de fútbol de nueva creación en mi ciudad. Todos queríamos convertirnos en grandes futbolistas, imitar la hazaña del gran Maradona del 86, o incluso parecernos a aquel extraordinario joven lateral del Milán, el gran Paolo Maldini. Como diría mi amigo Manuel Pecellín: Era un equipo “mu salao”. Se llamaba el “Héroes de Cascorro”, vestíamos como el Betis y la sede central se encontraba en la calle pacense del mismo nombre, ya que nuestro presidente era Don Germán Meleno, que regentaba la farmacia que hoy en día dirige su hija Milagros. Aquello dejó de ser un equipo de fútbol a los pocos días para convertirse en un grupo de amigos. Teníamos un entrenador, Gabriel (que regentaba si no me falla mi prodigiosa memoria el Bar Arcoiris) y que a pesar de trabajar a destajo sacaba tiempo de donde no podía para entrenarnos y llevarnos a los partidos en su enorme furgoneta. Gabriel era un gran hombre, con una paciencia sin límite, que a pesar de ser entrenador y echarte alguna merecida bronca nos transmitía protección y tranquilidad. Encima en muchas ocasiones nos invitaba a celebrar por el morro en su bar algunas de nuestras más épicas victorias. Tengo grandes recuerdos de aquel equipo, y un cariño especial por los amigos que hice allí en un momento tan importante de mi pre adolescencia. Recuerdo al gran portero Agujetas, a Antonio Gil, a Espinosa, Torres (su padre me llamaba Andrinua, yo era de los del patapúm parriba que tanto le gustan a Javier Clemente) Luisma Urteaga, Durán, Carmelo, Vélez y sobre todo mi querido Alex Cabrera, que era el que metía todos los goles.
Al año siguiente, lamentablemente el equipo dejó de funcionar y me apunté al Flecha Negra de la mano del inolvidable Manolo “el Gordo”. Aun no me lo explico pero me seleccionaron nada menos que en el “A”. Aquello, sin embargo, no se parecía en nada a lo que yo conocía como un equipo. No teníamos aun trece años y el entrenador (cuyo nombre recuerdo y no ostentará el dudoso honor de salir mencionado en esta Tribuna) nos gritaba unas cosas que cualquiera que lo hiciera ahora se las vería conmigo. Una vez, presencié una reprimenda a un compañero, y fue tal la vejación, unida a las barbaridades que salían por la bocaza de aquel hortera de hombre, que en ese momento decidí no volver más, ya que sin ser profesional no me merecía la pena aguantar aquello, por lo que me largué a jugar al baloncesto al equipo de mi colegio.
Cuando un niño o adolescente se decide a practicar un deporte, hay que motivarlo, animarlo, y por supuesto inculcarle algo de disciplina deportiva, ¿por qué no? El deporte es fundamental para el desarrollo de los jóvenes, pero no podemos permitir que un desafortunado entrenador o educador torne lo que ha de ser una gran y valiosa experiencia a doloroso trauma. Ahora bien, cuando uno es profesional, y sabe donde se ha metido, lo mínimo que puede esperar es que le exijan dar lo mejor de sí mismo, profesionalidad a toda prueba, como cualquier trabajador en una empresa. Tiene que ser difícil ser entrenador, y más cuando te ves obligado a trabajar con deportistas jóvenes que aun dotados del arte del deporte que practican no muestran semejante dotes mentales ni de educación.
Todo este asunto de Anna Tarrés y las chicas de natación sincronizada huele raro desde el principio. Como sabrán, 15 nadadoras denunciaron en una dura carta las supuestas malas artes y especiales abusos que la ex seleccionadora empleó durante sus años al frente del equipo nacional. Todo esto se produce cuando el presidente Fernando Carpena decide no renovar a la catalana, por lo que la ex seleccionadora cree que el presidente está detrás de todo este asunto y va a presentar una querella, e igualmente estudia demandar a las nadadoras que tan graves acusaciones han presentado contra ella. No creo, entre nosotros, que Anna Tarrés sea una santa, para qué nos vamos a engañar, pero desde luego su éxito como entrenadora está por encima de debate alguno, sus logros deportivos así lo avalan. Supongo, que como cualquiera, algún día habrá perdido los papeles, y habrá escupido por la bocaza alguna barbaridad, como me pasaría a mí si fuera el entrenador de un equipo y mis jugadores no dieran todo lo que espero de ellos.
Aun recuerdo aquella vez que Luis Aragonés casi se come vivo a Eto´o, otro excepcional deportista cortito de mollera y entendederas, cuando tiró al suelo la camiseta del equipo que le pagaba su ficha (por aquel entonces el Mallorca). ¡Lo que tuvo que aguantar en su día el bueno de Johan Cruyff con el inaguantable Stoichkov. Aun recuerdo el pisotón a Urizar Azpitarte en aquella Supercopa de España que le valió una larga temporada de suspensión. Si yo hubiera sido el entrenador, les aseguro que esa noche me tienen que encerrar porque literalmente me hubiera puesto a repartirle hostias como panes.
Ser profesional del deporte es algo muy duro, y no todo el mundo está preparado para ello. En todos los trabajos se producen tensiones debidos a momentos de mucha presión, pero no se puede poner uno a llorar porque te den tres voces más altas que otras. Ante la carta de denuncia de las quince nadadoras permítanme que el menda ofrezca sus reservas. Nunca me fío cuando ese tipo de cosas se producen al despedir al sujeto en cuestión y no en el momento de los hechos que se denuncian. Esperemos ver pronto claridad en este asunto, y que se exijan responsabilidades a quien corresponda. Aunque pase lo que pase el daño ya está hecho. Anna Tarrés puede alegar que no hay pruebas, que las acusaciones son infundadas, que todo es un complot… Pero será en vano. En este país todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario… y ni aun así. “Spain is different”.
Publicado en Diario HOY el 30/09/2012