Enrique Falcó. Cabreado
Sin ningún género de dudas, “Tintín y los Pícaros”, vigésimo tercero y último de los álbumes de “Las aventuras de Tintín” (El Arte-Alfa no deja de ser una serie de garabatos inacabado), siempre ostentará un lugar especial en la estantería del Ikea de mi casa y en la de mi corazón. Lo recuerdo aun, medio desvencijado, sin pasta ni carátula y sin las dos últimas páginas, resultado del manejo que le prodigaron a tantos cómics de la biblioteca de mi padre mis hermanas mayores cuando eran bebés.
Seguramente lo leí por primera vez como tantos otros, alguna de estas mañanas en la que caí lo suficientemente enfermo como para dejar de ir a clase pero sin presentar síntomas suficientes como para no poder sentarme en la camilla del brasero a leer un tebeo.
Cada año, por estas fechas, cuando el Carnaval que movilizará a toda Extremadura y parte de España comienza poco a poco a llamar a la puerta de mi ciudad, siento la necesidad de revisarlo y acudo a él para empaparme del carnaval de Tapiocápolis (Los Dópicos) y sonrío cómplice ante aquella espectacular viñeta de la página 54, en la que el autobús de “Los alegres Turlurones” atraviesa la calle “22 de Mayo” rodeado de ciudadanos disfrazados bajo un gran cartel que reza “Viva Tapioca” y en el que puede leerse en la parte inferior en letras más pequeñas “Don de Loch Lomond”.
Si existe un álbum de Tintín en donde esté presente el más bello y dorado de los licores de malta, el de los pícaros por supuesto es el más representativo. De ese cómic también salió sin lugar a dudas, el nombre de las famosas tiendas “Coronel Tapiocca” así, con dos “c” al final, y con un dibujo que curiosamente se parece bastante más al General Alcázar que a su enemigo Tapioca.
Supongo que todo para aprovecharse de la marca Tintín sin tener que pasar por caja. Valga la redundancia siempre ha habido mucho pícaro suelto, y mucho listillo, que es algo que nunca he aguantado.
En este país siempre se habla mucho últimamente de la picaresca, y no precisamente para referirnos al género literario en prosa surgido durante el Siglo de Oro de las letras españolas. Quiero decir que además del Lazarillo de Tormes y el buscón Don Pablos estamos sobrados de pícaros, de listillos, que especialmente desde el mundo de la política se afanan en trincar bastante más de lo aconsejado y permitido.
Si no teníamos suficiente con casos de corrupción con los que nos bombardean a diario, como la Operación Malaya, la Trama Gurtel, los ERES falsos, corrupciones urbanísticas en todo el mapa, aeropuertos, subvenciones de dudosa asignación o sin ir más lejos los casos de Urdangarín y Torres, ahora se nos presenta a Luis Bárcenas, tesorero del PP que presuntamente ha estado pagando sobresueldos en negro a parte de la cúpula del partido.
Es realmente desolador, uno se pregunta indignado si existirá algún ayuntamiento, partido político, empresa o deporte en el que aun quede un soplo de honradez.
En este mundo de hoy que habitamos, más parecido a un estercolero que a un bello páramo o jardín, lo único que no puede comprarse con dinero, ni siquiera robado, es dignidad. Y si no que se lo pregunten a Armstrong, y no precisamente al primer hombre en pisar la luna, ustedes ya me entienden.
Quien suscribe, tras visionar su insultante actitud en la entrevista realizada por Opra Winfrey, se pregunta si su vida pasada la recordará desde ahora como si todo hubiera sido un mal sueño, un viaje a ninguna parte que ha desembocado en el peor de los Infiernos.
Evidentemente no la pena de muerte ni la perpetua, como él mismo reclama en su defensa, pero sí merece un castigo ejemplar. El dinero que ha robado debería devolverlo, al igual que las medallas y los trofeos, pero ¿Qué pasa con la gloria? Ni siquiera el Profesor Severus Snape podría embotellarla para devolvérsela a aquellos deportistas que les fue arrebatada por el mentiroso impostor. Lance Armstrong “El ladrón de la gloria” se ha ganado un lugar de oro en la historia de los olvidados, y se ha asegurado una buena posición en el top de los mitos que los biennacidos negamos una y otra vez, como Maradona o Ben Johnson.
Gracias a Dios siempre habrá más personas como Tintín que pícaros, o al menos eso quiere creer el menda muy dentro de su corazón. Me encantaría poder enviarle un telegrama al ex ciclista americano, el mismo que el Capitán Archibaldo (en esta última aventura conocemos al fin su nombre de pila) Haddock dicta por teléfono para el coronel Tapioca: “Le haré tragar sus mentiras… sí, en plural… por la garganta… mentiroso de órdago Stop. Acabará sus días en el cadalso Stop”.
Pero es hora de despedirse y seguir preparándonos para el Carnaval. Como diría el capitán: “Desde tal altura, cuarenta y un siglos nos contemplan, no lo olvides nunca grumetillo”.
Publicado en Diario HOY el 20/01/2013