El Fuerte de San Cristóbal -uno de los más importantes fuertes de la Raya/Raia– es el elemento más antiguo de toda la fortificación abaluartada de Badajoz. Construido entre 1641 y 1668, a lo largo de toda la Guerra de Restauração de Portugal significó la barrera defensiva más eficaz para la ciudad. En lo sucesivo la protegerá en todo intento de invasión por la orilla derecha del Guadiana (el camino natural desde Portugal), junto al hornabeque de la cabeza del Puente Viejo, con el que se unía mediante un camino cubierto ya desaparecido. Jamás, en todos los asedios a que fue sometido, sería conquistado al asalto.
Su extraordinaria ubicación y construcción cumplen con las normas más exigentes de la ingeniería abaluartada. Situado en lo alto del cerro de su nombre, no es visible desde el exterior, sino que se “esconde” tras los glacis que lo rodean, contando con una recia contraescarpa, camino cubierto, profundo foso y voluminoso revellín en la zona más expuesta al enemigo: la que mira a los cerros de Orinaza, al norte.
Con dos baluartes al oeste y dos semibaluartes al este, su forma rectangular irregular, de puerta de entrada al sur, tiene en su interior las huellas de toda la historia desde mediados del siglo XVII a mediados del siglo XX, pudiéndose “leer” en sus muros y construcciones nada menos que 300 años de acontecimientos político-militares.
Hasta la reciente intervención arquitectónica que ha padecido, conservó en buen estado de recuperación la Casa del Gobernador, esencial y señera en todos los fuertes (magníficas son las cercanas elvenses de Santa Lucía y da Graça, o el de Juromenha). Igualmente, las dependencias para la guarnición de servicio, que sufriría diversas transformaciones con el tiempo, desembocando en los años treinta del siglo XX -cuando se ceden a la ciudad las murallas, por parte del Gobierno Central- en presidio militar, motivo por el que siguió bajo competencia del Ministerio de la Guerra.
Al cesar este cometido, pasó definitivamente el Fuerte a la ciudad, perdiendo sus funciones y pasando al abandono, a pesar de distintos proyectos de rehabilitación y uso que nunca fraguaron.
El Fuerte cumplía con los dos requisitos básicos para entrar en las exigencias de la UNESCO para ser declarado Patrimonio de la Humanidad: autenticidad (no adulterando su construcción y transcurso histórico de uso), integridad (no destruyendo sus componentes en ningún momento, presentando solamente deterioros secundarios propios del transcurso del tiempo). A ello se une el entorno cualificado: sus alrededores no han sido ocupados con construcciones de ningún tipo, conservándose inalterado sus glacis.
Además de esto, presenta la condición más contundente de las que la UNESCO valora en su decisión: es un elemento monumental altamente representativo de toda una etapa histórica (las luchas en toda la Edad Moderna e inicio de la Contemporánea entre España, Portugal y sus respectivos aliados).
Ahora, con dotación económica, surgió el problema actuando en el interior… para darle fundamentalmente uso hotelero. Uso hotelero ocupándose hasta la colmatación con edificaciones de nuevo cuño y plataforma superior inventada como si fuera una gran terraza, introduciendo materiales extraños como el hormigón, el acero, abundantes cristalerías y jardinería cenital.
Es decir, estamos ante una actuación que respeta la “cáscara” del monumento del siglo XVII pero ignora su significación en todo el resto de las edades Moderna y Contemporánea hasta mediados del siglo XX, en que pasa a la consideración de Monumento Nacional (en 1931) y Bien de Interés Cultural (en 1985): las máximas calificaciones de protección que se dan en España.
Esta es la confusión. Un monumento tan complejo no es solamente “el inicio de su construcción”, el primer uso -defensivo y con pocos elementos interiores en este caso-, sino lo que a lo largo de los años, de los siglos, fue significando, con los elementos que se le añadieron mientras tuvo la utilidad de defensa y uso militar.
En definitiva, estamos ante una “cara”: la rehabilitación exterior, y una “cruz”: la alteración interior, que nos queda un sabor amargo en lo que debió ser la “joya de la corona” de las fortificaciones abaluartadas de Badajoz.