El ministro Wert sufre de aporofobia. Para quien no tenga ni idea de qué sufre exactamente este señor, les dire que sufre de miedo u odio al pobre. O lo que es lo mismo: que la chusma —lo que él considera chusma— no la quiere ver en sus colegios, que no son los colegios de todos, conste. A mí la chusma —lo que yo considero chusma— tampoco me va, pero la tolero porque no me queda otra. No los puedo tachar ni hacerlos desaparecer. Puedo desearles mejor suerte o que topen con uno que diga y tú más, aunque sea al contrario.
Si esto no fuera ficción, les diría también que Wert es entrañable a su manera y que su parecido más que evidente con Fester Addams, al que interpreta el actor de Regreso al futuro, Jackie Coogan, personaje de La Familia Addams, es una calumnia, y habría que encerrarme por ello. Así que como es ficción, me atrevo a ponerle pelo a este señor, airearlo un poco para que se le vaya el olor a naftalina y prohibirle ingerir ácido cítrico, que bastante estreñimiento mental tiene ya.
Pero yo iba a hablarles del miedo o del odio que siente Wert hacia el pobre, que no es un miedo irremediable en un señor de izquierdas (por cercanía, porque nunca nos ponemos de acuerdo, hay que joderse) y sí muy peligroso en un señor, como él, de derechas (con caspa o sin ella), que está —y se siente— a años luz de la humanidad. La humanidad para quien esto escribe es pasar un día en la playa con sombrilla, filetes empanaos y un cuñao mamón. Si no me siguen, ya será tarde para volver atrás.
Veamos. Wert no es un merluzo porque quiera destruir la Educación con asignaturas que no desentonarían en la Edad Media. Ni mucho menos. Wert nos está colocando a mí y a muchos otros (que poco o nada tienen que ver conmigo, pero son humanidad, los pobres) donde debimos estar hace años: al otro lado del cristal blindado, pero llegó la imperfecta democracia y se detuvieron los tanques que iban a allanarnos el camino verdadero hacia la iluminación que nos reportaría la beatífica ignorancia, Dios mediante. La ecuación es muy sencilla: a más ignorancia, más siso (dinero, ideas, caramelos en una cabalgata, lo mismo da, no hay que ponerse exquisitos con esta humanidad). Porque el señor Wert sabe que tenemos que evitar males mayores para los de su clase. Y criarlos ignorantes es la solución (aquí los padres juegan un papel importante), separando a los niños A de los niños B, C, D y demás chusma (padres incluidos).
El arte y la cultura son tan necesarias como un café con leche. Claro que a ver quién le explica esto a este robot del régimen. No es el único, me temo, que sufre aporofobia.
Les dejo esta lista de posibles:
—Ana Mato: el ébola no tuvo nada que ver; dimitió.
—Ruiz-Gallardón: el aborto no tuvo nada que ver; se fue para no volver.
—Fátima Báñez: ahí está la pánfila, rezando a alguna virgen que la saque del ministerio y la ponga a hacer sus labores o lo que ella entienda por labores, ozú.
—Cristobal Montoro: sigue utilizando datos privados, información privilegiada para cagarse en periodistas y actores que no pagan a Hacienda lo que debieran; dando ejemplo.
—Luis de Guindos: va de sobrao por la vida; habla muy bien inglés.
—Jorge Fernández-Díaz: con la Iglesia hemos topado; un hombre de fuertes convicciones; si Franco viviese, ni un solo gallo cantaría.
—Miguel Arias Cañete: machista, señorito (pijazo al estilo de uno de Jerez de la Frontera, donde abundan), gourmet nivel avanzado en caducidades de los lácteos; se fue a Europa a estorbar.
—Ana Pastor: señora de; me fomenta poco; nada más que añadir.
—Soraya Sáenz de Santamaría: liviana en el trato; siempre parece estar oliendo raro.
—Margallo: sonríe poco; no le gusta salir fuera.
—José Manuel Soria: le capan las eléctricas, el capital; es Aznar digievolucionado, Pokémon mediante.
—Pedro Morenés: defiende que él no estaba allí como mucho, y, mayormente, ni eso.
—María Dolores de Cospedal: ancha es Castilla; es frecuente diferir con ella porque habla en un idioma inventado.
—Mariano Rajoy: pusilánime imperial; bebe agua de pepino por no tocarlo.