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Víctor Gibello

Paraísos Olvidados

El convento de San Antonio de Padua: 170 años en el olvido

El convento de San Antonio de Padua surcado por la vía láctea. / Víctor Gibello

El convento de San Antonio de Padua surcado por la vía láctea. / Víctor Gibello

VER AQUÍ GALERÍA DE FOTOS DEL CONVENTO DE SAN ANTONIO DE PADUA, EN GARROVILLAS.

DESCUBRE AQUÍ LA MÚSICA DE CRISTÓBAL DE MORALES.

En 1995, casi al mismo tiempo, me fueron reveladas dos joyas que parecían no estar relacionadas. El paso del tiempo ha terminado ligándolas de tal modo que ya me resultan indisociables.

Una es el espléndido disco Officium de Jan Garbarek y The Hilliard Ensemble, que comienza con una adaptación de la composición Parce mihi Domine del compositor Cristóbal de Morales. La versión me llevó a la fuente original. Gracias a ella pude descubrir el Officium defunctorum y otras obras maravillosas de Cristóbal de Morales, músico nacido en Sevilla en 1500, cuyas creaciones desprenden espiritualidad y misticismo. Un grande de la música universal olvidado en el país que le vio nacer, una figura esencial de nuestra Cultura, sí, de la Cultura con mayúscula, de esa que estamos tan necesitados.

La otra es el convento franciscano de San Antonio de Padua en la población cacereña de Garrovillas de Alconétar, un tesoro arquitectónico abandonado, despreciado, expoliado. A lo largo de estos 18 años lo he visitado en numerosas ocasiones. En cada encuentro he podio comprobar cómo el tiempo ha hecho mella en sus muros, como el robo y la destrucción se han cebado tratando de apagar su brillo. Algunas piedras caen, a otras se las hace caer. Reina la ruina, ¡pero qué majestuosa ruina!.

Vista del claustro del convento de San Antonio de Padua desde las celdas. / Víctor Gibello

Vista del claustro del convento de San Antonio de Padua desde las celdas. / Víctor Gibello

He de reconocer que cada viaje me ha generado disfrute y dolor en dosis similares, si bien la balanza se ha ido inclinando en favor del sufrimiento con el paso de los años. Disfruté por la contemplación de un monumento en sentido pleno, una obra magnífica a la altura de las más logradas. Dolor ante la decadencia general y el sentimiento de impotencia por no poder evitarla.

¿Cómo se ligan el Officium y el convento de San Antonio? Todo está unido de una forma misteriosa y sutil, a veces no alcanzamos a verlo, pero en ocasiones es tan claro que toda explicación se antoja casi prescindible.

Compré el álbum de Garbarek en una tienda que ya no existe (¿subsiste alguna tienda de discos?) el día antes de conocer el convento. De camino fui escuchándolo. Al adentrarme en la ruina las notas seguían sonando aún con fuerza en mis oídos. Buena parte del edificio fue construido aproximadamente en la misma época en que Morales componía su obra.

La más etérea de las artes, la música, esa que se diluye en su interpretación, se mezclaba armónicamente con el arte más perdurable, la arquitectura, la una estaba hecha para la otra, encajaban con una precisión sorprendente. No tengo argumentos reales que lo demuestren, pero estoy plenamente convencido de que las melodías de Morales sonaron muchas veces en San Antonio de Garrovillas durante algunos de los importantes oficios que en el monasterio tuvieron lugar.

Almedro florecido en el antiguo huerto monástico del convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Almedro florecido en el antiguo huerto monástico del convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Hace unos días volví. Caía una lluvia suave. Aparqué junto a la carretera que enlaza Garrovillas con Navas del Madroño y recorrí andando el camino hasta el convento. Apearse del coche y caminar suele deparar sorpresas que pasan desapercibidas dentro de un vehículo: un caballo joven galopaba salvajemente entre olivos, en su carrera asustaba el rebaño de ovejas con el que parecía convivir en equilibrio poco estable. Un almendro florido se asomaba por encima de la cerca que delimitaba la huerta monástica, un anuncio de la primavera, todavía lejana.

La puerta por la que accedí otras veces, la norte, estaba cerrada con un candado. Busqué otro de los pasos habituales, el muro derruido de lo que fuera la portería, pero un vallado hecho recientemente con ferrallas impedía la entrada. Cargado con mi equipo fotográfico, mojado por la lluvia, tardé unos instantes en reconocer que en esta ocasión no podría adentrarme en el edificio. Por fortuna tengo un amplio archivo de fotografías para ilustrar este post. Mientras volvía pensé que tratamos de dar solución con cierres, cadenas y candados a aquello que fácilmente se resolvería con educación y conocimiento.

El convento de San Antonio de Padua nace como fundación privada promovida por los condes de Alba de Liste, propietarios de la villa. A lo largo de la Plena y de la Baja Edad Media son creados numerosos enclaves monásticos patrocinados por las principales familias de la nobleza, patrocinio que conllevaba la cesión de tierras y medios económicos suficientes para el sostenimiento de la comunidad. A cambio, el noble obtenía el beneficio de las oraciones en la vida del más allá, un lugar de enterramiento privilegiado y el no menos importante reconocimiento social.

Hay que buscar el origen de la fundación religiosa en una guerra civil, en una de las muchas que tuvieron lugar en la Castilla de los siglos XIV y XV. En marzo de 1476, en la ciudad de Toro, las tropas de los Reyes Católicos y una parte de la nobleza se enfrentó a los partidarios de Doña Juana de Castilla (apodada La Beltraneja, por razones que no vienen al caso contar ahora) apoyados por su marido, el rey de Portugal, Alfonso V.

La victoria sonrió a la facción de Isabel de Castilla, pero en la batalla fue capturado Enrique Enríquez, conde de Alba de Liste y propietario por matrimonio de Garrovillas. Su esposa, María Teresa de Guzmán, se encomendó a la providencia y rogó para que lo liberaran de su apresamiento. En compensación juró la construcción de un monasterio bajo la advocación de San Antonio de Padua.

Enrique Enríquez fue liberado, imagino que, como era costumbre entonces, previo pago de una bonita suma, y María Teresa cumplió lo prometido. El Papa Alejandro VI concedió la Bula fundacional y en breves años se erigió un monasterio franciscano dotado de iglesia, claustro, casa, cementerio y oficinas.

La vegetación se va abriendo paso hacia el templo. / Víctor Gibello

La vegetación se va abriendo paso hacia el templo. / Víctor Gibello

La primitiva edificación gótica fue profundamente transformada, ampliada y adecuada a los gustos propios del renacimiento durante la segunda mitad del siglo XVI. En las obras intervino Pedro de Ibarra, uno de los principales arquitectos de su tiempo. De este periodo son buena parte de la iglesia, con sus espectaculares bóvedas de crucería, y el magnífico claustro, en el que estuvieron enclavadas las capillas del Cristo de las Injurias y de la Vera Cruz.

Entre 1656 y 1661 tiene lugar una nueva y amplia reforma con dineros que obtiene Luis Enríquez de Guzmán (IX conde de Alba de Liste) en Nueva España y Perú, donde fue Virrey. El templo se orna con suntuosos retablos y pinturas y allí se entierran el conde y su esposa. Sus tumbas se ornan con esculturas de mármol de ambos en actitud orante, esculturas cuya localización actual se desconoce.

En 1668, los habitantes del pueblo sufragan la edificación de la sacristía, cerrándose el ciclo de la principales obras en el conjunto. La famosa y desgraciada Desamortización provocó la exclaustración de los frailes y su posterior destrucción. La huerta fue dividida en cinco lotes para ser subastada, la iglesia y las restantes dependencias fueron vendidas. Desde entonces sus muros han servido para albergar como fábrica de tejidos, herrería, esquiladero de ovejas y establo.

Restos de capilla funeraria en el convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Restos de capilla funeraria en el convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Cuentan que en 1843 se inició el proceso de destrucción que todavía no ha concluido. Se dice que vecinos de la villa se dedicaron a quemar los retablos y pinturas de la iglesia creyendo que así afloraría el oro que creían guardaban. Poco hemos avanzado en estos 170 años. La misma ignorancia sigue guiando nuestros actos, unas veces por acción y otras por omisión.

Hace años tuve la fortuna de participar en la redacción de un importante proyecto de revitalización del patrimonio extremeño. El equipo de trabajo propuso incluir el Convento de San Antonio entre los inmuebles históricos que debían ser restaurados. La idea fue rechazada y la inversión dedicada a otros edificios. Incomprensible.

La Fundación Hispania Nostra, que realiza una importante labor de estudio y conservación del patrimonio histórico español, tiene incluido el convento en su Lista Roja del Patrimonio. En ella aparecen algunos de los inmuebles con más alto riesgo de desaparición. La Fundación ha hecho peticiones reiteradas a la Administración autonómica para que cumpla con sus obligaciones, no habiendo obtenido respuesta alguna.

Restos de capilla funeraria ya casi destruida en el convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Restos de capilla funeraria ya casi destruida en el convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

El edificio tiene declaración de Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento (Decreto 115/1991 y registro del Ministerio de Cultura R. I. 51-007140). Dispone, por tanto, de la máxima protección legal. Vamos camino de los 22 años de su declaración, ¿de qué ha servido, si el edificio se desmorona día a día, si el expolio y el vandalismo se perpetúan, si las espléndidas pinturas de los siglos XVI y XVII son grafiteadas y picadas?. Desde hace tiempo se mantiene una pintada en el exterior que resume la indignación general: convento de la vergüenza.

Es necesario un plan de actuación urgente. Nada puede justificar más demoras. No podemos permitirnos perder este tesoro. En el Parce mihi domine, Morales emplea parte del texto del Libro de Job, no quisiera que sus palabras fueran premonitorias del destino que podría aguardar al convento: No he de vivir para siempre;/ déjame, pues, porque mis días son vanidad.

Pintada que denuncia el estado de abandono del convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Pintada que denuncia el estado de abandono del convento de San Antonio de Padua. / Víctor Gibello

Extremadura posee un patrimonio muy rico y diverso, quizá de los más destacables cualitativa y cualitativamente de la Península. El blog Paraísos olvidados pretende recuperar y dar a conocer la memoria de esta herencia de siglos, un legado compuesto por monumentos y yacimientos arqueológicos, pero también por paisajes, bosques, manantiales, restos de arquitectura vernácula, tradiciones, etc.

Sobre el autor

Arqueólogo, historiador, historiador del Arte, fotógrafo, escritor, emprendedor. Durante los últimos 25 años ha realizado numerosos trabajos de investigación, excavación, restauración y puesta en valor del Patrimonio Cultural por toda España, así como diversos proyectos internacionales. Paraísos Olvidados es un recorrido diferente por el Patrimonio de Extremadura, un viaje a los espacios más singulares, atractivos y amenazados de nuestra tierra, un experimento de divulgación que pretende crear conciencia en la sociedad para su conocimiento, valoración, protección, conservación y disfrute


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