VER TODA LA GALERÍA DE FOTOS DEL MUSEO VOSTELL-MALPARTIDA / Autor: VÍCTOR GIBELLO
En el Cáceres de fines de los 70’ e inicios de los 80’ portar un aspecto “no convencional” provocaba el fisgoneo de los vecinos, miradas, no siempre discretas, y comentarios de índole e intención diversas. Wolf Vostell no pasaba desapercibido en sus recorridos cacereños, os lo aseguro. En aquel tiempo, yo era un niño y, de vez en cuando, me cruzaba con aquel señor de actitud e indumentaria diferentes que tanta curiosidad despertaba.
La ignorancia suele aliarse con la imaginación, entre ambas construyen ficciones para cubrir, inútilmente, la carencia de conocimiento. Vostell hacía nacer a su paso mil y una historias rocambolescas, cuentos que nada tenían que ver con la realidad que él estaba construyendo.
Tiempo después, llegué a conocerlo. Compartimos varias comidas, durante las cuales pude percibir su intenso espíritu creador, la energía vital que le animaba. Le escuché contar como llegó a España, como estableció los vínculos que le trajeron a Extremadura, tierra desconocida, puede que también exótica, para los alemanes de los años 50.
En 1958 Wolf estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de París. Un tanto hastiado de los estériles debates en torno a las vanguardias artísticas, debates que todavía persisten, decidió viajar a España en busca de los maestros clásicos de nuestra pintura, en especial de Zurbarán. En España no solo halló inspiración artística, también encontró el amor de Mercedes Guardado, una cacereña (de Ceclavín) con la que se casaría meses más tarde y con quien compartiría su vida. Los Zurbaranes de Guadalupe le causaron honda impresión, no podían ser de otro modo, con ellos se cimentó la relación entre Vostell y Extremadura, una relación de amor y arte que ya no tendría fin, prolongada más allá de su muerte.
En 1974 el azar, bendito azar, y los consejos del artista Juan José Narbón le condujeron a los Barruecos, un paraje histórico y natural ubicado en Malpartida de Cáceres, muy cerca de la capital provincial. Allí, según afirmaba con rotundidad, las rocas del batolito granítico le dijeron: “tienes que hacer algo aquí”. Comprendo lo que quería decir, pues los lugares especiales hablan sin palabras, se comunican con aquellos dispuestos a escucharlos y terminan generando estrechos vínculos que no hacen sino reforzarse con el paso de los años. Tal fue el impacto que el espacio causó en Wolf que, inmediatamente, se puso a diseñar un museo destinado al arte Happenings y Fluxus, un museo integrado en la naturaleza que acogería su obra y la de otros artistas internacionales ligados a estas corrientes creativas.
Lo que parecía el sueño de un visionario, terminó materializándose en un espacio cultural único, un espacio que no es un mero contenedor de piezas artísticas, es mucho más que eso. Siguiendo las directrices de su ideólogo, se creó como escuela en la que la lección que habría de ser impartida se resume en que la Vida es Arte, y el Arte es Vida. Un centro abierto y tolerante dedicado a formar a las personas de su entorno inmediato, el mundo rural en el que se integra, pero destinado a convertirse en referente del arte contemporáneo internacional.
Vostell no tenía intención de establecer un museo con su obra, pero los Barruecos así se lo pidieron y él, un artista reconocido en todo el mundo, dedicó su energía a conseguir los apoyos de las autoridades locales y regionales hasta conseguirlo. En octubre de 1976 el Ayuntamiento de Malpartida de Cáceres, propietario entonces de los terrenos y las instalaciones, firmó el acuerdo de cesión de los mismos para la creación de un museo de arte contemporáneo. Pocos días después, se inauguró la primera obra junto a las Peñas del Tesoro, uno de los canchos más imponentes. La escultura, denominada VOAEX (Viaje hormigón por la Alta Extremadura), muestra un coche enterrado parcialmente bajo un bloque de hormigón.
En los comienzos, el artista alemán no imaginó que parte de su obra terminaría instalándose en el interior de los edificios, entonces muy degradados. Su idea se circunscribía a la utilización del espacio natural, en el que, siguiendo las corrientes muy en boga en los 70’ de land art y arte povera, las instalaría. Con el paso de los años, el proyecto tomó otro rumbo, a veces el tiempo hace que las ideas se reencaucen y que alcancen resultados felices, como es el caso. El conjunto de edificios, en pésimo estado de conservación, fue sometido a consolidación, primero, y restauración, después. Poco a poco, año a año, con distintos proyectos tendentes a alcanzar el mismo objetivo, se recuperaron todos y cada uno de los edificios, convirtiéndose en un modelo de referencia de buenas prácticas patrimoniales. La finalización de la restauración de los últimos espacios, las naves de estiba y secado de lana, se produjo escasos meses después de la muerte de Vostell, quien, tristemente, no pudo contemplar la instalación de la colección Fluxus de Gino di Maggio, donada por el galerista y director de la Fundación Mudima de Milán.
Vostell, cuyo arte es con frecuencia incomprendido, trataba de mostrar algunos de los males que aquejan al hombre contemporáneo, entre ellos la parálisis intelectual, que le hace vivir dormitando en la falta de responsabilidad y compromiso con la sociedad en la que vive. Romper con esta deriva existencial a través del arte fue su objetivo, no buscando la belleza formal, que duda cabe, sino la estocada directa, hiriente, en los sentimientos, en el corazón. La obra de Wolf no es una caricia, resulta obvio, en cambio es un mazazo contundente sobre la conciencia aletargada, cuando no embrutecida de nuestra sociedad. Busca la dignificación del hombre a través del arte, una vía de conocimiento individual y social de nuestra especie desde sus orígenes.
¿Qué percibió Wolf en los Barruecos?
Los Barruecos son un armónico espacio en el que el hombre y la naturaleza, que en definitiva son la misma cosa, se han dado la mano para construir una singularidad especial. Se sitúan en la penillanura cacereño-trujillana, una zona peniaplanada sobre la que destaca por la elevación de enormes bolos graníticos, bolos que parecen asomarse a las charcas artificiales construidas entre los siglos XVI y XVIII. El berrocal se formó hace muchos millones de años, durante tiempos precámbricos, gracias a la extrusión plutónica. Los agentes meteorológicos, estación tras estación, han terminado de darles forma, de tallarlos pacientemente, suavizando sus aristas, abriendo oquedades, diseñando formas que parecen mezclar lo ilusorio y lo onírico, en un juego de la creatividad natural, en la que solo parecen haber resistido a la erosión prolongada las partes graníticas más sólidas.
La presencia de agua en los Barruecos ha atraído el asentamiento humano desde tiempos inmemoriales. Los vestigios más antiguos, útiles trabajados por neandertales, proceden del Pleistoceno Medio. En aquel tiempo la zona era un excelente cazadero, pues la presencia de agua favorecía el trasiego constante de animales. Desde entonces el hombre no se ha separado de este paraje.
Diversos asentamientos arqueológicos confirman esta querencia milenaria de nuestros ancestros. En los Barruecos están documentados, por ejemplo, los restos neolíticos más antiguos de la región, de, al menos, 7000 años atrás. Con este período parecen asociarse los grabados que cada equinoccio de primavera son iluminados por la luz del sol que, cuando está en su cénit, se cuela por la oquedad de una roca durante unos 30 minutos. Juan Rosco Madruga, también descubridor de otra de nuestras joyas patrimoniales, Santa Lucía del Trampal, puso de manifiesto el acontecimiento que cada año tiene lugar entre el roquedo, anuncio de que el invierno cede el paso a la primavera. El fenómeno vuelve a producirse en el equinoccio de otoño, avisando del fin del verano y la llegada del otoño.
Por el entorno existen multitud de pinturas rupestres y grabados fechados entre tiempos neolíticos y calcolíticos. Unos y otros evidencian la atracción del lugar, usado entonces como asentamiento, como poblado, buscando el cobijo y la protección de las enormes piedras, quizás también su valor simbólico y espiritual.
Muchos siglos después, una villa romana también se alzó en la zona, de ella se aprecian innumerables restos latericios y pétreos dispersos. De tiempos de la repoblación cristiana son visibles tumbas antropomorfas excavadas en la roca, probablemente parte del camposanto de una iglesia aún desconocida.
Más recientemente, durante la Edad Moderna (siglos XVI – XIX) el paisaje fue sometido a una profunda intervención por el hombre. Aprovechando los pequeños cursos de agua estacionales se construyeron cuatro represas que alimentaron fuentes para el abastecimiento de hombres y animales, molinos harineros, lavaderos de lanas, batanes y otras instalaciones preindustriales. La actividad económica generada allí fue notable hasta principios del siglo XX.
El positivo impacto ambiental generado por los embalses atrajo rápidamente una variada fauna lacustre hasta entonces no conocida en el lugar: garzas, ánades e incluso nutrias colonizaron el espacio rápidamente. Una numerosa colonia de cigüeñas, azote de las especies piscícolas y anfibios que pueblan las charcas, se ha apropiado de los bolos de mayor altura, haciéndose uno con ellos. Sisones, cernícalos y otras aves también habitan los Barruecos.
La dureza “prehistórica” de las rocas y la suavidad del agua han creado un conjunto en el que los contrastes se han fundido para construir una armonía inesperada. Tal es así que el 19 de febrero de 1996, en aras a la protección de sus valores únicos, fue declarado Monumento Natural. La declaración se unía a la de Bien de Interés Cultural como Sitio Histórico realizada años antes, en 1988.
Vostell no escogió al azar. El lugar le encontró a él, se sirvió de él para contar su historia, para potenciar y extender su conocimiento. Como dijo el chamán lakota Lame Deer: “La tierra está viva. Las montañas hablan. Los árboles cantan. Las piedras tienen alma. Los lagos pueden pensar.” Esto se siente en los Barruecos.
Tras obtener autorización de la Consejería de Educación y Cultura para fotografiar el Museo Vostell-Malpartida, me desplazo a los Barruecos, a los que accedo casi llevado en volandas por la música de Philip Glass: suena Living Waters, composición incluida en la banda sonora de la película Anima Mundi. Todo encaja. Llego temprano, quiero ver amanecer sobre el lago. Me detengo a fotografiar el rocío sobre la hierba fresca de mayo. Aparco junto a la presa y paso el puente de piedra que salva el arroyo.
Allí me espera Josefa Cortés, su directora, quien hará de cicerone para mí por las instalaciones. Un lujo disfrutar de sus conocimientos, su amabilidad y su sonrisa constantes. Conozco el museo desde hace años, pero poder adentrarme en zonas no accesibles al público general es un privilegio que agradezco a Josefa. En sus ojos se percibe la emoción de quien hace de su pasión su trabajo, su discurso no suena a grabación de magnetófono ajado, por el contrario fluye vivo, fresco.
Antes de recorrer los espacios expositivos, nos adentramos en la zona de trabajo del equipo que gestiona la institución cultural. Accedemos a la biblioteca de Wolf. Me detengo ante algunas estanterías, trato de descubrir la inspiración y los conocimientos en los libros manejados por el artista. Desde allí pasamos al estudio de Vostell, todo está casi como lo dejó. Es emocionante pisar una estancia en la que se ha creado, de alguna manera esa energía está preservada por sus muros. Un haz de luz se cuela por una ventana, única iluminación de una sala casi en penumbra. Josefa abre la ventana situada ante la mesa de trabajo y todo cambia, el sol entra directo, la luz tiene una intensidad deslumbrante. La habitación es austera, casi monástica, pero la luz, reforzada por el reflejo en el agua, y las vistas son increíbles.
El siguiente cuarto guarda con celo el archivo artístico de Vostell. Cajas de madera apiladas en las que se conservan sus proyectos, sus obras. Quizás sea este el sancta sanctorum del Museo Vostell-Malpartida. Me cuesta abandonarlo, preferiría bucear largo tiempo entre los documentos depositados.
Bajamos al área expositiva. El primer edificio, dispuesto en paralelo al muro de la presa principal, alberga parte del trabajo de Wolf. Se trata de los edificios de esquileo y pesado de lanas. Obras como Fiebre del automóvil, Las chicas del billar, Transhumancia, Transmigración, La montaña extranjera, La depresión endógena, Réquiem por los olvidados o El fin de Parzifal, diseñada por Dalí, conviven con la arquitectura vernácula preindustrial. Son obras impactantes, contundentes, transgresoras.
Accedemos al amplio patio que articula la comunicación entre edificios. Desde allí pueden contemplarse otras instalaciones, Los toros de hormigón, también de Vostell, y Templo del viento, de Rafael Opstaele, antes de adentrarnos en la colección Fluxus, donada por Dino di Maggio. La cafetería-restaurante, situada junto al lavadero de lanas, del cual se conservan interesantes instalaciones, está dominada por una de las piezas más inquietantes e impactantes del museo; se titula ¿Por qué el proceso entre Pilato y Jesús duró solo dos minutos?
Este magnífico conjunto de arqueología preindustrial, de arquitectura vernácula cacereña de los Barruecos, estuvo a punto de desaparecer, no ya por el pésimo estado de conservación de todos los edificios, sino, más importante aún, por el desinterés generalizado de instituciones y sociedad que no veían en el espacio más que un montón de piedras inservibles, recordatorios de un proceso preindustrial que no llego a culminar con una industrialización de la comarca. Los Barruecos eran, en los años 70’, un espectacular “Paraíso Olvidado” camino de convertirse en recuerdo arqueológico. La experiencia de recuperación, de puesta en valor del conjunto ha de ser mostrada como magnifico ejemplo de lo que puede hacerse cuando los sueños del corazón guían el camino.
En Malpartida, en los Barruecos, el Arte ha canalizado los esfuerzos de personas e instituciones comprometidas. Aquí se muestra con claridad como todo depende de la gente, de su esfuerzo, de su coraje, de su voluntad. Wolf y su concepción artística salvaron este tesoro de su desaparición. Junto a él, Mercedes, su apoyo constante, tan responsable de este proyecto como Vostell, artistas, estudiantes, investigadores, gestores, políticos, el pueblo de Malpartida se volcaron en la consecución de un objetivo común, digno, loable, necesario.
En nuestros días, todo aquel que quiera investigar el arte contemporáneo ha de acudir a Malpartida de Cáceres. El pueblo se ha convertido en centro de peregrinación de artistas, críticos de arte y estudiosos internacionales. Hasta aquí llegan personas de todo el orbe. ¿Quién podrían haber imaginado esto en las ruinas de los Barruecos? Todo es posible, solo hay que creer firmemente en ello.
Acudan a conocer este conjunto heterogéneo en el que la naturaleza, la arqueología, el arte y la vida se han conjugado para crear algo único. Aprovechen cualquiera de las muchas actividades que el museo organiza a lo largo del año, todas ellas son de primer nivel, altamente recomendables.
Me adentro en el berrocal, ya oscurecido, tratando de fotografiar la magia del espacio. Escucho Silent night de William Basinski y todas las estrellas se reflejan en las aguas quietas de la noche malpartideña.